martes, 29 de diciembre de 2015

De vuelta a Gutiérrez.

Seis años y siete meses después, volví a la Provincia de Oriente.  Volví a un sitio que hizo parte de mi vida en una etapa en la que se intentó buscar un rumbo fijo y fui muy bien atendido, y que por las mismas circunstancias de la vida, aprendí muchas cosas sobre mi deporte y como debía manejarlo frente a las personas a las cuales lo transmito.

Gutiérrez, aquel rincón perdido en la Cordillera Oriental, fue ese sitio donde recibí esa oportunidad.  Hoy, gracias a un encargo que me pidieron en mi "trabajo" desde la semana pasada, acompañé a un compadre -conductor de mi empresa favorita- a recoger a una familia de gutierrences que deseaban pasar estos úlitmos días del año junto a un pariente nativo también de allá, pero residente en una vereda de Anapoima.

Muy a las cuatro de la mañana me encontré con aquel compadre para arrancar con despacho y pasajeros con destino Bogotá, donde finalizamos el recorrido sobre las seis y cuarto en el Terminal.  Acto seguido, nos fuimos rumbo a Yomasa, sin meditar nada, para tanquear y continuar el camino hacia el Túnel de Boquerón, una de las obras maestras de la ingeniería que resaltan la actual carretera hacia los Llanos Orientales.

Cruzamos sin ningún inconveniente y mi única preocupación surgió, el pago del peaje.  Por fortuna, esta carretera es nacional y no fue costosa la tarifa para el vehículo, un VW Crafter 35, de llanta sencilla.  Abandonamos el peaje de Boquerón y nos dirigimos hacia Chipaque, donde lo rodeamos por la variante, para luego bajar por las peligrosas curvas de Munar y llegar a Caraza, donde desviamos para dirigirnos hacia Une.

Como en Anapoima valoraron mi conocimiento de esa región, supe elegir el trayecto de ida.  La carretera entre Cáqueza y Fosca es muy angosta y peligrosa, y nos aumentaría por lo menos cuarenta minutos el recorrido hasta Gutiérrez, así que le dije a Julio -sí, ese compadre y a su vez el conductor- que no nos iríamos por Cáqueza, que por Une sería más corto el recorrido.  Por Caraza nos fuimos y sufrimos un poco con las curvas cerradas de ese trayecto, el cual es el principal para llegar a ese poblado.

En Une, casi olvido la forma de salir de ahí para tomar la vía hacia Gutiérrez, y con un detalle adicional, si tomábamos esa ruta con destino fijo hacia el sur, llegaríamos a La Mesa, no a la de Juan Díaz, sino a una vereda del mismo Une donde se caracterizan por cultivar mucha papa.  A pesar de que el tiempo pasa y en ocasiones las pocas señales de tránsito que hay no ayudan lo suficiente, la señal que necesitaba que estuviera en su sitio estaría ahí y eso permitió no perdernos.

Julio nunca pensó que en la primera parte de la trocha que comunica a Une con Fosca y con Gutiérrez fuera así de tenebrosa.  ¿Por qué lo digo?   Porque ese trayecto está bordeado primero, por un abismo monumental, y segundo, por una imponente pared de rocas y de cascajo que en ocasiones toma formas humanas y causa tanto temor porque da la impresión de derrumbarse cual castillo de naipes.  Superamos eso y llegamos a la Vereda El Ramal en Fosca, donde se puede devolver hacia la cabecera citada hacia la izquierda o continuar hacia Gutiérrez hacia la derecha.

En El Ramal también tienen tradición agrícola, sobre todo con la papa, y me acusa algo de extrañeza ver dos almacenes agrícolas muy reconocidos y que venden abono de la empresa noruega Hydro.  Continuamos, vemos mucha actividad por parte de los moradores de ese sector y llegamos al tramo más fastidioso y con cara de interminable, el ascenso a la Vereda California.  Es el tramo más descuidado de toda la vía, hay piedras por todos lados y unas curvas pronunciadas, que junto a las viviendas dispersas a orilla y orilla, dan esa impresión.

Después de superar esa última vivienda fosqueña, ingresamos al territorio municipal de Gutiérrez.  Veo con ilusión un trayecto perfetcamente pavimentado, pero una falla geológica la daña.  Al menos, hay algo de pavimento.  Descendemos hacia La Concepción y tomamos con mucha precaución las curvas que nos llevarían hasta Gutiérrez.  Al llegar al aviso donde nos anuncian que hemos llegado allá, Julio decidió que ingresarámos  al poblado, y sobre las nueve y veinte veo que sigue siendo el mismo que conocí en ese Diciembre del 2008.  Él no quedó muy impresionado, decide buscar un restaurante y por poco terminamos fuera del poblado hacia el oriente, así que decidió ingresar al centro de salud para regresar al parque y encontrar una panadería.

Allá pregunté por uno de los productos típicos del Oriente, el pan de sagú, invité a que lo degustaran y todos quedaron encantados.  Aproveché también para saludar a algunos conocidos en la calle y para dirigirme hacia la Alcaldía y preguntar por algunas personas, las cuales las encontré, las saludé y me despedí de ellas pronto, pues ya el tiempo apremiaba y Julio estaba listo frente al templo para ir por nuestros viajeros.

Regresamos hasta el aviso de bienvenida y debíamos dirigirnos hacia el occidente, para buscar la Vereda El Salitre, a unos cinco o seis kilómetros de Gutiérrez, por otra carretera destapada, pero en mucha mejor condición.  Cruzamos quebradas, un puente militar, una escuela y llegamos a nuestro destino.  Nos esperaban con cierta ansiedad, una viajera pensaba que haríamos el tránsito por Fosca y que nos demoraríamos.  Por fortuna, se equivocó.  Recorrimos unos metros más para recoger a los demás y nos devolvimos para recibir un ofrecimiento en forma de caldo de pollo, panes de sagú y de trigo y un "perico" -el famoso "pintado" del Eje Cafetero, un café con leche-.

Todo estaba listo y sobre las once, partimos a casa.  Regresaríamos por la misma ruta, por Une, con un poco más de presteza gracias a que Julio ya "le cogió el tiro" a esa trocha.  Paramos un momento para disfrutar de la vista de una cascada en Placitas.  En El Ramal, un camión nos hizo detenernos momentáneamente y por un acuerdo entre nosotros y los viajeros, decidimos parar en Une para merendar.  Un integrante del grupo nos sugiere evitar regresar por Caraza y nos hace tomar una ruta secundaria que antes comunicaba a Une con la antigua carretera al Llano.  No noté mucha diferencia en tiempo, pero sí evitamos los peligros que representaba el paso por la vía principal, por Munar.

Llegamos a Chipaque y por poco nos equivocamos en la salida del poblado, pues a algunas calles les cambiaron el sentido para conectarse con la carretera a Villavicencio, situación que supimos sortear y llegamos sin problemas al Túnel de Boquerón.  Cruzando por allí me dormí y me desperté nuevamente en Yomasa.

Ignoramos la existencia de la Avenida Ciudad de Villavicencio cuando llegamos al cruce de la Sevillana y nos podíamos haber ahorrado unos cuantos minutos de trayecto, así que debimos sufrir el eterno trancón que caracteriza la salida de Bogotá por la Autopista Sur.  Bueno, ese "eterno trancón" fue causado por un incidente leve de tránsito que podía solucionarse con celeridad.  En Soacha nos encontramos con el eterno caos que gobierna sus vías, pero, por las gracias de la temporada, no fue mucho tiempo el que se perdió allá.

¿Por qué por Soacha?  El destino final de esos viajeros era la Vereda El Consuelo, ubicada en la vía que de Anapoima conduce a El Triunfo, Mesitas del Colegio, las veredas del oriente anapoimuno y Viotá.  Por costos, no nos convenía salir por la Calle 13, tendríamos que pagar tres peajes y cruzar por el pueblo.  En cambio, por la ruta de Soacha y Mesitas solo pagaríamos uno y no entrábamos a Anapoima con el expreso.  Fue demasiado sencillo tomar esa decisión.

Con la decisión tomada, en el Peaje del Salto del Tequendama nos detuvo la Policía de Tránsito para un inspección rutinaria y luego de pagar el peaje, nos detuvimos en el Salto del Tequendama para contemplar lo que alguna vez fue majestuoso, esa caída del Río Bogotá y la leyenda de Bochica.  Continuamos a buen ritmo nuestro recorrido e inexplicablemente, caí dormido nuevamente en Pradilla.

En la entrada de Mesitas volví a despertar y ya era trámite ese trayecto, pues Julio lo conoce bien.  Llegamos a El Triunfo y después de algunas dudas, buscamos el tramo menos tortuoso para que el vehículo no sufriera en su camino a El Consuelo y Anapoima.  Criticamos la desidia de las últimas administraciones colegiunas para arreglar esos kilómetros tan importantes que los comunican con nosotros.  Y del límite para allá, ya quedaban pocos kilómetros para llegar a destino.

Mi mamá me había dicho por dónde debíamos entrar para dejar a nuestros viajeros y con esa idea en la cabeza, estaba la hija de Don Heriberto esperándonos para guiarnos, allá en la tienda de Don Ubaldino Rincón.  Pensé que debíamos seguir vereda adentro por unos kilómetros, pero no fue así.  Unos trescientos metros nos separaban de la vía principal.  Hemos llegado, después de unas cinco horas de viaje.  Descargamos el equipaje de nuestros viajeros y aprovechamos para descansar un poco; nos ofrecen limonada endulzada con panela y la degustamos con mucho gusto, hacía mucho calor a esa hora.

Julio negocia con Don Heriberto algunas cuestiones del viaje de regreso de sus parientes y concuerda que lo llamen el sábado para recogerlos a determinada hora el domingo.  Nos despedimos y retomamos nuestro camino, para concluir que fue un largo, loco, extenuante y maravilloso viaje.  Sobre las cuatro y media llegamos a casa, a mi Anapoima querida.  ¿Qué puedo decir?  Que a pesar de que fue muy poco tiempo el que permanecí en ese rincón olvidado por Cundinamarca y por el Estado, conocí algo más de lo que es Gutiérrez, sus paisajes, su naturaleza.  Que si algún día volveré, ya es cuestión de la vida misma y de lo que me depare el año que está por llegar.

martes, 8 de diciembre de 2015

Día de las Velitas.

Anoche, como en todos estos años que he vivido y con uso de razón, no pasé por alto esta bella noche que marca el inicio de la temporada de Navidad.  El "Día de las Velitas", es la víspera de la Inmaculada Concepción, el día que según la creencia católica María -madre de Jesús- no fue alcanzada por el pecado original, permaneciendo libre de todo pecado a diferencia de los demás seres humanos.

En la noche que corresponde a ese día, todos suelen encender al menos una barrita de parafina, por lo general de colores y con un cordel dentro de ella; a esa barrita la conocemos como vela.  Algunos de nosotros, quizá con mayor pudiencia y capacidad artística, construían farolitos para ser encendidos en esa noche; sé que en un poblado del Quindío llamado Quimbaya hay una fiesta alrededor de ellos.

Yo solía disfrutar mucho de esta fecha, pero, conforme han pasado los años, la indiferencia e incluso la tristeza han minado el placer personal por esta linda fecha.  Arrastré algo de preocupación gracias a que mi padre y mi abuelo están con problemas de salud, con mayor gravedad para mi abuelo, pues está hospitalizado en Bogotá y ya tiene un serio pronóstico sobre su futuro en este mundo; ojalá no se cumpla en estas fechas, me dolerá bastante.

También vinieron los malos recuerdos de todas las afrentas y ofensas que he recibido en mi vida.  Los malos recuerdos de la Piloto, de mis trabajos, hasta de mi pobre vida sentimental.  Como para variar, el municipio hizo gala de su "poder económico" y de su "culto a la personalidad" inaugurando el acostumbrado alumbrado navideño que, pese a la recomendación del gobierno nacional por la situación climática del país, resultó ser demasiado ostentoso.  De eso ya he hablado en otra parte.

Estuve buena parte de la noche en el centro, solo, esperando qué hacer y a quién encontrar.  Se presentaron en esa dichosa inauguración los grupos culturales: el de música andina, los de danzas y por último, la Banda.  En buena parte de esos actos, preferí mantenerme conectado a través del Lumia, lejos de la tarima, escuchando algo de música e interactuando en las redes sociales.  Me canso de estar sentado y caminé un rato por el parque, para luego volver a sentarme, al observar algunos rostros conocidos por ese sector.

Esperé a que terminara todo para dar otra vuelta, saludar y agradecer a alguien que se preocupó por mí cuando supo lo de la golpiza aquella de Septiembre, y regresar pronto a casa.  No lo hice.  Robinson apareció de la nada, pues estaba en un ciclopaseo que organizaron los entusiastas del ciclomontañismo para la tarde.  Con él me quedé un buen rato y conversamos cosas muy puntuales; terminé incluso con algo de cereal y una deliciosa merienda que alegró la noche.

Eran las nueve y veinte de la noche, quizá algo más y decido regresar a casa.  Pasando por un bar, vi varias velas apagadas, intento encender una pero el esfuerzo y el viento no lo permiten.  Decidí llevarme una de ellas, de color rosado, a casa.  Llego y veo las pocas que encendieron mi mamá y mi hermana consumirse, descargo mis cosas y me dispongo a encender esa velita.

Me quedé cerca a ella, recostado en el piso, viendo como cumplía su fin de consumirse y aportar su luz para la vigilia de esta celebración.  Yo solo clamaba en silencio que todo ese odio que mucha gente -paisanos en especial- me carga se esfume, al igual que mis pesares y mis vergüenzas.  Solo clamaba que ese regalo tan preciado que he pedido en cuatro años llegara.  Y pasadas las diez, la velita se consumió sobre un pedazo de madera que coloqué para no estropear el piso.

Sobre la medianoche, decidí dormir y despedir este día.  ¿Lindo fue?  No tanto, pueden deducirlo.  Lo cierto es que poco a poco la luz de vela que me ilumina, puede irse a otro lugar.  Tantas cosas malas que he visto y vivido no me dejan demasiada ilusión para seguir.

martes, 1 de diciembre de 2015

Adiós, Saludcoop.

Hoy la entidad promotora de salud que más recordación tuvo entre los colombianos desapareció.  Veintiún años de vida duró siendo la empresa líder de un esquema diseñado por la famosa Ley 100 y sus consecuentes falencias.

Recuerdo bien que mi mamá, por su trabajo, eligió esa EPS para ella y para nosotros, por allá en 1995, desafiliándose del emproblemado Seguro Social.  No podíamos ser atendidos en Anapoima, por lo general seríamos siempre atendidos en La Mesa en un centro médico particular, aunque en algunas ocasiones nos atendieron en el Centro de Salud que siempre ha existido aquí.  En el 2001, Saludcoop decidió invertir en la construcción de una clínica propia en La Mesa, la cual aglutinaría la atención de buena parte de sus afiliados en el Tequendama.

Para los años de universidad, no solía solicitar atención en La Mesa, utilizaba el servicio que me brindaba la Piloto para sus estudiantes, tanto en Girardot como en Bogotá, hasta que un buen día salí de allá y por la cuestión de la edad, se tuvo que pagar la salud aparte para mí.  Ahí fue donde empecé a valorar a Saludcoop lo suficiente como para que haga parte de mi historia.

Por Saludcoop, aparte de las revisiones médicas de rutina, tuve las tres cirugías que me han realizado en mi vida, una de ellas importante tanto para mi bienestar físico como para mi propia funcionalidad.  Por Saludcoop, he tenido viajes bastante llenos de gratitud y de rabia.  Por Saludcoop, hasta Don Norman se ha preocupado por mí.

En esa década pasada, uno de sus directivos, apellidado Palacino, se enriqueció a costa de la empresa y de los aportes que le hacía el sistema de salud desde el gobierno, de una forma vil e infame.  Los entes de control le encontraron tal desfalco en el 2010, causando su intervención gubernamental en el 2011.  Poco a poco, salían a la luz todos los problemas financieros de Saludcoop y hace pocos días, se decidió su liquidación.

Fue un ejemplo empresarial al querer tocar las puertas del pueblo colombiano que no vive en las grandes ciudades, meta que logró; pero el afán de poder de sus directivos, uno de ellos con nombre propio, y los errores que tiene la ley, que corruptamente aprovecharon otros tantos desalmados que jugaron con la salud de los colombianos, le dieron un entierro de tercera.  Todos sus afiliados fueron automáticamente trasladados a Cafesalud, otra EPS que se integró al Grupo Empresarial Saludcoop en su tiempo y que también vive su propio calvario.

Así, le digo adiós a una empresa que hizo parte de mi vida.  Ojalá la próxima EPS que elija me brinde las mismas satisfacciones y me ofrezca la misma confianza que tuve cuando Saludcoop estuvo para mí.