martes, 1 de enero de 2019

Un año nuevo trágico.

En aquella Nochevieja, llegué justo a tiempo para desear el Año Nuevo, pero llegué a casa empapado por la inesperada, fuerte y corta lluvia que cayó apenas llegó el 2018 a este país y a esta meseta.  Sin poder hacer el plan que siempre hago apenas llega un nuevo año, no quedó más remedio que dormir y pensar en que amanecería bastante nublado y frío en Anapoima.

Cuando llegué al "trabajo", disfruto del amanecer y observé algo muy raro, había en la cuneta rastros de sangre y de tejido humano.  Algo grave había pasado.  En el segundo piso de aquel edificio, estaba parte de la familia propietaria del "trabajo" y luego de haber lavado por partes ese sector, les pregunté si habían notado algo raro.  Y efectivamente, algo raro sucedió, pero luego lo contaré.

Los rumores y las certezas iban y venían, pero así como pasaron, transcurrió el día, trabajando fuertemente para ganarme la otra vida.  Me fue bien, sí, pero el sinsabor de las noticias malas llegaría cuando supe que en ese punto habían atropellado a alguien y que estaba en una situación muy delicada de salud.

A los pocos días, ese alguien falleció, dejando un hueco sensible en nuestra sociedad.  Y al día de hoy, lo extrañamos, porque su canto al vender empanadas era característico y casi todos le compraban una empanada a diario.

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Cuando vi ese charco de sangre revuelto con tejidos, di por hecho que habían atropellado o masacrado a alguien en aquel Año Nuevo pasado por agua y frío, pero nunca supe de entrada quién fue.  Cuando supe que era el "paisa" que vendía empanadas en su bicicleta y cantaba con un característico falsete "¡em-panadas calieeenteees!, que no me agradaba mucho, me entristecí, porque buena parte de mis paisanos le compraba siempre aquella masa frita y rellena de arroz y legumbres a diario y de a poco, desde cuando migró a mi amada tierra, se ganó el corazón de todos.  De hecho, formó una familia con una paisana.

Creo que solo le compré una empanada a Ericsson, en una jornada de mi evento en el Polideportivo de Liberia, quizá por desidia, quizá por no simpatizarme, quizá por no soler comprar empanadas, nunca lo supe exactamente.  Hoy, hace un año, sus particulares descuidos con el alcohol combinados con la imprudencia de un conductor irresponsable, segaron su vida luego de varios días de lucha para sobrevivir.  Hoy, lamento de nuevo su partida y lamento no haberle comprado una empanada más.  Que Dios lo tenga siempre en su santa gloria.

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