Era un ritual de todo fin de año lectivo, más exactamente por aquellos días de Noviembre recoger esa tira de papel con varias líneas para ser firmadas. Por lo general eran seis líneas, distribuidas a lo largo de esa tira, que debía ser diligenciada en menos de un día, programado por el mismo colegio para que todos sus estudiantes pudiesen recibir sus boletines de fin de año y en el caso de los grados undécimos respectivos, poderse graduar como bachilleres.
La primera parte era revisar si el pupitre en el que se sentó cada uno durante todo el año estaba en buen estado: estructura, maderas, estante, tornillería o remaches según correspondiera. Si alguno de esos elementos estaba en mal estado, no había de otra, conseguir las partes de madera donde el carpintero si estaban dañadas, ir donde los Ropati a soldar la estructura si por la brusquedad se despegaba o buscar los tornillos y las tuercas para dejar todas las partes bien ajustadas. ¿Falta algo? ¡Por supuesto! ¡El bendito pupitre debía estar al menos lijado y lacado! ¡Tanto me acuerdo de esas jornadas eternas donde se debían usar esas lijas 3M o Abracol para borrar todos esos dibujitos y rayones para poder estar libre de ese aspecto! ¡Y todo el mundo con su aerosol de Pintulaca para dejar como nuevo su pupitre! Así cada director de curso firmaba su casilla para continuar con el proceso.
Esa era la parte más difícil de todo el proceso del paz y salvo, queridos amigos. Pero, hubo otros aspectos que por la misma premura del tiempo, eran casi misión imposible. Siempre que estuvo Fabio Edilberto Jara como rector del Departamental, era obligatoria la romería por su oficina para pedir su firma, con una curiosidad: Él tenía un sello de tinta con su firma original, y para ganar tiempo con nosotros, lo estampaba con una facilidad impresionante para dejar su firma en el espacio donde correspondía ubicarse. Alguna vez no estuvo presente y delegó a las secretarias para que hicieran ese deber, con el fin de no perjudicar a los estudiantes.
También había que pedir firma en coordinaciones, en especial la disciplinaria. Sabrá Dios cómo harían para conseguir esa firma aquellos que eran visitantes frecuentes de esa oficina, pero lo cierto es que todos salían con esa casilla llena en su formato. No recuerdo bien si en académica debía solicitarse firma alguna. Alguna otra ocasión también debimos pedir firmas de biblioteca y del profesor o de la profesora que tuviera a cargo los laboratorios. Esas firmas eran un poco más sencillas, pues estas personas estaban disponibles casi toda la jornada.
Con ese papel lleno de firmas en la mano, cada director de curso lo recibía para luego entregarlos a la oficina del Secretario Pagador y cada uno solo debía esperar a la entrega final de boletines para terminar su año lectivo en paz.
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Esos son mis recuerdos de la jornada de "paz y salvos" que cada Noviembre de mis años en el Colegio Departamental Integrado de Anapoima. En cierto año sufrí con ellos, no recuerdo por qué, pero casi no consigo salir limpio en cuanto a documentación.
Hoy cumplo dieciséis años de mi graduación como bachiller, uno de los pocos momentos alegres de mi vida. Desde hace algunos días, quería rememorar esa jornada loca donde todos luchaban contra el reloj para conseguir esos autógrafos, pareciéndose más a una sesión con estrellas del rock.
Mis compañeros sabrán corregirme si he sido inexacto o entregué algún detalle que falte a la verdad, pero sabrán comprender que estos años no han pasado solos. Lo cierto es que el fin de recordar esas jornadas, se ha cumplido.
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