martes, 29 de noviembre de 2016

Setenta y una estrellas en el cielo.


Anoche, faltando muy pocos kilómetros para aterrizar en el Aeropuerto José María Córdova, un avión de matrícula boliviana afiliado a la aerolínea LaMia, se estrelló en las agrestes montañas del Oriente Antioqueño, más exactamente en Cerro Gordo, en el municipio de La Unión.

En ese avión, viajaba buena parte de la Asociación Chapecoense de Fútbol, equipo brasilero afincado en la ciudad de Chapecó, estado de Santa Catalina.  Ellos, solo querían disfrutar y hacer realidad un sueño, jugar y ganar su primera final de competición internacional continental, la Copa Sudamericana ante Atlético Nacional.

Setenta y seis personas, entre futbolistas, directivos, cuerpo técnico, periodistas y tripulantes, dejaron su vida en las faldas boscosas de esa montaña, diciéndole adiós al sueño que nunca se imaginaron alcanzar en tan poco tiempo.

Se van como héroes, con el aprecio y cariño que se ganaron de todos nosotros, no solo los hinchas de Nacional, quienes esperábamos una gran serie contra un excelente rival, sino todos los buenos hinchas de todos los equipos del fútbol colombiano y del fútbol del mundo.  Es una pérdida irreparable, pero Chapecoense saldrá adelante y seguirá alegrando las vidas de todos aquellos que pueblan esta ciudad agropecuaria en el Brasil.

Como lo dice el título, y lo dijo también un periodista chapecoense al enterarse de esta triste noticia, "íbamos por una estrella y volvemos con setenta y una, en el cielo".

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Actualización de última hora: Gracias a las noticias y lo que se conoció horas después en el Brasil, de las ochenta y un personas que viajarían hacia Medellín solo abordaron setenta y siete personas, por razones que muchos desconocemos.  De esas setenta y siete, sobrevivieron seis.  Por esta razón el título original de este escrito ha cambiado y la frase que lo cerraba, han cambiado.

La frase de esta triste semana.

"El sueño terminó esta madrugada".

Estas fueron las palabras de uno de los dos delegados de la Asociación Chapecoense de Fútbol al conocer la magnitud del accidente de aviación que sufrió la plantilla de jugadores, el cuerpo técnico, algunos directivos, algunos periodistas y varios invitados especiales en la noche de ayer en las montañas del Oriente Antioqueño.

martes, 1 de noviembre de 2016

Noche mágica, noche alegre.

Ayer se celebraba Halloween, que en estos lados se le quitó el sentido oscuro, maligno y diabólico para dejarlo como el "Día de los Niños".  Se acostumbra siempre ponerse un disfraz y celebrar, y en el caso de los más pequeños, ellos acostumbran salir por las calles y pedir dulces a los vecinos o a la gente que se cruza en su ruta.  Por supuesto, aquí no fue la excepción.

En estos últimos años de administraciones liberales, este municipio ha acostumbrado hacer una fiesta especial para los niños, donde se instalan algunos juegos y los mismos funcionarios y contratistas de la administración municipal reparten dulces a los niños que asistan.  Algunos comerciantes, en sus negocios, también participan en la repartición, y algunos adultos, dentro del halo de la nostalgia, también se disfrazan e incluso participan de la tradición.

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Yo tuve un día agitado.  Madrugué lo suficiente, lidié con algunas situaciones y terminé temprano.  Fue satisfactorio.  Al haber despuntado la mañana, alguien dejó en el trabajo dos bolsas de dulces para repartir y un trabajador cedió la que le entregaron aduciendo el no gustarle esos confites.  Cuando terminé y entregué cuentas, pedí llevarme una de las bolsas para repartirla cuando fuese hacia el centro.  Otra la dejé abierta y lista por si los niños llegaban temprano a pedir.  Así, con el panorama planteado, fui a cortarme el cabello y regresé a casa con un atardecer bastante oscuro; sobre las dos pensé que llovería en Anapoima, tronó, venteó y el cielo hacia el oriente me hicieron pensarlo.

Tenía la seria intención de disfrazarme, así fuese con las combinaciones que podía darme mi propia ropa para ese fin, pero al ducharme desistí.  Ceno y con algo del cansancio haciendo residuos en mi físico, de nuevo regreso al centro y a cada paso veo más personas disfrazadas, tanto niños como jóvenes y adultos.  Ya venía armado con la bolsa y paro en el parque, para proseguir hacia el Polideportivo, el cual vi vacío e inmediatamente me devuelvo.

En el parque, decido abrir la bolsa y repartir los dulces, iniciando con los niños de algunos conocidos.  En un santiamén acabé esa bolsa, cerca al supermercado.  Compré otra bolsa y en la misma puerta del supermercado se arremolinaron muchos niños y otros tantos padres de familia y en otro santiamén se fue.  Haciendo caso al corazón y al sentido común, fui por otra bolsa y ni siquiera me dejaron avanzar cinco metros respecto a la puerta, muchos niños esperaron por sus dulces.  También, con rapidez, se fue la otra bolsa, ya fueron tres en total.

Pensé en ese momento en el bien que había hecho, en mi propia niñez y en cómo esas pocas veces donde podía salir a pedir dulces eran fructíferas.  Había olvidado dejar dos cosas en el trabajo y fui a dejarlas como corresponde, aproveché para pedir la otra bolsa y terminar con la tarea, no sin antes ingresar a una tienda de conveniencia -se llama "Justo y Bueno"- para aprovisionarme de otra bolsa por si se acababa la que retiré.  El gasto ya se había hecho, solo había que dejar con una sonrisa a los niños.

En cierto momento, por poco me alteran porque como en algún momento lo comenté, la gente -los niños y jóvenes en esa noche- no sabían pedir.  Abusivamente metían las manos frente a mi humanidad para arrebatarme un dulce.  Apenas podía dar de a uno o de a dos para poder dejarle algo a los demás en la correría.  La bolsa se acabó y ya podía cantar victoria, el mal momento había pasado.

Cuando recorro el parque, me encuentro con algunos conocidos y los saludo, hasta llegar a donde estaba Robinson, quién sí se disfrazó, de un mimo bien parecido a Marcel Marceau.  Le ofrecí algo de tomar y fui de nuevo al supermercado, aunque ya con un inconveniente, ya había algo de fila en las cajas.  Regreso y veo algunas caras por ahí y entrego unos pocos dulces, la fiesta estaba finalizando.  Me senté y conversé con algunos camaradas sobre deporte y cosas por ahí, mientras contemplaba de reojo cómo todos aquellos que asistieron a esa fiesta regresaban a sus casas.  Al poco tiempo, pasé por otro lugar, donde recibí una cerveza, y como ustedes saben, no bebo alcohol ni demasiado ni con frecuencia, así que fue suficiente para recuperar las ganas de descansar y así regresé a casa.

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Al cruzar el largo camino a casa desde el centro, me sentí muy contento por lo que hice.  Quizá, desde antes de regresar.  Me sentí, como en aquella ocasión con esa persona, empeñado en retribuirle en otras personas lo que muchos han hecho por mí.  El haber gastado esa suma de dinero no importó.  Fui niño y recibí muchas cosas que a duras penas podía conseguir con mis propios medios.  Quería unirme a la fiesta como los demás pudieron hacerlo, disfrazados, con las caras pintadas, con una máscara, pero no se pudo, en otra ocasión se podrá, personalmente no soy muy devoto de los disfraces.

Mi alma y mi conciencia están tranquilas y felices por ese acto de fe y de generosidad de anoche.  Lo repetiré sin pena ni limitación alguna.  Es algo que puedo hacer antes de que llegue la hora, si llega.  Por último, cierro con este texto que dejé plasmado en otra red social:

"Trece mil pesos.  Más de cuatrocientos dulces repartidos.  Ver a los niños de mi casa felices no tiene precio".