domingo, 21 de junio de 2015

Secuestro.

Hoy decido abrir un capítulo de mi vida que muy pocas personas fuera de mi familia conocen.

Hace veintiún años, Don Norman, mi padre, decidió dejar a su familia, la mía, para emprender una aventura por los Llanos Orientales, para ganarse la vida en lo que sabía hacer, las labores ganaderas.  En ese Mayo, previo al Mundial de Estados Unidos, se despidió de mí.
 
Durante lo que restaba de ese año, se comunicaba con cierta frecuencia con nosotros, reportándose bien en todo aspecto, hasta que llegó el siguiente Enero.
 
En esos días, mi padre se encontraba llano adentro, en el Casanare, trabajando.  Una serie de eventos desafortunados lo llevó a juntarse con gente que tenía contactos con grupos armados, los cuales lo terminaron secuestrando.  Nunca supimos, nunca supe quiénes fueron, si la guerrilla o los paramilitares.  Solo supimos que lo secuestraron.  ¿Por qué?  Mi padre solo sabía hacer bien sus cosas, así que nunca faltó el envidioso que no quería verlo cerca y literalmente, lo puso en la boca del lobo.

Vivimos un semestre de zozobra y preocupaciones excesivas, tales que provocaron temer por su vida.  Mi mamá pedía por él todos los días, nosotros -sus hijos- solo pedíamos que volviese pronto.  En ese mismo semestre, también viví una situación de la cual, preferiré no hablar.  Recuerdo bien que mi padre nos pedía que no socializáramos el tema con cualquier paisano, cuestión que cumplimos a cabalidad, en las pocas llamadas telefónicas que podía hacer.

Sobre estas fechas, ese grupo armado que lo retuvo contra su voluntad, lo liberó.  Se cansarían de él, se dieron cuenta que no era el objetivo que querían, qué se yo.  Solo sé que lo liberaron.  Salió de esa región cuanto antes.  No volvió pronto a Anapoima.  Se estableció en Funza y esperó que pasara cierto tiempo prudencial para regresar a su tierra.  Nos pidió que no reveláramos su existencia ni su ubicación, aún temía por su integridad.

Veinte años después, aún evito revelar la ubicación de mi padre cuando me preguntan, salvo a personas de entera confianza.

Veinte años después, le agradezco a Dios el permitir que mi papá sea un hombre libre.  Aún más, que siga vivo.

Veinte años después, recuerdo este triste momento para mí y para mi familia.

¿Hasta cuándo tenemos que soportar este actuar de los grupos armados?  ¿Hasta cuándo?

Él, a pesar de que ha pasado tanto tiempo, trata de olvidar ese momento.  Sé que algunas cicatrices quedan en su alma, porque esas personas andan por ahí, buscando hacerle daño.  Cerca han estado de volver, Dios no permita que aparezcan.

Ojalá, cuando llegue la hora de descansar de todo su trajín, vuelva a su tierra para disfrutar de su vida y de su familia.  Se lo merece.  A pesar de los errores que cometió, no le puedo negar su calidad como ser humano.  He aprendido mucho de él, sobre todo a tener un corazón generoso.  Algún día conocerán a Don Norman, se los aseguro.

Veinte años después, deseo que mi papá viva muchos años más y me siga acompañando por este tortuoso camino que estoy recorriendo.  Debo recompensarle todo lo bueno que me ha dado.  Debo hacerlo.  Y si tengo descendencia, me aseguraré que sus enseñanzas sean asimiladas por ella.  Que así sea.

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