Seis años y siete meses después, volví a la Provincia de Oriente. Volví a un sitio que hizo parte de mi vida en una etapa en la que se intentó buscar un rumbo fijo y fui muy bien atendido, y que por las mismas circunstancias de la vida, aprendí muchas cosas sobre mi deporte y como debía manejarlo frente a las personas a las cuales lo transmito.
Gutiérrez, aquel rincón perdido en la Cordillera Oriental, fue ese sitio donde recibí esa oportunidad. Hoy, gracias a un encargo que me pidieron en mi "trabajo" desde la semana pasada, acompañé a un compadre -conductor de mi empresa favorita- a recoger a una familia de gutierrences que deseaban pasar estos úlitmos días del año junto a un pariente nativo también de allá, pero residente en una vereda de Anapoima.
Muy a las cuatro de la mañana me encontré con aquel compadre para arrancar con despacho y pasajeros con destino Bogotá, donde finalizamos el recorrido sobre las seis y cuarto en el Terminal. Acto seguido, nos fuimos rumbo a Yomasa, sin meditar nada, para tanquear y continuar el camino hacia el Túnel de Boquerón, una de las obras maestras de la ingeniería que resaltan la actual carretera hacia los Llanos Orientales.
Cruzamos sin ningún inconveniente y mi única preocupación surgió, el pago del peaje. Por fortuna, esta carretera es nacional y no fue costosa la tarifa para el vehículo, un VW Crafter 35, de llanta sencilla. Abandonamos el peaje de Boquerón y nos dirigimos hacia Chipaque, donde lo rodeamos por la variante, para luego bajar por las peligrosas curvas de Munar y llegar a Caraza, donde desviamos para dirigirnos hacia Une.
Como en Anapoima valoraron mi conocimiento de esa región, supe elegir el trayecto de ida. La carretera entre Cáqueza y Fosca es muy angosta y peligrosa, y nos aumentaría por lo menos cuarenta minutos el recorrido hasta Gutiérrez, así que le dije a Julio -sí, ese compadre y a su vez el conductor- que no nos iríamos por Cáqueza, que por Une sería más corto el recorrido. Por Caraza nos fuimos y sufrimos un poco con las curvas cerradas de ese trayecto, el cual es el principal para llegar a ese poblado.
En Une, casi olvido la forma de salir de ahí para tomar la vía hacia Gutiérrez, y con un detalle adicional, si tomábamos esa ruta con destino fijo hacia el sur, llegaríamos a La Mesa, no a la de Juan Díaz, sino a una vereda del mismo Une donde se caracterizan por cultivar mucha papa. A pesar de que el tiempo pasa y en ocasiones las pocas señales de tránsito que hay no ayudan lo suficiente, la señal que necesitaba que estuviera en su sitio estaría ahí y eso permitió no perdernos.
Julio nunca pensó que en la primera parte de la trocha que comunica a Une con Fosca y con Gutiérrez fuera así de tenebrosa. ¿Por qué lo digo? Porque ese trayecto está bordeado primero, por un abismo monumental, y segundo, por una imponente pared de rocas y de cascajo que en ocasiones toma formas humanas y causa tanto temor porque da la impresión de derrumbarse cual castillo de naipes. Superamos eso y llegamos a la Vereda El Ramal en Fosca, donde se puede devolver hacia la cabecera citada hacia la izquierda o continuar hacia Gutiérrez hacia la derecha.
En El Ramal también tienen tradición agrícola, sobre todo con la papa, y me acusa algo de extrañeza ver dos almacenes agrícolas muy reconocidos y que venden abono de la empresa noruega Hydro. Continuamos, vemos mucha actividad por parte de los moradores de ese sector y llegamos al tramo más fastidioso y con cara de interminable, el ascenso a la Vereda California. Es el tramo más descuidado de toda la vía, hay piedras por todos lados y unas curvas pronunciadas, que junto a las viviendas dispersas a orilla y orilla, dan esa impresión.
Después de superar esa última vivienda fosqueña, ingresamos al territorio municipal de Gutiérrez. Veo con ilusión un trayecto perfetcamente pavimentado, pero una falla geológica la daña. Al menos, hay algo de pavimento. Descendemos hacia La Concepción y tomamos con mucha precaución las curvas que nos llevarían hasta Gutiérrez. Al llegar al aviso donde nos anuncian que hemos llegado allá, Julio decidió que ingresarámos al poblado, y sobre las nueve y veinte veo que sigue siendo el mismo que conocí en ese Diciembre del 2008. Él no quedó muy impresionado, decide buscar un restaurante y por poco terminamos fuera del poblado hacia el oriente, así que decidió ingresar al centro de salud para regresar al parque y encontrar una panadería.
Allá pregunté por uno de los productos típicos del Oriente, el pan de sagú, invité a que lo degustaran y todos quedaron encantados. Aproveché también para saludar a algunos conocidos en la calle y para dirigirme hacia la Alcaldía y preguntar por algunas personas, las cuales las encontré, las saludé y me despedí de ellas pronto, pues ya el tiempo apremiaba y Julio estaba listo frente al templo para ir por nuestros viajeros.
Regresamos hasta el aviso de bienvenida y debíamos dirigirnos hacia el occidente, para buscar la Vereda El Salitre, a unos cinco o seis kilómetros de Gutiérrez, por otra carretera destapada, pero en mucha mejor condición. Cruzamos quebradas, un puente militar, una escuela y llegamos a nuestro destino. Nos esperaban con cierta ansiedad, una viajera pensaba que haríamos el tránsito por Fosca y que nos demoraríamos. Por fortuna, se equivocó. Recorrimos unos metros más para recoger a los demás y nos devolvimos para recibir un ofrecimiento en forma de caldo de pollo, panes de sagú y de trigo y un "perico" -el famoso "pintado" del Eje Cafetero, un café con leche-.
Todo estaba listo y sobre las once, partimos a casa. Regresaríamos por la misma ruta, por Une, con un poco más de presteza gracias a que Julio ya "le cogió el tiro" a esa trocha. Paramos un momento para disfrutar de la vista de una cascada en Placitas. En El Ramal, un camión nos hizo detenernos momentáneamente y por un acuerdo entre nosotros y los viajeros, decidimos parar en Une para merendar. Un integrante del grupo nos sugiere evitar regresar por Caraza y nos hace tomar una ruta secundaria que antes comunicaba a Une con la antigua carretera al Llano. No noté mucha diferencia en tiempo, pero sí evitamos los peligros que representaba el paso por la vía principal, por Munar.
Llegamos a Chipaque y por poco nos equivocamos en la salida del poblado, pues a algunas calles les cambiaron el sentido para conectarse con la carretera a Villavicencio, situación que supimos sortear y llegamos sin problemas al Túnel de Boquerón. Cruzando por allí me dormí y me desperté nuevamente en Yomasa.
Ignoramos la existencia de la Avenida Ciudad de Villavicencio cuando llegamos al cruce de la Sevillana y nos podíamos haber ahorrado unos cuantos minutos de trayecto, así que debimos sufrir el eterno trancón que caracteriza la salida de Bogotá por la Autopista Sur. Bueno, ese "eterno trancón" fue causado por un incidente leve de tránsito que podía solucionarse con celeridad. En Soacha nos encontramos con el eterno caos que gobierna sus vías, pero, por las gracias de la temporada, no fue mucho tiempo el que se perdió allá.
¿Por qué por Soacha? El destino final de esos viajeros era la Vereda El Consuelo, ubicada en la vía que de Anapoima conduce a El Triunfo, Mesitas del Colegio, las veredas del oriente anapoimuno y Viotá. Por costos, no nos convenía salir por la Calle 13, tendríamos que pagar tres peajes y cruzar por el pueblo. En cambio, por la ruta de Soacha y Mesitas solo pagaríamos uno y no entrábamos a Anapoima con el expreso. Fue demasiado sencillo tomar esa decisión.
Con la decisión tomada, en el Peaje del Salto del Tequendama nos detuvo la Policía de Tránsito para un inspección rutinaria y luego de pagar el peaje, nos detuvimos en el Salto del Tequendama para contemplar lo que alguna vez fue majestuoso, esa caída del Río Bogotá y la leyenda de Bochica. Continuamos a buen ritmo nuestro recorrido e inexplicablemente, caí dormido nuevamente en Pradilla.
Ignoramos la existencia de la Avenida Ciudad de Villavicencio cuando llegamos al cruce de la Sevillana y nos podíamos haber ahorrado unos cuantos minutos de trayecto, así que debimos sufrir el eterno trancón que caracteriza la salida de Bogotá por la Autopista Sur. Bueno, ese "eterno trancón" fue causado por un incidente leve de tránsito que podía solucionarse con celeridad. En Soacha nos encontramos con el eterno caos que gobierna sus vías, pero, por las gracias de la temporada, no fue mucho tiempo el que se perdió allá.
¿Por qué por Soacha? El destino final de esos viajeros era la Vereda El Consuelo, ubicada en la vía que de Anapoima conduce a El Triunfo, Mesitas del Colegio, las veredas del oriente anapoimuno y Viotá. Por costos, no nos convenía salir por la Calle 13, tendríamos que pagar tres peajes y cruzar por el pueblo. En cambio, por la ruta de Soacha y Mesitas solo pagaríamos uno y no entrábamos a Anapoima con el expreso. Fue demasiado sencillo tomar esa decisión.
Con la decisión tomada, en el Peaje del Salto del Tequendama nos detuvo la Policía de Tránsito para un inspección rutinaria y luego de pagar el peaje, nos detuvimos en el Salto del Tequendama para contemplar lo que alguna vez fue majestuoso, esa caída del Río Bogotá y la leyenda de Bochica. Continuamos a buen ritmo nuestro recorrido e inexplicablemente, caí dormido nuevamente en Pradilla.
En la entrada de Mesitas volví a despertar y ya era trámite ese trayecto, pues Julio lo conoce bien. Llegamos a El Triunfo y después de algunas dudas, buscamos el tramo menos tortuoso para que el vehículo no sufriera en su camino a El Consuelo y Anapoima. Criticamos la desidia de las últimas administraciones colegiunas para arreglar esos kilómetros tan importantes que los comunican con nosotros. Y del límite para allá, ya quedaban pocos kilómetros para llegar a destino.
Mi mamá me había dicho por dónde debíamos entrar para dejar a nuestros viajeros y con esa idea en la cabeza, estaba la hija de Don Heriberto esperándonos para guiarnos, allá en la tienda de Don Ubaldino Rincón. Pensé que debíamos seguir vereda adentro por unos kilómetros, pero no fue así. Unos trescientos metros nos separaban de la vía principal. Hemos llegado, después de unas cinco horas de viaje. Descargamos el equipaje de nuestros viajeros y aprovechamos para descansar un poco; nos ofrecen limonada endulzada con panela y la degustamos con mucho gusto, hacía mucho calor a esa hora.
Julio negocia con Don Heriberto algunas cuestiones del viaje de regreso de sus parientes y concuerda que lo llamen el sábado para recogerlos a determinada hora el domingo. Nos despedimos y retomamos nuestro camino, para concluir que fue un largo, loco, extenuante y maravilloso viaje. Sobre las cuatro y media llegamos a casa, a mi Anapoima querida. ¿Qué puedo decir? Que a pesar de que fue muy poco tiempo el que permanecí en ese rincón olvidado por Cundinamarca y por el Estado, conocí algo más de lo que es Gutiérrez, sus paisajes, su naturaleza. Que si algún día volveré, ya es cuestión de la vida misma y de lo que me depare el año que está por llegar.
Mi mamá me había dicho por dónde debíamos entrar para dejar a nuestros viajeros y con esa idea en la cabeza, estaba la hija de Don Heriberto esperándonos para guiarnos, allá en la tienda de Don Ubaldino Rincón. Pensé que debíamos seguir vereda adentro por unos kilómetros, pero no fue así. Unos trescientos metros nos separaban de la vía principal. Hemos llegado, después de unas cinco horas de viaje. Descargamos el equipaje de nuestros viajeros y aprovechamos para descansar un poco; nos ofrecen limonada endulzada con panela y la degustamos con mucho gusto, hacía mucho calor a esa hora.
Julio negocia con Don Heriberto algunas cuestiones del viaje de regreso de sus parientes y concuerda que lo llamen el sábado para recogerlos a determinada hora el domingo. Nos despedimos y retomamos nuestro camino, para concluir que fue un largo, loco, extenuante y maravilloso viaje. Sobre las cuatro y media llegamos a casa, a mi Anapoima querida. ¿Qué puedo decir? Que a pesar de que fue muy poco tiempo el que permanecí en ese rincón olvidado por Cundinamarca y por el Estado, conocí algo más de lo que es Gutiérrez, sus paisajes, su naturaleza. Que si algún día volveré, ya es cuestión de la vida misma y de lo que me depare el año que está por llegar.