lunes, 30 de enero de 2017

El paseo más largo de mi vida: Parte VII - El largo regreso a casa.

Sábado.  La tierra llama y era hora de cerrar esta etapa.  Increíblemente, mi reloj biológico me traiciona y no pude despertarme a la hora que tenía planeada, además, me preocupé por no tener ropa limpia lista, lo que afortunadamente solo quedó en susto.  Entrego mi cuarto y arranco para el Terminal, pasadas las siete, con el fin de buscar un móvil que me transportase hacia San Sebastián de Mariquita, ya en el Tolima.

Perdí la opción de viajar en Empresa Arauca, quería probar un nuevo servicio de camionetas que cubrirían las rutas hacia el Magdalena Caldense, así que debía buscar otras opciones sobre las siete de la mañana, apareciendo una camioneta Hyundai de la Gran Transportadora Río Tax, que tendría como destino La Dorada.  No quedaban sillas en el costado izquierdo ni adelante, y la única disponible, era atrás, hacia el costado derecho, la cual no es de mi completa preferencia, pero existiendo la premura como existió, no hubo más forma, a las siete y cuarto partí de Manizales.

No puse demasiada atención al recorrido, escasamente disfruté el paisaje montañoso que marca la salida de Manizales hacia el oriente, donde se bordea el Parque Nacional de Los Nevados y el ingreso al Departamento del Tolima.  Paramos en un sitio llamado Mesones, donde abundan unos paradores de precios poco asequibles para la mayoría de los bolsillos, apenas pude comer algo durante la parada, que duró unos veinte minutos.  De ahí para allá, el descenso es bastante peligroso, cruzando por sitios como Padua, Petaqueros -donde se desvía hacia poblados como Pensilvania o Manzanares- o el mismo Fresno, ciudad tolimense ajena a las costumbres propias del resto del departamento y más afín a las del resto del Eje Cafetero.

Seguimos el descenso y solo faltaban unas cuantas curvas peligrosísimas para llegar a la primera escala técnica del recorrido.  A Mariquita llegué pasadas las diez y cuarto y la idea aquí era esperar un móvil de una empresa que no fuese Rápido Tolima para llegar hasta Ibagué.  Ahí quiero hacer una acotación, el personal de esa empresa me abordó una primera vez para ofrecerme sus servicios, a lo que me negué educadamente, y esperé con mucha paciencia el móvil de Flota La Macarena que vendría desde Honda, el cual ya había cruzado antes de que llegar allá; minutos después, volvieron a abordarme los de Rápido Tolima, pero como ya había contestado que no anteriormente, contesté negativamente con vehemencia, a lo cual respondieron con actitud muy negativa, y aún más convencido terminé de no viajar con ellos, contando aparte la mala fama que tienen.

Al instante, apareció una imagen milagrosa ante mí.  Un móvil de Cootranstol que viajaría hasta Girardot paró.  Confirmé su destino final y al preguntar cuánto costaba, respondí que cómo iban a cobrar más que la suma del viaje hasta Ibagué y de ahí hasta Girardot, dejando claro que solo le pagaría ese valor, diecinueve mil pesos.  La tripulación, sin argumentos para refutar, accede y abordo de una buena vez para partir inmediatamente.  Había llovido en esa región y no se imaginan el calor tan sofocante que empezaba a notarse en cada parte del recorrido.

Lo único criticable de la ruta es que el móvil entró a cada poblado que cruzaba, pasó por Guayabal, por Lérida e ingresó a los parques de Venadillo y de Alvarado.  En Venadillo se demoró unos diez minutos parado.  No recogió demasiados pasajeros, ni siquiera para Ibagué.  A Ibagué llegó sobre la una y viendo que solo me tenía como pasajero para llegar a Girardot, me transborda a otro móvil que estaba listo para partir, con mayor ocupación.  De ahí parto faltando sobre la una y cuarenta y cinco, recorriendo el antiguo trayecto -ingresando a Chicoral- y con alguna noción de tiempo perdida, llego al Espinal donde intentaron transbordarme a otro móvil, ¡lo cual lograron!  Así, llegué a Girardot, pasadas las tres.

Por la demora en la salida, seguramente no alcanzaría a tomar el móvil de Flota Águila que saldría hacia Bogotá, y efectivamente sucedió.  Aproveché para hacer alguna compra en el Éxito que queda al otro lado de la Carrera 12 y volví para adquirir el tiquete, pero en otro móvil de Flota Águila que tendría salida sobre las cuatro de la tarde, un Non Plus Ultra sobre Chevrolet NPR Reward que entre semana cubre las rutas desde el Portal de la 80 hasta El Rosal y Subachoque.  Salimos y como es costumbre, cada uno de los cincuenta y tres kilómetros que separan Girardot de Anapoima hacen de los recuerdos, todo.

Pasadas las cinco, la última curva montañosa que marca la entrada de Anapoima por el sur, me llenó de alegría.  Mi casa, la que había dejado seis noches atrás, de nuevo me recibe.  Cansado y con muchas ganas de dormir, recorro los últimos metros que faltaban para llegar a casa.  En la estación de servicio desciendo y con la satisfacción de haber disfrutado el viaje más largo de mi vida, llego a casa, donde la rutina volvería poco a poco.

¿Volvería a Medellín?  Quizá.  En unos cuantos meses, otra buena noticia proveniente de allá vendría.  Solo Dios supo qué pasaría.  En fin, a todos aquellos que me acompañaron en cada escala del viaje, mis agradecimientos sinceros y muchas bendiciones para sus vidas; ojalá pueda volverlos a ver.

domingo, 29 de enero de 2017

El paseo más largo de mi vida: Parte VI - Chinchiná y Villamaría.

Después de haber descansado un poco del trajín –y de la resaca del día anterior en Medellín-, y pasar una maravillosa noche en Manizales, al siguiente día planeé visitar una importante población cerca a la capital caldense, supremamente reconocida por su producción cafetera. Me refiero a Chinchiná.

Sobre las nueve de la mañana, arribo a la Terminal de Transporte de Manizales y busco la taquilla de Empresa Arauca.  Abordo un móvil -buseta de diecinueve pasajeros- que tenía como destino Pereira, pero no realizaría el recorrido acostumbrado para salir hacia la capital risaraldense.  Tomaría la carretera antigua, por el famoso sector de La Siria, recorrido de calzada sencilla y perfectamente evocador de lo que es el paisaje cafetero.

Transcurridos veinte minutos, me encuentro con la entrada de Cenicafé, sitio insignia de los cafeteros de nuestro país, señal inequívoca que Chinchiná se encuentra a pocos metros de ahí.  Llegamos, desciendo del vehículo y me encuentro con una población algo desordenada, pegada a una carretera nacional muy importante -de ahí se sale hacia Pereira y a Medellín sin cruzar por Manizales- y lo primero que hago allá, es buscar desayuno en una panadería cercana.

Salgo, y recorro Chinchiná por la parte más cercana a la carretera y paso al otro lado de ella para conocer algo de sus barriadas.  No me impresioné demasiado, pero encontré un vendedor ambulante bastante simpático ofreciendo en tono cantado una bebida de la que poco o nada sabía.  Le pregunté qué es y me dijo "es trabuco".  El trabuco -no confundir con el arma- es una bebida a base de leche y huevos, similar a un ponche, popular en el norte del Valle y algunos poblados del Eje Cafetero.  Me animé a tomar un vaso y el vendedor me contó que a esa bebida se le suele agregar licor, a lo cual me asusté y le pregunté que si a esta hora le echaba trago, pero supo aclararme que a esta hora su trabuco no contiene ningún licor; igual le sentí algo de sabor a vainilla y de cierto modo, me gustó.

Regreso a la carretera y mi objetivo ahora es adentrarme hacia el centro de Chinchiná.  Aparte del desorden que vi de entrada, el paisaje urbano cambiaba un poco, hacia una ciudad ordenada, tranquila, propia del auge cafetero.  Me encuentro con un parque central inmenso y con una basílica igual de imponente.  Ambos sitios los recorro con calma.  Luego, me dirijo hacia la Plaza de Mercado, donde me encuentro otro paisaje propio del Eje Cafetero, las aceras llenas de jeeps parqueados esperando turno para viajar hasta las montañosas veredas de Chinchiná.

Sigo recorriendo el poblado y me encuentro, de repente, con la salida hacia Manizales, donde divisé un microbús proveniente de La Mesa, con muchos paisanos a bordo, intenté saludarlos, pero no me notaron.  Prosigo y me encuentro en el paradero de buses, mi punto de partida, donde conozco los sitios donde podría, si lo deseaba, partir hacia Medellín, hacia Pereira, hacia Cali y así.  Sobre el mediodía, decido regresar, regreso en otro móvil de Empresa Arauca, pero me encuentro con otro triste lunar en el viaje.  Un indigente, me pide monedas por la ventanilla de la buseta, al instante la cierro, ya que detesto dar limosnas y por algo así me robaron un reloj hace muchos años; de inmediato, el tipo se hizo el golpeado y me insultó, a lo que no le hice caso, de nada sirve ganarse las cosas con esfuerzo como para que unos cuantos parásitos intenten "vivir de la caridad ajena".  Con esa imagen dejé Chinchiná y pensé por qué gente así afea los sitios donde los turistas deben tomar su transporte para regresar a casa.

Quizá me haya insolado en el recorrido, pero fue cierto que me dormí y a cierta hora, ya estaba de vuelta en Manizales.  Decido regresar al hotel, para descansar otro rato y pensar en el siguiente itinerario.

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El año pasado había dejado pendiente pasar por Villamaría, así que en esta ocasión podía ir y como suelo decidir rápido para resolver lo que se deja pendiente, pues pasadas las dos ya estaba de nuevo en el Terminal de Manizales.  No para tomar otro bus, por supuesto.  El Cable Aéreo sería mi medio de transporte y esta vez, no subiría hasta Manizales, bajaría hasta el otro extremo de la línea.  Allá queda Villamaría.  La línea del cable me dejaría en la estación, a una calle de su parque principal.

Bien, el plan era igual de sencillo que en Chinchiná, recorrer y conocer.  Paso por paso, conozco su parque, su templo, tomo fotos, una que otra escena, hasta que me adentro un poco hacia sus barriadas.  En el camino, me encuentro con un local donde ofrecen los famosos chorizos de Villamaría, y como ya tuve una experiencia deliciosa degustando los chorizos santarrosanos -los de Santa Rosa de Cabal, llevé un paquete cuando viajé a Pereira y ya fueron historia- pregunté si tenían y por supuesto, me llevé dos paquetes para el regreso.  En el mismo local observé fotografías de famosos que degustaron ese manjar, incluyendo a un divertido y polémico ex-presidente.

Llegando a las barriadas, observo una o dos chicas muy lindas, pero no me detengo, continúo mi camino, pero no puedo dejar pasar por alto un comentario muy anecdótico que me contó un morador de Villamaría respecto a la belleza, creo que dijo "huy, aquí usted ve niñas muy lindas".  No supe si reírme o avergonzarme.  Lo cierto es que ya la tarde caía poco a poco y pasadas las cuatro decido regresar a Manizales, pero no por el cable, sino como muchos lo hacían antes, en bus.

Tomo el bus urbano de Expreso Sideral y como ustedes supondrán, deberá retar la agreste topografía de Manizales para subir hasta su parte céntrica.  Rodeamos el Terminal y después de sortear algunas calles estrechas, decido quedarme en el Estadio Palogrande para ver qué había de nuevo y qué ofrecería el Once Caldas.  No vi gran cosa, en ese momento estaban en registro de abonados.  Como la tarde estaba muy agradable, decido caminar hasta el centro, y me encuentro con muchos sitios en el camino, la Universidad Nacional, el Cable, la Cruz Roja, los monumentos, entre otros, hasta llegar a Fundadores y haber disfrutado de un maravilloso atardecer.

Pasé la noche solo, pensando en todo, mientras recorría una a una las vitrinas del Centro Comercial Fundadores.   Por supuesto, no llevé nada, apenas cené.  Y conforme transcurrían las horas, decido regresar al hotel, para descansar y pensar en el regreso a casa.

sábado, 28 de enero de 2017

El paseo más largo de mi vida: Parte V - El camino a Manizales.


Después de hacer realidad el sueño de ver al Atlético Nacional en el Atanasio Girardot, ganando largo, dejándome contento y con algo de resaca en la cabeza, decido viajar hacia Manizales desde Medellín en la mañana siguiente. Originalmente, tenía pensado llegar primero a Manizales y luego conocer Medellín, pero haciendo cálculos de tiempo y de logística, me salía mucho mejor llegar primero a la capital antioqueña por lo del partido y al otro día llegar a Manizales.  Con lo sucedido, hubiese deseado madrugar, pero la cerveza se excedió en su misión de ser aliada de la fiesta y logró que no pudiese despertarme antes de las seis de la mañana.

Abandono el hotel, busco algo para desayunar e hidratarme y al no poder concretar a tiempo algo que me facilitaría un poco la vida en Manizales -tener ropa limpia, al lavarla en un servicio ídem-, me dirijo de nuevo hacia la Estación Estadio del Metro para buscar la Estación El Poblado, donde caminando unas pocas cuadras hacia el occidente –bastante largas y que me causaron algo de miedo al ver unas escenas poco edificadoras, las mismas que había visto camino al Atanasio el día anterior- encuentro el Terminal del Sur, donde son despachados todos los vehículos que viajan al Eje Cafetero, a Cali y al Suroeste Antioqueño, cercano además al Aeropuerto Olaya Herrera.  Al llegar allá, ya tenía identificado, por sugerencias, que viajaría en Empresa Arauca.  Como en el viaje a El Retiro, justo a tiempo llegué para salir a las diez y media de la mañana.  El móvil 7057, un Mercedes Benz Sprinter 515 sería el vehículo que me transportaría hasta Manizales.

Es una pena tener que narrar esto, pero en el despacho, se presentaron varios lunares.  Un señor de cierta edad, sin uniforme ni carnetización alguna, se ofreció de una forma poco amable a guardar mi equipaje en el vehículo, a lo cual le respondí que primero, se pedía el favor y segundo, que solo le entregaría el equipaje al conductor.  A los tres minutos, la chequeadora, bastante tosca, me pidió el tiquete con un “es tan amable”, galicismo perverso y mal aplicado por muchas personas en estas latitudes, a lo cual también respondí que yo también debo atender personal -para ese entonces- y por ningún motivo les digo “es tan amable”, les digo “por favor”; a lo cual el otro señor me dijo que no pareciera que trabajara atendiendo personal, lo que perfectamente podía ser respondido con un insulto.  Esa actitud pedante me enferma y abordé el vehículo bastante molesto.

Me quedé callado durante la primera parte del trayecto, la salida del Área Metropolitana del Valle de Aburrá por la Autopista Sur hasta llegar a La Estrella.  Habíamos salido del Terminal con unos doce o catorce pasajeros, en ese municipio recogió dos o tres pasajeros más, tiqueteados debidamente por el personal encargado de Empresa Arauca.   Continuamos y ya notamos los tramos de montaña, buscamos el municipio de Caldas y el siempre temido ascenso al Alto de Minas, donde el vehículo, salvo algunas imprudencias del conductor, se comportó a la altura de lo que esperaba ver.

Descendemos el Alto de Minas sin problema alguno y conozco algunos poblados que están en el filo de la cordillera, Versalles y Santa Bárbara, siguiendo con la constante de las curvas pronunciadas en el recorrido. El descenso se tornó más fuerte al abandonar Santa Bárbara, ya era notorio que nos encontrábamos en el caluroso Valle del Río Cauca y que buscaríamos el poblado de La Pintada, y el trayecto me recordó al peligroso descenso que hay entre San Juan de Rioseco y Cambao en este departamento, una vía alterna para ir a Manizales y al mismo Medellín desde Bogotá.  Noté incluso, que la carretera estaba en reparcheo y en varios momentos, debimos detenernos por los mismos trabajos.

Llegamos a La Pintada sobre las doce y el conductor decide detenerse por unos minutos para almorzar. Yo decidí buscar algo para merendar, y me sorprendió la pésima atención de algunos comerciantes de ese poblado, por fortuna encontré un lugar donde pude comprar algo a los mismos precios que suelo pagar por lo que normalmente consumo. Sobre las doce y media, retomamos el recorrido bordeando el Río Cauca hasta llegar al ramal que lleva a Supía y a Riosucio, conociendo también, los ramales hacia Aguadas, hacia Marmato y el famoso sector de La Felisa, repleto de paradores.

Ya faltaba poco para llegar a Manizales, pero faltaba un buen tramo caluroso y el aire acondicionado, encendido apenas se descendió el Alto de Minas, funcionaba a la perfección y cumplía con el fin de evitar que nos sofocáramos en el recorrido.  Brevemente, aunque no lo crean, tocamos territorio de Risaralda, pues cruzamos por el poblado de Irra, jurisdicción del Municipio de Quinchía, bastante marginal por lo que observé; si no me equivoco, allá se dedican a la minería.  Me causó curiosidad que allí recogiese la última pasajera que le faltaba para completar el cupo del vehículo.

Volvemos a Caldas y aunque parece no notarse, vuelve el ascenso y el café ya puede divisarse en el paisaje. Continuamos y diviso con mucha fortuna otro móvil colega de Empresa Arauca, pero del servicio Súper Estelar, un Chevrolet (Isuzu) LV452 con destino Cali.  La presteza del Sprinter nos permite superarlo en una recta donde se podía hacer tal maniobra cerca al ramal de Tres Puertas, que lleva a los municipios de Risaralda y San José.  En un parador ubicado unos kilómetros más adelante, encuentro otro móvil de Empresa Arauca y uno de Expreso Bolivariano, en su correspondiente parada técnica para que tanto sus tripulaciones como sus pasajeros puedan degustar algún alimento.

Llegamos al ramal de La Manuela, el cual permite ir hacia Pereira sin ingresar a la capital caldense, la cual era nuestro destino final, encontramos el último peaje del recorrido y recorremos el último tramo en una excelente doble calzada desafiando a las montañas cafeteras que ya hacen parte íntegra del entorno.  Sobre las dos y veinte de la tarde, hacemos ingreso al Terminal de Transporte de Manizales y finalizamos el recorrido; el conductor entrega amablemente mi equipaje con la ficha en la mano y procedo a descansar un poco del cansancio acumulado de todo lo sucedido en esos dos últimos días.

Allá, horas después, me encuentro a Diana, mi amiga de esas latitudes, a quien tuve la oportunidad de conocer en el 2015 en otro viaje increíble a Manizales.  La noche allá fue muy fresca y divertida, aunque el encuentro fue muy corto.  Prometimos encontrarnos nuevamente allá, cuando pudiese volver.  Lo cierto, es que el Cable Aéreo se volvió un amigo fiel desde ese primer viaje y por las facilidades de acceso, no hubo mayor objeción para abordarlo.

viernes, 27 de enero de 2017

El paseo más largo de mi vida: Parte IV - ¡Atlético Nacional en la Superliga!

El ansiado día había llegado.  Un poco más tarde, respecto al día anterior, me desperté, y decidí desayunar en el restaurante del Éxito de la Avenida Colombia.  Mantengo la táctica de aguantar un tiempo prudencial en el hotel, y antes de las diez, ya estaba en el Atanasio Girardot buscando mi boleta.  Pero, hubo una sorpresa que no me esperaba, que no me agradó al principio, pero pasadas las horas terminó por agradarme mucho: Se habían agotado las boletas de Occidental Alta.

Discuto un poco con el encargado, pues el día anterior, como lo conté, estaban presentes unos vagos bastante rémoras que no me inspiraban confianza, pero ambos comprendimos la situación y él me dice que la localidad que me ofrecería, un poco más barata, sería mejor.  Yo asentí con dudas, y como no había más opción, terminé por comprar mi boleta en Occidental Baja.  Unos pesos me ahorraría, aspecto fundamental para lo que faltaba del viaje.

De inmediato, decidí emprender camino hasta la Estación Universidad, con el fin de conocer Parque Explora y la Universidad de Antioquia.  Desistí de realizar el recorrido por Parque Explora por lo largo, y como tengo experiencias con Maloka, fácilimente superables por lo que ofrece el parque, el tiempo y los costos no me alcanzarían, así que me dirigí hasta el claustro máximo de los antioqueños.  Adentro, decido conocer el Museo, el cual me pareció sumamente atractivo en cuanto a su exposición permanente -sugiero mucho que lo recorran-, donde conocí mucho del arte antioqueño a lo largo de su historia y de su propia fauna.

Salgo de ahí y me dirijo hasta el centro, con el fin de encontrarme con una persona proveniente de la misma latitud que la mía, pero que por cosas del destino la llevaron a Medellín.  Con algo de miedo, recorro las cercanías del Parque de Berrío, diviso algunas "gordas" del maestro Fernando Botero y sobre el Hotel Nutibara nos encontramos para almorzar con el tiempo justo, ya que tenía mucho trabajo.  Conversamos de muchas cosas en ese escaso tiempo, nos despedimos y yo ya debía organizarme para lo que sería la tarde y la noche.

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Con la boleta en la mano, la ansiedad era mayor conforme pasaban las horas.  Decidí que a las cinco ya debía estar, por lo menos, ingresando al estadio.  Antes de las cuatro, decidí ir por una merienda y por algo más para beber -sin alcohol, por supuesto- para ingresarlo al estadio y calmar la sed en caso de necesidad.  En algún momento sentí que se me hacía tarde.  Pero no fue así.  Al arreglarme y salir del hotel, observé, en no menos de dos ocasiones, a algunos con seria intención de seguir el partido fumando marihuana a la vista de todos sobre la Carrera 70.  Yo avancé raudo por las vías que conducen al Atanasio, con mi bolso y mis pertenencias, pero no sin antes averiguar por las medidas de seguridad que se tomaron para esa ocasión.

Algunos minutos antes me había informado un superior de la Policía que no habría problema para ingresar mi bolso, que no es muy grande y era perfecto para cargar las cámaras y el Lumia.  Pero, el problema surgió a la hora de superar el primer anillo de seguridad, que estaba cerca a la estación del Metro.  No pude ingresar con el bolso.  Hablé con la persona encargada y me dijo, con toda la vergüenza del mundo -sí que la tenía, estaba hablando con un turista que viajó casi trece horas para llegar hasta ahí-, que no podía entrar con el bolso.

En una situación como esa radica la importancia de conseguir alojamiento cerca del sitio donde se realiza un evento.  Ni modo, debí volver al hotel, desocupar el bolso, cargar las cámaras en los bolsillos, sacar la cartuchera del Lumia y cargarlo ahí, y evitar en lo posible descuidarse.  Me sentí incómodo, pero, ¿qué se podía hacer?  Era una final y desafortunadamente, los malos elementos que pululan estos espectáculos, aquellos que en vez de disfrutarlos se envician y generan tragedias, hacen que las autoridades se pongan demasiado exigentes con el tema.  Llegué, me presenté en el mismo sitio donde me rechazaron el ingreso, y pasé.  Superé el segundo anillo, el que estaba en la  Plaza de Banderas sin problema y decidí recorrer los alrededores del estadio antes de ingresar; todo estaba atiborrado de hinchas de Nacional, inclusive la famosa tribuna sur, la cual me generó algo de impresión por la cantidad de hinchas y por lo que alcancé a oler...

Llego de nuevo a Occidental y tenía los nervios en las nubes.  Era mi primera vez en la cual ingresaba al Atanasio Girardot para ver al equipo de mis amores, el que sigo desde que era niño.  Me encuentro con el superior que me había informado sobre lo del bolso y estaba con otros superiores, converso con ellos, y les comento lo sucedido, pero aclaro que si así son las cosas, pues, ni modo, había que hacerlas así.  Espero que ingresen algunas personas, respiro, hago la fila...  Y entro a ese escenario mágico llamado Estadio Atanasio Girardot.

Quedo sumamente impresionado por la vista que tuve al entrar allá, esa inmensa cancha, la silletería, todo.  Cumplía un sueño, aunque faltaba la otra parte, ver al Atlético Nacional en vivo.  En este día, disputaría el segundo partido de un invento reciente de la Dimayor denominado Superliga, el cual enfrentaba a los dos campeones de liga del año inmediatamente anterior; el otro rival en contienda era el Deportivo Cali.  El primer partido, en el Estadio de Palmaseca, había terminado con victoria para Nacional por dos goles a cero, anotados por el resistido Jonathan Copete.

Solo en ese inmenso escenario estaba.  No conocía a nadie de los que estaban allá.  No encontré un lugar sobre la mitad de cancha, lo encontré un poco escorado hacia la portería sur.  Afortunadamente, una familia apareció y se sentó cerca a mi silla, poco a poco empezamos a conversar, en especial con el padre.  Me preguntaron cómo llegué y de dónde venía.  Les conté muchas cosas sobre mi casa y el cómo Anapoima se convirtió en un fortín verdolaga en Cundinamarca.

A las siete de la noche, todo inició.  El himno antioqueño cantado hasta retumbar, Nacional con ventaja y el Cali intentando buscar un gol que los acercara en esa serie.  Pero, muy temprano, cuando empezaba a disfrutar del sueño, Macnelly Torres anotó el primer gol del partido, por supuesto, para Nacional, a puerta vacía.  Todos celebramos a rabiar y el Cali se hundió más.  De ahí, Nacional se dedicó a manejar el partido y a desesperar a un visitante que no tuvo cómo romper la defensiva local.  Así terminó la primera parte.  La familia que estaba a mi lado, viendo que estaba feliz por el partido, me convidó a comer palitos de queso, ¡estaban deliciosos los muy condenados!

Inició el segundo tiempo y la hinchada de Nacional, siempre fiel pase lo que pase con el equipo, tenía preparada una linda sorpresa para cuando regresara el equipo a la cancha.  ¡Una de las dedicatorias más bellas que le hace una hinchada a su equipo!  ¡Qué alegría me dejaba el haber venido hasta aquí!  A los siete minutos de ese periodo, Sebastián Pérez punteó un centro al espacio para vencer a Ernesto Hernández y subir el marcador a dos goles.

En cierto momento del partido, el queridísimo Fernando "Pecoso" Castro se alborotó lo suficiente contra los árbitros, y la hinchada, especialmente la popular, se dio cuenta de todo lo que pasaba en el área técnica y le dedicó con cariño (?) estos dos estribillos:



Pues sí, se le cargó con todo al pobre Pecoso unas declaraciones que hizo algunos meses antes sobre Atlético Nacional.  De ahí, el ambiente se calmó, Nacional siguió manejando el partido sabiamente, arrodillando a un Cali que hasta su propia impotencia agotó.  En el minuto 88, Luis Carlos Ruiz metió un zapatazo de media distancia que hizo inútil la estirada de Hernández y redondeó ese precioso 3-0 que le dio a Nacional su segunda Superliga y un cupo a la Copa Sudamericana.

Yo disfruté capturando todas las imágenes que pude, enfocándome en lo que podía, jugadores, jugadas, táctica, hinchada, la sorpresa, en fin.  Salí tan contento del Atanasio que dije que podría morir tranquilo.  Cumplí mi sueño.  Ahora, el plan era salir directo al hotel, pero un encuentro casual con otras personas que conocía por Internet me llevaron camino a Obelisco, camino que no fue sencillo dado el número tan grande de hinchas verdolagas que salían del estadio a sus casas, o a celebrar en los negocios cercanos.  Por poco no los encuentro, y aparte de conversar sobre mí, sobre mi casa, sobre el por qué llegue hasta aquí y sobre lo que es Nacional para mis paisanos, me tomé dos Pilsen tamaño grande -¿de medio litro eran?- que aparte de lo contento que estaba, me dejaron bastante entonado y como se imaginarán, hice el suficiente esfuerzo neurológico para llegar al hotel y descansar.

Sí, valió la pena haber cambiado ese deseo original.  Cumplí el anhelo de muchos paisanos y de muchos hinchas que como yo, no vivimos en Medellín y seguimos, por los medios al equipo que hizo historia en el mundo y ganó adeptos a través de una filosofía que muchos años después, ha dado sus frutos.  A mí me han criticado el ser hincha de ese equipo, pero no mi familia, mi familia simpatiza con Nacional.  Mi familia quiso, en el fondo, y a pesar de todo, que viviera una experiencia así; algún día los llevaré al Atanasio o a Bogotá si las condiciones lo permiten.  En fin, el sueño de muchos años se cumplió y el regalo que tanto deseaba fue recibido con mucha alegría.

jueves, 26 de enero de 2017

El paseo más largo de mi vida: Parte III - Recorriendo el Valle de Aburrá.

El plan para ese martes no era fácil de desechar, pero tampoco lo era para organizar.  Establecida mi "base de operaciones" en ese hotel cerca a la Unidad Deportiva, decidí buscar sitio para desayunar en las cercanías de la Avenida Colombia, con el fin de ganar tiempo y adelantarme a la venta de boletas en las taquillas del Atanasio Girardot.  Madrugué excesivamente, porque las taquillas abrían a las diez y debí hacer acto de paciencia por algo más de una hora dentro del hotel para luego volver.

Pregunté por las localidades que me habían sugerido en todas las redes sociales a disposición, las de oriental alta -el segundo piso del estadio-.  En las taquillas me dijeron que aún quedaban boletas, pero unas presencias no muy gratas, resumidas en algunas personas que en vez de trabajar y ahorrar con esfuerzo para darse estos gustos se gastan ese dinero en vicio y se van a los estadios y sus alrededores a pedir plata para comprar las boletas, me hicieron desistir de inmediato de comprar mi entrada.  Me retiré de ese sector inmediatamente, vigilé que no me siguieran y decidí iniciar mi recorrido en el Valle de Aburrá.

Conocí el Centro Comercial Obelisco, famoso por la construcción que lleva su nombre, y reconocido en Medellín por sus tiendas de artículos deportivos.  No lo vi tan concurrido, incluso observé muchos locales vacíos.  Al menos, la cercanía a la Unidad Deportiva le da motivos para sobrevivir, por razones obvias.  Recorro un poco más hacia el norte, donde encuentro una manzana llena de tiendas de artículos electrónicos, buscando algo para mi cámara de video, y me devuelvo con el fin de conocer al detalle la Unidad Deportiva, aquella que fue remodelada y ampliada para albergar los Juegos Sudamericanos del 2010.  Encontré a mucha gente practicando en las piscinas, y a uno que otro practicando deportes extremos y acrobacias circenses.

Finalizada la tarea, venía lo mejor, recorrer el Valle por la línea del Metro.  Abordo mi vagón en la Estación Estadio y me dirijo hacia el occidente, para llegar hasta San Javier.  Quería disfrutar un poco del paisaje, pero no quise salir de la estación, así que lo del Metrocable quedó para otra ocasión, por el tema del tiempo.  Regreso hasta San Antonio y hago el cambio para tomar el camino hacia el sur y devolverme para seguir hasta Niquía -en Bello-, donde sentí mucho vértigo no solo por la altura, sino por el viento tan fuerte que cruzaba a esa hora, más o menos las cuatro de la tarde.  Me devolví de nuevo, pero por otra razón que me marcó duro sobre el tiempo del recorrido.
 
Averigüé dónde podría conseguir boletas para el partido y alguien me comentó que en Mayorca, un centro comercial ubicado entre Envigado y Sabaneta existe una Tienda Verde -el expendio oficial de Atlético Nacional- y allá fui a dar para preguntar por ellas.  No había boletería para la localidad que quería.  Con ese panorama, recorrí ese sitio para buscar promociones en ropa y calzado, las cuales fueron muy pocas, y con el sinsabor del no encontrar nada, decidí irme hasta Sabaneta.  Estaba sumamente concurrido el sector de su parque principal, pues había misa en su templo -curioso hasta para mí, normalmente mis martes son solitarios- e incluso algunas tabernas tenían clientela.  Me pareció muy bonito ese poblado, prácticamente invisible para muchos, pero infaltable en un buen recorrido por esa región.

Retorno rápido a Mayorca, para recorrerlo nuevamente y sin afanes, hasta que cerraran.  Acto seguido, ya sobre las ocho y media de la noche, regreso al hotel.  Hacía algo de frío, pero, ¿para qué abrigarme?  Me había nutrido lo suficiente para resistir tal condición climática.  Estaba ansioso.  El partido ya era prioridad al otro día, solo quedaba llegar a buena hora para conseguir la ansiada boleta.  Y por supuesto, había que descansar lo mejor posible.

"Una vida maravillosa".

Colin Vearncombe, conocido en el mundo artístico como Black, nació en Liverpool (Reino Unido) el 26 de Mayo de 1962.  Decidió inclinarse por seguir una carrera musical al escuchar a Elvis Presley y formó el grupo que se denominó como su nombre artístico en 1981, lanzando algunos sencillos de relativo éxito.  En 1985, Vearncombe, como miembro del grupo, compuso el tema que compartiré a continuación, el cual tuvo éxito internacional y lo dio a conocer más allá de las fronteras europeas.

Dos años más tarde, decide reeditarlo como solista, logrando algo más de éxito internacional, pero decide parar su carrera en 1993 al no ver resultados con sus tres últimos discos.  Seis años más tarde, retorna grabando algunas canciones bajo su nombre de pila y en el 2005, retorna con su nombre artístico, grabando su último disco en el 2015, denominado "Blind Faith".  También tradujo e interpretó una versión en catalán del tema que vendrá a continuación.

Black fallece un día como hoy, hace un año, luego de sufrir un accidente en carreteras de la República de Irlanda y permanecer hospitalizado por más de diez días.

Con ustedes, "Wonderful Life".  ¡Sírvanse escucharlo!




"Here I go out to sea again,
the sunshine fills my hair,
and dreams hang in the air.
Gulls in the sky and in my blue eyes,
you know it feels unfair,
there's magic everywhere"

"Look at me standing,
here on my own again,
up straight in the sunshine.
No need to run and hide,
it's a wonderful, wonderful life!
No need to laugh and cry,
it's a wonderful, wonderful life!"

"The sun's in your eyes,
the heat is in your hair,
they seem to hate you,
because you're there.
And I need a friend,
oh, I need a friend,
to make me happy,
not stand here on my own."

"Look at me standing,
here on my own again,
up straight in the sunshine.
No need to run and hide,
it's a wonderful, wonderful life!
No need to laugh and cry,
it's a wonderful, wonderful life!"

"I need a friend,
oh I need a friend,
to make me happy,
not so alone."

"Look at me standing,
here on my own again,
up straight in the sunshine.
No need to run and hide,
it's a wonderful, wonderful life!
No need to laugh and cry,
it's a wonderful, wonderful life!"

miércoles, 25 de enero de 2017

El paseo más largo de mi vida - Parte II: El regreso a El Retiro.


Al llegar a Medellín intenté hospedarme en el hotel que está ubicado en el Módulo de Encomiendas del Terminal del Norte, pero fui tan mal atendido que su oferta de habitaciones, aparte de decepcionarme, me espantó. Con el cansancio del viaje a cuestas, me fui al Punto de Información Turística para solicitar una guía y poder orientarme.

Había leído sugerencias sobre hoteles en el sector de la Unidad Deportiva Atanasio Girardot, así que decidí irme al Metro y sin demasiada información en la cabeza, pude llegar a la Estación Estadio. Salgo de ahí y fácilmente encuentro los hoteles, sobre la Carrera 70; pregunto en varios cuánto vale la noche y encuentro precios bastante exorbitantes gracias a que en esa semana se estaba realizando Colombiatex. Afortunadamente, encontré uno justo para lo que tenía presupuestado para esos tres días, y sin alejarme demasiado del Estadio.

Cuando ocupo mi habitación, me encuentro con una desagradable sorpresa, ¡me traje las llaves del trabajo! Después del acostumbrado madrazo, traté de resolver el problema y después de unas llamadas, supe que mi patrona sabiamente sacó el duplicado de esas llaves con antelación y me tranquilicé, había pensado enviarlas por algún servicio de mensajería expresa para evitarme problemas.

Sobre las diez de la mañana, y sin poder recuperar energías gracias a ese inconveniente, decido regresar al Terminal del Norte para viajar. Sí, de nuevo. Pero no de vuelta a casa, como mucha gente se pensaría. Viajaría hacia un destino que no visito desde 1998. Me refiero a El Retiro, un poblado bastante típico del Oriente Antioqueño el cual visité dos veces –la otras fueron en 1997 y en 1998, ambas con la Banda Municipal de Anapoima- y el cual es reconocido por su industria carpintera.

Justo a tiempo llego a la taquilla de la Sociedad Transportadora de El Retiro –SotraRetiro-, empresa 100% guarceña y única que cubre esa ruta, adquiero un tiquete ida y regreso para ahorrarme unos cuantos pesos –el tiquete sencillo cuesta $6300, ida y regreso cuesta $12000- y abordo el móvil 215, un busetón Chevrolet FRR Forward carrozado con Marcopolo Sénior. Partimos en punto de las diez y media y cruzamos buena parte de la ciudad de Medellín para llegar a la Avenida de Las Palmas, donde iniciamos un descenso pronunciado, allá el cansancio acumulado hizo de las suyas y perdí en algunos momentos la noción de espacio.  Me despierto nuevamente cerca al ramal que lleva a la famosa Loma del Escobero, en territorio envigadeño, y le pido al conductor que me permita sentarme en la silla del copiloto, donde iniciamos una animada conversación sobre El Retiro, algo de actualidad y del por qué me dio por viajar hacia ese poblado. Disfruto del paisaje que adorna esta región y el conductor me agradece el recordar su tierra. 

La ansiedad por llegar a El Retiro se acentuó cuando tomamos el ramal que conduce a ese poblado en la ruta hacia La Ceja y Sonsón. Ese tramo angosto, pero correctamente pavimentado me devolvió a ese recorrido que hice en esas sendas ocasiones de juventud. Noto que la inversión turística ha pisado muy fuerte en esta región y El Retiro no fue excluido de ella, observando algunos “malls” y la cantidad suficiente de condominios que podrían evocar mi casa.

Ingresamos a El Retiro y noto que los años, aparte de no llegar solos, han dejado la marca del cemento en su área urbana. Por una vía perimetral, rodeada por condominios, conjuntos residenciales y un parque lineal hacemos tránsito hacia el centro del poblado, el cual no cambió demasiado desde aquel último viaje. Mi recorrido finalizó sobre las doce y después de despedirme del conductor, lo planeado en El Retiro iniciaba, merendar algo y caminar por todo el poblado para reconocer sitios que ya conocía y conocer qué había de nuevo allá.

Sobre las tres y media de la tarde, decido que ya es hora de regresar hacia Medellín. Me dirijo hacia las instalaciones de la Sociedad Transportadora de El Retiro y después de dejar pasar la buseta de tres y cuarenta y cinco por no tener mi silla favorita disponible y de no abordar la de las cuatro porque me negaron ocupar esa misma silla, decidí, después de una respuesta poco satisfactoria de parte de parte de la taquillera y del jefe operativo al presentar mi queja del por qué no puedo escoger la silla que quiero y de ver cómo mi tiquete fue tachado en dos ocasiones, abordar el móvil 201, que saldría a las cuatro y cuarto. Olvidaba comentarlo, en ambos trayectos me retuvieron el tiquete de viaje, ¿acaso no manejan el sistema de copias? 

¡Me importó muy poco que la taquillera me dijera que ese móvil no tenía silla alguna adelante! ¿Cómo se imaginan ustedes ese móvil? ¡Era un “trompón”! ¡Hacía muchos años no viajaba en un “trompón”! Un bus Chevrolet B60 carrozado con el inmortal Superior Panorámico me llevaría de regreso hacia Medellín, salimos a las cuatro y cuarto con muy pocos pasajeros y durante el recorrido, completó su cupo y no contento con eso, motivó sobrecupo, ya que a esa hora muchos residentes en Medellín y que a su vez trabajan en sitios ubicados en esa ruta regresan a sus casas. Aproveché el recorrido, salvo algunos microsueños después del ramal a la Loma del Escobero, para tomar fotografías y por supuesto, disfrutar del atardecer.

Después de descender el Alto de Las Palmas y soportar una serie absurda de “tacos” –el término paisa para describir la congestión vehicular- por todo Medellín, llegamos al Terminal del Norte sobre las seis de la tarde, para continuar con mi agenda en la capital antioqueña.  ¿El plan?  Fue muy sencillo, encontrarme con un buen amigo y colega de afición -Luis Fernando Bermúdez- y su familia, quienes me llevaron a su casa para cenar y departir un buen rato.

Pasadas las diez de la noche regresé al hotel, contento, porque había vuelto a un sitio que me dejó gratísimos recuerdos y al cual seguramente volveré para conmemorar veinte años de mi primer viaje largo representando a mi tierra.  Contento también, porque departí con personas que apenas conocía por los grupos de personas que abundan en Internet.  Y más contento aún, porque tendría la oportunidad de conocer más del hermoso Valle de Aburrá.

martes, 24 de enero de 2017

El paseo más largo de mi vida: Parte I - El camino a Medellín (sin censura)


Hace un año, deseaba volver a tierras antioqueñas.  Gracias a un buen trabajo y a punta de lucha y de ahorrar sabiamente, cerraría el primer mes del 2016 viajando.  Y lo logré, al destino que ansiaba y a donde había disfrutado un merecido cierre de temporada en el 2015, conociendo gente maravillosa.  Hoy decido recordar este largo viaje de mi vida, momentos que no disfrutaba quizá desde los tiempos de la Banda.  Por partes lo contaré, para que no se aburran.  Y decido iniciar con el texto original de la crónica de viaje desde mi casa hasta Medellín.   ¡Disfruten!

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Desde el año pasado, con cierta ansiedad conforme transcurría la Navidad y el Año Nuevo, esperaba el día en el que viajaría hacia esa mágica ciudad después de poco más de seis años de no hacerlo. Decidí, que en esa fecha del 24 de Enero saldría en horario nocturno hacia la capital antioqueña, primero, porque me permitiría aprovechar el tiempo allí, y segundo, porque tendría la posibilidad de ver al club de fútbol de mis amores el miércoles 27, el Atlético Nacional. 

Apenas finalicé mis labores sobre las siete y media de la noche, crucé al otro lado de la carretera para esperar el primer bus con destino Girardot o Ibagué de Flota San Vicente que apareciera frente a mí, pero no sucedió. ¿Por qué? Todos los domingos, hay cierres parciales en la vía que conduce a mi ciudad de residencia desde Mosquera, por el tráfico vehicular que suele congestionar ese trayecto, así que todo móvil que desee viajar hasta La Mesa o hasta Girardot debe tomar la trocha que conduce al Alto de Mondoñedo desde Madrid o tomar la vía de Zipacón y Cachipay.  Aproximadamente media hora duré ahí, junto a otros pasajeros que viajarían hasta Apulo y Tocaima. Nos convertíamos poco a poco en presas de la desesperación, incluso llamé a un amigo para ver si nos podía transportar. Ni siquiera dos móviles de Cooveracruz que estaban regresando a sus casas al terminar sus recorridos entre La Mesa y Cachipay tuvieron compasión y pasaron de largo.

Sobre las ocho y cinco, aparecieron dos móviles de Flota San Vicente en una acostumbrada “enganchada” –es decir, uno pegado al otro-; una buseta con destino Tocaima y un busetón con destino Girardot. La que tenía como destino Tocaima apareció primero y fue la que abordé, la 251164, un móvil Non Plus Ultra sobre chasís Nissan con veinticinco sillas poco espaciosas que no permitían estirarse. Recogió casi todo lo que había en el paradero e inmediatamente prosiguió con su recorrido, pagué los acostumbrados $5000 y el auxiliar, quien lo conozco de años atrás por ser una especie de judío errante, me advirtió que ya habían incrementado la tarifa; no hizo mayor reclamo frente a ese pago y se devolvió para la puerta.

La buseta avanzó rauda por las cuestas que separan Anapoima de Apulo y como llevaba pasajeros con destino Girardot, no perdió demasiado tiempo en el descenso hacia Tocaima, un trayecto igual de sinuoso. Sobre las ocho y media, llegué al parque de Tocaima –a esa hora ya no presta servicio su terminal-, y terminamos la primera parte del recorrido. Estaba dispuesto a buscar una camioneta Nissan Urvan de Coomofú para llegar lo más rápido posible a Girardot, pero al caminar unos diez metros volteo mi cabeza y veo un móvil de la Cooperativa Tequendama con ese mismo destino, así que no dudo demasiado y lo abordo, junto a los pasajeros girardoteños que traía esa Non Plus Ultra de Flota San Vicente. Me pareció muy extraño que no esperara a su compañero para transbordarle los pasajeros.

El móvil de la Tequendama que abordo es el 1140, un Hino FC4J de mediana capacidad que venía desde Bogotá por la ruta de Mesitas del Colegio. Su tripulación quería descansar lo más pronto posible, pues lo agobió el tráfico que había en la salida por la Autopista Sur. Pago los $4000 de ley y descendemos hacia Girardot con cierta rapidez, pero sin rayar en la imprudencia total. 

Esperaba poder tomar inmediatamente en Girardot un móvil de Cootranstol o de Auto Fusa al arribar sobre las nueve y diez a su Terminal, pero, ¡oh, sorpresa! ¡El Terminal de Girardot ya había cerrado su operación diaria! ¡No había un solo bus para Ibagué! ¡Lo habían despachado a las nueve en punto! Con la frustración a cuestas, pero suavizada por una ventisca típica de esta ribera del Magdalena, me senté en un punto afuera del Terminal junto a otros pasajeros que por las mismas razones, se quedaron de ese último bus. Un pregonero nos informa que sobre las diez pasaba el último móvil de Auto Fusa que viaja hasta Ibagué y decidimos esperarlo, sin antes sopesar las posibilidades de contratar un taxi que nos llevara por lo menos, hasta el Peaje de El Espinal. En ese momento recordé que por allá en los noventa y en parte de este siglo, Flota Magdalena cubría un recorrido entre Girardot y Medellín por la ruta de Cambao, aún no entiendo el por qué abandonaron tal frecuencia –pero parece que a estas horas de la vida la han retomado-.

El reloj marcó las diez y el móvil de Auto Fusa no llegaba. Una madre que venía desde Agua de Dios junto a sus hijas alcanzó a desesperarse y yo también estaba pensando en pasar la noche en Girardot para madrugar el lunes y tomar lo primero que tuviese como destino Ibagué. A las diez y cuarto, apareció el ansiado móvil, el 663 de Auto Fusa, un móvil JGB Ibiza sobre Hino FC4J, y cuyo auxiliar me reconoció a la hora de cobrarme los $7000 del pasaje, pues trabajaba en Auto Faca y sabía de mi existencia. Cruzamos buena parte del centro de Girardot para llegar a Flandes y obviamente, recogiendo algunos pasajeros con destino El Espinal.

Esa parte del trayecto me desesperaba un poco, pues quería llegar a Ibagué cuanto antes. Por fortuna, en El Espinal este móvil no se demoró demasiado y partió raudo para finalizar su recorrido. Al haberlo abordado, estaban finalizando una película de acción y acto seguido, proyectaron videos de un artista de música de despecho muy poco conocido, para apagar todo después de cruzar Chicoral. Allá mismo, más exactamente sobre el Molino Florhuila, observé un accidente causado por la caída de una rama de un árbol frondoso gracias a la ventisca, que impactó a un automóvil particular.

Ascendimos Gualanday por el nuevo túnel que construyeron para acortar el trayecto hacia Ibagué y la demora consistía en llegar a la Capital Musical, pues no sabía aún si podía tomar al menos el último móvil que despacharan hacia Medellín. Sobre las once y cuarenta y cinco, ya dejando sus últimos pasajeros en diversos sitios de esta capital, llegamos al Terminal de Ibagué y sin tiempo para pensar, me fui para la taquilla de Expreso Bolivariano para preguntar por el bus que me transportaría hacia Medellín. No alcancé a viajar en el Navette XL de Coomotor y no deseaba viajar en Rápido Tolima.

Me hacía a la idea de no dormir siquiera en la misma terminal, para al menos madrugar y tomar el primer móvil que tuviera como destino La Dorada, pero, ¡hubo luz blanca! ¡Aún estaba aquel móvil del servicio DuoBus que debía salir a las once y media! Pregunté si quedaba algún puesto en el primer piso, me contesta la vendedora que no, que solo quedaban sillas en el segundo. Pregunté si había silla cerca a una ventana, me contesta que solo en la parte de atrás. Sin tiempo para pensar, compré mi tiquete por $69000 –en efectivo-, me asignan la silla 37, compro una gaseosa personal por un precio demasiado costoso –es una de las razones que me motivan a no comprar nada de alimentos en los terminales-, pero tenía sed y no podía darme el lujo de viajar sin nada de líquido en mi organismo.

Antes de abordar, pregunto por una cobija, y el conductor, con algo de vergüenza propia me comenta que tuvieron que eliminarlas de este servicio gracias a algunos malos pasajeros, que en vez de valorar el servicio y devolverlas, se las robaban o las devolvían bastante sucias y la empresa se cansó de tales conductas. Con esa sensación de pesar, abordo y veo que mi silla está bastante atrás, pero no me podía quejar, tenía cerca una ventana, así que me senté y me acomodé. No me había fijado en el número interno del móvil, el cual fue el 21406, un Busscar Busstar DD sobre Scania K410, hasta que me di cuenta que podía conectarme a través de su red Wi-Fi. Reviso mi silla, y aparte de no poder usar el portavasos –lo dañaron- veo que entre esa silla y la de al lado está ubicado el tomacorriente, el cual me urgía tenerlo a la mano para poder recargar mi teléfono móvil.

Me conecto gracias a las indicaciones de la chequeadora, quien hace la respectiva grabación videográfica de seguridad y sobre las once y cincuenta y cinco, dejamos el Terminal de Ibagué para tomar rumbo hacia Honda. La idea de la tripulación de mi DuoBus es que todos podamos dormir, así que no programaron ni película ni música alguna para conseguir tal fin. Yo decidí buscar alguna emisora local para escuchar en mi teléfono, lo cual se logró a ratos, por lo que a los pocos minutos decidí cambiar a la música que tengo en ese dispositivo. Con igual intermitencia funcionó la conexión a Internet, la cual pude usar para reportarme por mis redes sociales.

No pude dormir como quería, todos los periodos de sueño que tuve realmente fueron cortos. El primero, lo tuve entre Armero-Guayabal y Honda, despertando prácticamente en el Río Guarinó, para poder disfrutar del trayecto hacia La Dorada observando el famoso “Indio Acostado”, aquella formación montañosa que se ubica entre esta ciudad y Victoria. Llegamos a La Dorada, más exactamente al sector de La Melissa y encuentro varios móviles de distintas empresas: Copetrán, Omega, Expreso Brasilia. Abordan mi DuoBus dos pasajeros más, una pareja con un bebé de unos cuantos meses de nacido; el papá me pide que si puedo cederle mi silla e inmediatamente le respondo que no, porque yo compré mi tiquete para ocupar esta silla, con algo de resignación acepta la situación y busca otro lugar. ¿Dónde está el vendedor y/o chequeador para que resuelva este tipo de situaciones?

Dejamos La Dorada y cruzamos de nuevo el Magdalena para pisar Puerto Salgar y proseguir hacia Medellín, donde caigo nuevamente presa de un microsueño y despierto en Doradal, ya en Antioquia. Intento, entre mi somnolencia, ubicar la famosa Hacienda Nápoles, pero la oscuridad no me dejó, volviendo a caer dormido. Desperté nuevamente en algún lugar del Oriente Antioqueño, pero sentía que estaba cerca de El Santuario y decidí de una vez por todas no intentar dormir. 

Cruzamos lo que los antioqueños llaman el “Oriente Cercano”, y noto que hay algunos tramos de segunda calzada en construcción, lo que hace que la conducción sea demasiado cauta. Poco a poco nos acercábamos a Medellín y con algo de fortuna, logré sintonizar una frecuencia radial reconocida, donde estaban recordando lo sucedido con el secuestro de Diana Turbay.

A las siete y cuarenta y cinco de la mañana, el móvil 21406 de Expreso Bolivariano finalizaba su recorrido en el Terminal de Transportes del Norte, en Medellín. Una horda de muchachos uniformados se acercó al bus con el fin de intentar colaborar con el transporte del equipaje de algunos pasajeros, pero yo, con ficha en mano, solamente la pedí al otro conductor, quien con algo de estrés, lo entregaba pieza por pieza y con su correspondiente número de ficha.

domingo, 15 de enero de 2017

A tres meses: Frunciendo el ceño.

No tuve ni una Feliz Navidad ni un Feliz Año Nuevo.  Las malas noticias se cebaron conmigo mediando Diciembre y las aspiraciones de tener dinero para cubriar algunas necesidades puntuales se fueron al demonio.  Lo peor es que definitivamente no puedo hacer absolutamente nada que me permita salir adelante, porque con los mensajes que me han dado, cada vez más siento y aseguro que soy la peor persona que ha pisado esta tierra, aún siendo de ella.  Ni me pregunten por qué tengo que ceder mi lugar a un payaso que nunca se disculpará por todas las afrentas, insultos y agresiones que ha lanzado en mi contra.

Alguien en Twitter, dijo que yo enseñaba el rencor.  Quiero decirle, que la vida y muchas personas me lo enseñaron antes de que me conocieran y quizá también ella lo haya hecho.  No por nada, debo ser así.  Rara vez sonrío.  Muchas veces prefiero andar con el ceño fruncido, porque todos los golpes que he recibido en la vida me han quitado los pocos motivos que tengo para vivir y porque no quiero recibir uno más.  Aquella vez que exploté diciendo que ojalá cuando le sucediera algo me recordara, porque no me pude defender y disculparme por el error que cometí, lo hice, no por vengarme, sino porque no quería que sufriera tal cual sufrí.  Sucedió algo, sí; pero no celebré a rabiar ni siquiera en pensamiento, porque fue algo similar a lo que había vivido hace algunos años.

Ayer tuve dos incidentes feos, me golpearon dos veces en mi tobillo izquierdo, una con un carrito de supermercado y la otra con una patineta.  Me sacaron la rabia.  No quería saber de nada que tuviera que ver conmigo ni con la casa.  Después del primer incidente, fui hasta La Mesa a averiguar algo que involucraba mis colecciones y regresé.  En el segundo incidente, pateé de la rabia la patineta, no me explico por qué no aventé ese trozo de madera contra la primera pared que vi -estaba frente al templo-, pero fue suficiente haber dicho que debieron agradecer no haberles partido ese juguete.  Perfectamente me pudieron fisurar un tobillo y créanme, era peor el asunto para ambos lados.

Cuando llego a casa, discuto fuertemente con mi mamá sobre lo sucedido y ella apenas atinó a decir que deseaba que me hubieran quebrado ese tobillo.  Con eso me bastó saber que ella nunca se ha interesado por mí.  Sobra decir que le respondí que ojalá se cumpliera pronto ese deseo, inclusive que se acabara mi vida.  En otro texto dije que alegraré a más de uno si eso se da, y suficientes motivos hay.

Muy pocas veces, los conocidos más cercanos han podido verme sonriendo o con una expresión distinta a un ceño fruncido.  En el 2004, como les he contado, viví el peor episodio de mi vida, y como en cierto cuento, terminé con una gran mancha de brea sobre mi existencia.  De ahí para acá, no hay nada para destacar.  Ya no hay nada que hacer.

A muchos les dirijo la mirada así, con el ceño fruncido.  Hasta para hacer algo.  No es descortesía.  Es la expresión más pura de la frustración.  Me frustra fracasar, me frustra no poder estar en un lugar que merezco, me frustra no poder sacar adelante a mi familia.  Ya perdí las esperanzas.  Irónicamente, me siento mejor, pero dicen que eso afecta la salud.  A Don Norman le he dicho varias veces que haber terminado esa carrera fue el peor error que cometimos.  Ya no hay lugar para mí ni en una mesa.

Todas esas muestras de doble moral, de desconsuelo, de desesperanza, me fruncen también el ceño.  No concibo eso.  Y como siempre será, todo lo que signifique perjudicarme, siempre será bienvenido.  Ojalá el día que todos aquellos esperan, sea de regocijo.  Mientras tanto, camino por ahí, arrugando mi frente, en señal de desilusión y de tristeza, porque lo poco que había para mí, ya dejó de serlo.

domingo, 1 de enero de 2017

Triste Año Nuevo.

Aquella noche del 31 de Diciembre del 2015 fue difícil para todos.

En la mañana, sobre las diez y media, había visto cómo la ambulancia del centro de salud de aquí corría desesperada transportando a mi abuela Elvira, quien era remitida al Hospital Pedro León Álvarez de La Mesa, por un problema de salud que no supe qué era, ni cómo fue causado, solo especulaba sobre lo que había pasado.

Lo cierto es que tanto Don Norman como yo estábamos en vilo por la salud de ella.  Tenía parte de mis sentidos pensando en ese aspecto.  Conforme transcurrían las horas, la ansiedad por saber si mejoraría era mayor.  No pude comunicarme seguido con mi padre porque estaba ocupado y como es costumbre, todas las redes de telefonía celular en el país se congestionan para estas fechas.

Regresé a casa sobre las ocho y media y me arreglé, pensando en cómo transcurría esa situación.  Ya todos mis tíos y tías estaban pendientes, en especial mi tía Analía, quien estuvo muy pendiente tanto de mi abuela como de mi abuelo, aún estando lejos de ellos.  Mi padre, por supuesto, no pudo viajar por cuestiones de su trabajo, pero a cada rato estaba llamando al hospital.

Sobre las once y media, ya en el centro, pude comunicarme con él, y estaba llorando.  Le pregunté cómo estaba mi abuela y me dijo textualmente "no creo que sobreviva para este Año Nuevo".  Le dije que no dijera eso ni en broma, pero el temor de perderla estaba ahí, latente.  Vuelvo a casa, felicito a todos por el año que llegaría, y salgo a realizar el recorrido que acostumbro en todo Año Nuevo, por todo el poblado hasta el otro extremo.

Regresé a casa sobre las dos y veinte de la mañana, y cuando me estaba alistando para dormir, la terrible noticia había llegado.  Mi abuela Elvira había fallecido.

Nunca había pensado que el perder un familiar para una fecha como estas me tocaría.  Don Norman llamó a casa llorando inconsolablemente.  Queríamos que estuviera aquí, en su tierra, con su familia, no alejado de nosotros y recibiendo esa noticia.  No pude dormir en un rato.  Honestamente creía, que su pareja de toda la vida, mi abuelo Francisco, nos dejaría primero, pues estaba muy enfermo e incluso antes de esta fecha se despidió de mí y de Óscar en el hospital donde estaba recluido en Bogotá.  Pasó todo lo contrario, que mi abuela se fuera de este mundo antes que él...

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No supe cómo me desperté antes de las ocho de la mañana del primer día del 2016.  Estaba consternado, sí.  Debía trabajar ese día, pero tenía mi mente y mi corazón en la partida de mi abuela.  Al finalizar, partí inmediatamente hacia San Antonio, a la vieja casona de mis abuelos.  Casi no llego.  Todos estaban ahí, hasta la familia de Doña Myriam, conocidos de toda la vida.  Fue un momento inconsolable.

Al otro día se realizó el funeral.  Buena parte de la comunidad de San Antonio asistió.  No todos los conocidos de Don Norman en lo que resta de esta meseta asistieron, quizá no sabían.  Debí pedir permiso en el trabajo para asistir a la ceremonia, no podía fallarle a mi familia.  Me pegó duro.

Mi abuelo resistió estoicamente su partida, recuerdo que a la semana de haber sucedido todo lo visité y su mirada al dejarlo solo decía que quería partir...

Ya se cumple un año de la partida de mi abuela Elvira, aquella que crió a mi padre y lo llevó por el camino del bien.  La extrañamos.  Me dolió no poderme despedir de ella en esas fechas del 2015.  La recuerdo siempre.  Poco después, otro golpe duro recibimos, pero ya es otra historia y será contada a su tiempo.