Voy a contar cuál es la historia de mi documento de identidad.
En este país, el término que utilizamos para nuestros documentos de identidad es "cédula de ciudadanía", equivalente al DNI de los españoles. Este documento fue impuesto desde el gobierno de Laureano Gómez, siguiendo un modelo canadiense y ha sufrido dos modificaciones importantes, ambas en los últimos veinte años. La cédula actual, está diseñada a color, y posee información importante sobre su portador, como el tipo de sangre, su estatura, dónde y cuándo nació, y dónde y cuándo fue expedido este documento.
Para mi grata fortuna, me correspondió recibir, sin necesidad de renovar una versión antigua, la cédula a color y hologramas, la que conocemos coloquialmente como "la amarilla". Esa versión está vigente desde el año 2000, y la primera en recibirla entre los de mi casa, fue Marcela, quien se tomó su tiempo para tramitar ese documento.
Yo cumplía dieciocho años el 15 de Abril del 2002, queridos amigos, la edad legal para tramitar y portar obligatoriamente este documento. En ese entonces, cursaba quinto semestre en la Piloto de Girardot y me preocupaba bastante ese detalle del trámite, por una razón específica, no había registrador en propiedad en Anapoima. Sobre esos días, Yorlady me sugirió que hiciera ese trámite en Girardot.
Era obvio, respondí que no. Rotundamente. ¿Por qué?
Mucho antes de irme para Girardot a estudiar, aprendí a valorar mi tierra como es debido. Eso quería decir que amaba a Anapoima lo suficiente como para dejar el más importante de todos mis documentos afuera. Y eso que, como ustedes conocen, no fui registrado donde realmente nací, en Bogotá, por la cuestión de la residencia de mis padres. Fui registrado como nacido en Anapoima.
Ese 15 de Abril, fue Semana Santa, y hasta donde recuerdo, aparte de la misma falta de registrador en propiedad, las mismas festividades impidieron hacer el trámite. El 22, la semana siguiente, no hubo forma de tramitar mi cédula porque aún no había registrador y no podía viajar día tras día hasta Anapoima para estar pendiente de la apertura de la oficina. El siguiente lunes, el 29, hubo humo blanco y pude realizar ese ansiado trámite.
El recibir esa contraseña antes del mediodía de ese lunes me permitió saber que ya sería un ciudadano con plenitud de derechos. Aún más, el poder ejercer esos derechos en mi propia casa. No hice caso de tramitar ese documento en ningún otro lugar del país, ni siquiera en La Mesa, lugar donde nacieron mis hermanos. Quería demostrar que siempre seré de Anapoima, a pesar de que vi la luz en otro lugar.
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Hoy voté, cumpliendo el derecho y el deber implícito que me otorga portar ese plástico amarillo que el país me entrega por ser su ciudadano. Los detalles del porqué y cómo voté serán asunto de otra discusión. El real asunto que me preocupó es que algunos conocidos y paisanos, por cosas de la vida -que creo que narré antes- no pudieron votar o se enteraron muy tarde del poder hacerlo.
Hoy voté, cumpliendo el derecho y el deber implícito que me otorga portar ese plástico amarillo que el país me entrega por ser su ciudadano. Los detalles del porqué y cómo voté serán asunto de otra discusión. El real asunto que me preocupó es que algunos conocidos y paisanos, por cosas de la vida -que creo que narré antes- no pudieron votar o se enteraron muy tarde del poder hacerlo.
Muchos de mis paisanos, que por la misma vida debieron salir de su tierra a crear un futuro, tramitaron su cédula fuera de Anapoima, y en estas horas de la vida, la "buena acción" de unos cuantos por poco dejan sin votar aquí a varios conocidos, por el solo hecho de haber tramitado su documento fuera de Anapoima. Quizá con alguno o alguna de ellos haya tenido cualquier rencilla, pero no es digno de mi parte pagarla metiéndolos en ese saco. Avisé a quienes pude, es mi deber como ciudadano propender para que los demás puedan ejercer sus derechos; además, soy poco amigo de "cortarle las alas" a mis paisanos en causas fundamentales.
Así como estimulo a mi gente, familia y amigos especialmente para que no se deje ver la cara, también puedo aconsejar lo siguiente -y eso que no soy precisamente un digno consejero-: Si usted vive y tiene a su familia nuclear en una tierra determinada, y por cosas de la vida los deja para buscar un futuro, saque un día de su tiempo y tramite su cédula de ciudadanía en su tierra. Como están las cosas, en futuras elecciones seguirán los "prohombres" bloqueando inscripciones de cédulas y cazando incautos para que no voten en sus ciudades de origen. Y personalmente, es un bonito gesto con la tierra que los aloja.
Por mi parte, así como lo decidí interiormente hace algunos años, seguiré votando en Anapoima, la tierra que a su vez es mi casa, por muy lejos que esté de ella. ¿Y mi cédula? Se ha deteriorado poco a poco, quizá por descuidado, seguramente por la misma acción del tiempo. No creo que la renueve a corto plazo, la foto que está en ella es una de las pocas donde salgo "bonito" -perdonen el narcisismo-. Y esa cédula con número de siete cifras, que parece un número telefónico, es mi señal particular, la que me identifica no solo como colombiano, sino como anapoimuno.
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