martes, 8 de diciembre de 2015

Día de las Velitas.

Anoche, como en todos estos años que he vivido y con uso de razón, no pasé por alto esta bella noche que marca el inicio de la temporada de Navidad.  El "Día de las Velitas", es la víspera de la Inmaculada Concepción, el día que según la creencia católica María -madre de Jesús- no fue alcanzada por el pecado original, permaneciendo libre de todo pecado a diferencia de los demás seres humanos.

En la noche que corresponde a ese día, todos suelen encender al menos una barrita de parafina, por lo general de colores y con un cordel dentro de ella; a esa barrita la conocemos como vela.  Algunos de nosotros, quizá con mayor pudiencia y capacidad artística, construían farolitos para ser encendidos en esa noche; sé que en un poblado del Quindío llamado Quimbaya hay una fiesta alrededor de ellos.

Yo solía disfrutar mucho de esta fecha, pero, conforme han pasado los años, la indiferencia e incluso la tristeza han minado el placer personal por esta linda fecha.  Arrastré algo de preocupación gracias a que mi padre y mi abuelo están con problemas de salud, con mayor gravedad para mi abuelo, pues está hospitalizado en Bogotá y ya tiene un serio pronóstico sobre su futuro en este mundo; ojalá no se cumpla en estas fechas, me dolerá bastante.

También vinieron los malos recuerdos de todas las afrentas y ofensas que he recibido en mi vida.  Los malos recuerdos de la Piloto, de mis trabajos, hasta de mi pobre vida sentimental.  Como para variar, el municipio hizo gala de su "poder económico" y de su "culto a la personalidad" inaugurando el acostumbrado alumbrado navideño que, pese a la recomendación del gobierno nacional por la situación climática del país, resultó ser demasiado ostentoso.  De eso ya he hablado en otra parte.

Estuve buena parte de la noche en el centro, solo, esperando qué hacer y a quién encontrar.  Se presentaron en esa dichosa inauguración los grupos culturales: el de música andina, los de danzas y por último, la Banda.  En buena parte de esos actos, preferí mantenerme conectado a través del Lumia, lejos de la tarima, escuchando algo de música e interactuando en las redes sociales.  Me canso de estar sentado y caminé un rato por el parque, para luego volver a sentarme, al observar algunos rostros conocidos por ese sector.

Esperé a que terminara todo para dar otra vuelta, saludar y agradecer a alguien que se preocupó por mí cuando supo lo de la golpiza aquella de Septiembre, y regresar pronto a casa.  No lo hice.  Robinson apareció de la nada, pues estaba en un ciclopaseo que organizaron los entusiastas del ciclomontañismo para la tarde.  Con él me quedé un buen rato y conversamos cosas muy puntuales; terminé incluso con algo de cereal y una deliciosa merienda que alegró la noche.

Eran las nueve y veinte de la noche, quizá algo más y decido regresar a casa.  Pasando por un bar, vi varias velas apagadas, intento encender una pero el esfuerzo y el viento no lo permiten.  Decidí llevarme una de ellas, de color rosado, a casa.  Llego y veo las pocas que encendieron mi mamá y mi hermana consumirse, descargo mis cosas y me dispongo a encender esa velita.

Me quedé cerca a ella, recostado en el piso, viendo como cumplía su fin de consumirse y aportar su luz para la vigilia de esta celebración.  Yo solo clamaba en silencio que todo ese odio que mucha gente -paisanos en especial- me carga se esfume, al igual que mis pesares y mis vergüenzas.  Solo clamaba que ese regalo tan preciado que he pedido en cuatro años llegara.  Y pasadas las diez, la velita se consumió sobre un pedazo de madera que coloqué para no estropear el piso.

Sobre la medianoche, decidí dormir y despedir este día.  ¿Lindo fue?  No tanto, pueden deducirlo.  Lo cierto es que poco a poco la luz de vela que me ilumina, puede irse a otro lugar.  Tantas cosas malas que he visto y vivido no me dejan demasiada ilusión para seguir.

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