Acostumbré en estos últimos años a realizar una peregrinación a una montaña cercana a casa, no solo con el fin de cumplir con mi deber espiritual, sino también por salir un poco de la rutina de las urbes y disfrutar de la naturaleza que rodea mi casa.
En años anteriores iba a San Antonio, a ascender el difícil Cerro Cristo Rey, pues allí la parroquia acostumbraba realizar el Viacrucis. Desde hace unos dos o tres años atrás, un problema de tierras impidió volver a realizar la peregrinación en San Antonio, lo cual, para algunos, resultó ser un alivio, gracias a la dificultad extrema del recorrido.
El Alto de San Judas, es una de las montañas tutelares de Anapoima, y da a su vez nombre a esa vereda. Su punto más alto está sobre los ochocientos metros sobre el nivel del mar, aproximadamente. El recorrido para llegar hasta allá es más sencillo, más apto para personas con problemas físicos. Y se eligió precisamente para facilitar la asistencia de más peregrinos a la celebración.
Hoy, casi llego tarde al punto de encuentro, en la salida hacia San Judas. Quería hacer la peregrinación de forma correcta y lo cumplí, era el trámite espiritual.
Lo mejor, lo que quiero compartirles a ustedes, viene en las siguientes líneas.
En la cima del Alto de San Judas, se pueden disfrutar de las panorámicas más preciosas de mi casa, mi Anapoima querida. De allá, se tomó una fotografía que aún conservo y la portaba en mi agenda de universidad. Ver mi meseta arrullada por los tenues rayos del sol y por las nubes me causa alegría y a la vez nostalgia. Hoy, no fue la excepción. Cierro este texto con la mejor imagen que puede capturar cualquier anapoimuno de su casa, por los siglos de los siglos:
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