Hacía rato no me rompía la cabeza. Nunca me habían roto la cara de un golpe. Eso fue lo que sucedió el domingo que pasó.
Unas incompetentes turistas creyeron que mi trabajo es una payasada y provocaron una pelea bastante infame y molesta, porque por esa misma creencia de la payasada fui irrespetado vilmente, lo cual no soporto en lo más mínimo. Detesto que mi trabajo sea vilipendiado y detesto además que lo que está escrito sea apenas un saludo a la bandera, por no decir algo más horrendo y escatológico.
Me golpearon, sí, y mi ceja quedó rota y manando sangre por unos minutos. Debí terminar mi jornada así, con sangre en la cara y con una incipiente curación, la cual finalizó con el consabido proceso de sutura en el Centro de Salud de esta meseta; inclusive estuve a punto de desmayarme por el mismo efecto del golpe. No quería llegar a casa con mi ojo derecho -el hábil- hinchado, moreteado y con un señor coágulo de sangre que rodeaba la pupila, preocupando a mi mamá. Desafortunadamente, esa preocupación llegó porque no pude hacer más tiempo fuera de casa y debí contar todo lo que sucedió.
A esta hora de la vida pienso en realizar la denuncia penal en La Mesa y hacer los trámites para que el pendejete que me agredió ni se le ocurra pisar esta meseta. Un sinvergüenza de esos no vuelve a Anapoima ni obligado. Se las tendrá que ver conmigo algún día. Lo cierto es que poco a poco la herida cierra, mi ojo se desinflama y el coágulo desaparece. El honor tardará un poco más en recuperarse.
Aún así, no dejaré mis ideales. Ojalá la gente valore de verdad que el trabajo ajeno merece ser recompensado de forma correcta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si viene aquí a comentar, que sea para eso, no para armar pleitos. Si viene a otra cosa, váyase para su casita y deje que otros que sí tengan voluntad de comentar correctamente lo hagan.