Un puente festivo cualquiera en esta meseta, significa que habrá demasiada gente.
Viajarán de la fría sabana, en sus autos, de todos los tamaños, gamas y colores, gentes que viven de sus trabajos o de sus rentas, a disfrutar la única certeza que posee esta meseta. Otros, que viajan en el transporte público en su mayoría, retornan por un breve espacio de tiempo a visitar a su tierra amada, aquella que los vio nacer y crecer, para recordar esos buenos tiempos de infancia y juventud.
Anapoima se hincha de alegría al ver tantas personas cruzando por sus calles, soportando el calor y el frío, soportando el tumulto propio, soportando nuestras propias carencias y defectos.
Todos disfrutan, sin embargo, el olor propio de esta meseta.
El sábado y el domingo de cada puente festivo Anapoima vive su éxtasis. Todos compran pizza y hamburguesa, todos beben cerveza y licor, todos bailan, todos disfrutan de la tranquilidad que inspira este poblado clavado en la meseta. En las fiestas, el fervor aumenta, porque todos quieren ver a sus bandas, a sus grupos de danza, quieren bailar al ritmo de ellas y apreciar más el vínculo sentimental que los aferra a seguir siendo colombianos.
El lunes festivo, todos deben regresar a casa. Algunos, con resaca, otros cansados, pero felices por disfrutar de esta meseta. ¿Volverán? Seguramente. Esta meseta, como dice el himno, siempre querrá a sus hijos y a quienes la vienen a buscar.
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