viernes, 15 de febrero de 2019

A dos meses.

No hace mucho, celebré a mi manera los seis meses que llevo en mi actual trabajo.  Los celebré en el único lugar donde puedo hacerlo, mi amada Anapoima.  Un largo viaje con escalas diversas, con madrugadas, con frío, con ganas de olvidar muchas cosas malas y tratar de olvidar las cicatrices del alma, pues aparte de las que llevo, un incidente familiar hirió mucho a mi padre, quien a su vez, de a poco supera la partida de sus padres, mis abuelos.

A pesar de que esta experiencia me ha generado algo de estabilidad, los problemas no faltan y provocan ganas de dejar todo botado y regresar a casa de inmediato.  Pero no puedo.  Mi familia me pidió que asumiera este reto y aquí estoy.  Tengo otro reto que debo asumirlo con mi propio esfuerzo y el cual me permitirá recuperar parte del tiempo perdido después de aquella afrenta del 2004.

En casa, disfruté del amanecer y del atardecer, cosas que me dan energía y ganas de seguir adelante, no por nada, pese a la expresión de tristeza y amargura que suelo cargar, son las imágenes que me dan un motivo para no dejar esta existencia.  Una diligencia, arreglar la casa, otra diligencia larga, dormir un poco y salir de nuevo a contemplar la brillantez de esta meseta fue el plan.

Otra vez caerá ese día en Semana Santa, pero no caerá en los festivos.  Igual, no sé si las personas que deseo que estén a mi lado puedan estar en esa jornada.  Quizá compre algo grande para mí, o algo que de veras requiera.  Quizá haga una fiesta.  Pero lo que seguramente sé, es que estaré en casa para celebrarlo.  Mientras tanto, mi vida está en otro lugar para aportar todo lo que sé y cambiar la mentalidad de muchas personas.


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