lunes, 7 de julio de 2014

Perder.

Esta mañana, leí un texto de Daniel Arango donde expresaba su visión del perder.  Y sí que estoy muy de acuerdo con lo que escribió.

He vivido muchas situaciones en mi vida, donde he perdido.  Poco y mucho, no puedo decir que nada.  Dinero, tiempo, algunas cosas, notas, logros, amores.

¿Cómo siento el perder?  No me agrada, empezando por ahí.  Siempre tengo en mi mente el hacer mis cosas bien y terminar victorioso.  Y si hay que competir, con más veras hay que buscar el primer lugar.  Algo así como lo hice cuando aún se calificaban con notas las materias que uno veía en el colegio -ahí solía ser el mejor- o cuando me presenté a la capacitación del Censo Nacional Agropecuario.  En la universidad, ese "ser el mejor" se transformaba en el "ni por el chiras vaya a perder", algo así como jugar a empatar en un partido de fútbol.  Claro está que esa frase se convertía en "vaya por el cuatro, puede hacerlo y hágalo por su beca"; en algunas ocasiones se lograba.

Cuando ha llegado la hora de perder, sobre todo cuando se trata de una respuesta positiva que espero con mucha ansiedad, les confieso, no lo asimilo bien.  Me enfurezco mucho.  Lloro, si mis glándulas lacrimales dejan.  Si puedo golpear algo -no a alguien-, lo golpeo.  Lanzo cualquier cantidad de improperios al aire.  Quizá arrastre a los que están cerca de mí, pero ellos tratan de tranquilizarme, algunas veces con éxito, otras sin él.  En alguna ocasión, una pérdida no pudo superarse en semanas.  Pero, generalmente, es cuestión de días superarla sin cicatriz alguna.

Desde ese fatídico día del 2004, la impulsividad, la mala leche y la furia en toda su expresión han mermado, poco a poco, a veces retornando a algunos picos altos gracias a la necesidad física de lograr algo bello, grande e importante, pero mi propia apatía me impide expresar esa frustración por perder como solía hacerlo en mi juventud.

¿Que si es bonito perder?  Nunca lo es, queridos amigos.  Dicen que el que se expresa con furia y lanzando improperios es un mal perdedor.  Lo es, pero si de esa combinación hay consecuencias para lamentar.  Para mí, el auténtico mal perdedor es aquel que toma eso como una cotidianidad, callado, sin decir más cosa y sin lamentarlo.  Lo peor, es que en algún momento estuve bordeando ese triste camino.

Y considero también que muchos de nosotros, somos tildados como "malos perdedores".  Lo que realmente sucede, es que todos queremos estar encima del promedio, de la mediocridad, del montón; lo que no podemos hacer, es desconocer nuestra propia naturaleza ni las diferencias lógicas que tengamos entre sí.

Ahora sí, ¿a quién le gusta perder?

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