martes, 15 de marzo de 2016

Chismes.

Nunca voy a entender por qué carajos a ciertas personas, sin importar el cociente intelectual o el estrato socioeconómico que tienen, les importa tanto hablar basura de uno en vez de quedarse calladitas y preocuparse por lo suyo.  Esa basura, porque suele serlo, porque en vez de construir destruye más que ácido en piel, se llama chisme, y de eso quiero hablar ahora, porque he sido víctima de esa arma mortal, no solo por parte de conocidos, también por parte de mi familia.

Anteayer, en mi "trabajo", una escoria social envuelta en la piel de un señor de edad avanzada, me trató bastante mal y se atrevió incluso a meterse con mi familia porque le dije de la mejor manera posible que hiciera el esfuerzo de cancelar la tarifa que corresponde.  No contento con la injuria verbal, me golpeó tres veces con su equipaje y como reacción, apenas le metí un empujón.  Se imaginarán ustedes que deseé golpearle y tratarle con las mismas palabras, afortunadamente no fui tan estúpido para caer en tal conducta, me iba fijo de paseo a la cárcel y con agravante.

Por ahí empezaron los problemas, porque a la Policía le dijeron que yo golpeé a ese anciano y otro pendejo disfrazado de patrullero de esa entidad incluso me amenazó con medidas radicales, a las cuales ni caso le hice.  Hasta me arrancó la cédula de los dedos, eso está pendiente, porque sé que ese tipo es enemigo declarado de cierta parte de la comunidad y sé que tarde o temprano sale corriendo de Anapoima.  De resto, el día continuó normal, aunque con ciertos incidentes -que afortunadamente no protagonicé, ni más faltaba- que matizaron el día.  Ah, otra escoria social que trabajó en el Ente Deportivo Municipal y salió de ahí porque le pillaron en conductas poco agradables para la sociedad, tuvo la desfachatez de amenazarme y de señalarme; a mí nadie me señala y aún estoy esperando que dé papaya para encararlo y cogerlo cortico para cantarle sus verdades.

Lo peor vendría la tarde de ayer.

Alguien, creo que una de esas dos escorias -bien el anciano, bien el que trabajó en la entidad aquella, bien cualquier otro u otra infeliz que se creyó con superioridad moral para decir burradas- se fue de sapo lamesuelas a la oficina decir que yo golpeé al anciano que me golpeó, y la patrona, como bien cobarde que es, llamó a preguntarme que pasó y yo simplemente, le dije la verdad.  Que como no quería pagar lo que correspondía, me trató mal y me golpeó.  Y por eso, me dijo que no viniera más a trabajar.  Antes, por lo que hago, tiene para solventar sus necesidades -que bien fuertes las tiene- y no solo para pagarme.  Todo por un hijo de puta chisme.

¿Es correcto, queridos amigos, permitir que uno como prestador de un servicio sea maltratado?

¿Es correcto, permitir que las reglas que se establecen para un trabajo se pasen por la faja por simple capricho, y máxime si existe un marco implícito que obliga a prestar un excelente servicio?

¿Y es aún más correcto, que se tomen decisiones radicales a través de chismes?

Las respuestas a las tres incógnitas son clarísimas: No es y nunca será correcto.

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Con esa noticia, sabré que no voy a tener modo de supervivencia decente de aquí hasta que resuelva lo de mi brazo derecho.  Me entristeció mucho, de acuerdo.  Por unas pocas personas, que creen que tengo que aguantar su falta de consideración por el trabajo ajeno, y que creen que porque hablo duro los trato mal, no puedo seguir trabajando en lo poco que sé.  Y todavía más, me decepcionó la actitud estúpida y falta de sentido común de mi patrona, que en vez de pensar en mejorar su rendimiento financiero para poder solventar mejor sus necesidades, le dio importancia a la grosería de ese anciano -créanme que estoy siendo demasiado benévolo con esa persona, ganas de darle su merecido aún tengo-.

Y no ha sido la primera vez que he sido objeto de chismes y habladurías, todas siempre por mi forma de ser y de ver las cosas, que siempre y por los siglos de los siglos -Amén- será seria, consecuente y lo suficientemente respetuosa para que la gente haga lo correcto.  Por esas razones, niego cualquier contacto, incluso el saludo, a varias personas de Anapoima y de afuera, para que aprendan a mantener la boca callada y a no hablar lo que no corresponde.   ¿Familiares?  También, a una ex-nuera de mi abuelo Francisco y a un tío materno los tengo en mi lista negra por andar pelando cables donde no corresponde.

No soy amigo de dar consejos, pero esta vez daré uno y lo pido como favor: No se pongan a hablar de mí donde no corresponda, fijo se ganan un enemigo para toda la vida y créanme, si los encuentro, fijo los voy a encarar y a pedirles cuentas como se lo merecen.

De mi parte, yo no soy amigo de inventarme huevonadas ni cosas incoherentes respecto a la gente.  Simplemente me fijo en lo que realmente es y punto.  Si debo hablarlas, las hablo con los que valga la pena.  Y si quieren hablar algo de mí, háganlo como las personas correctas, conmigo estando enfrente.

Por actitudes como las descritas en este escrito y en el anterior, un pueblo como Anapoima nunca verá aquello que todos definimos como progreso.  También añado ahí, el paternalismo pendejo que acompaña a buena parte de los moradores de esta meseta, pero no quiero salirme del tema.  Tanta habladuría sobre la gente y lo que hace, aparte de hacerlos merecedores de "gente sin vida propia" -¡gracias por el término, Olga!-, son generadoras de conflictos y de destrucción de personas.  Sí, queridos amigos, hasta por un chisme se han suicidado personas.

Ya estoy tomando medidas igual de consecuentes al tamaño de la decisión tomada.  Si hay que negar saludos, se negarán; si hay que evitar utilizar los servicios que ofrecía mi ahora ex-patrona, se evitarán; y si es necesario, a mi familia se incluirá en estas decisiones.  Así pago las habladurías en mi contra.  Y espero seguirlas pagando, hasta cuando aprenda la gente que de mí ni se habla mal ni se burla.

Para cerrar, comparto este lindo dicho popular:

"A los sapos los terminan aplastando"

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