lunes, 11 de mayo de 2015

Angélica.

Era Enero de 1994.  Yo ingresaba a sexto grado, al Colegio Departamental de Anapoima, proveniente de la Concentración Escolar Policarpa Salavarrieta, junto con otros niños de la misma escuela, de la General Santander y de la mayor parte de escuelas veredales cercanas en esta meseta.

Ese mismo año, entró a sexto grado, a mi salón, el de Sexto A, una preciosa niña hija de un conductor experimentado y reconocido y de una afable pero luchadora ama de casa.  Me refiero a Don Mario y a Doña Esther, los padres de la protagonista de esta historia.  ¿Quién es la protagonista?  Angélica María es su nombre, ella es la protagonista, nació un 29 de Agosto en esta meseta.

Venía de la General Santander, la escuela rival de la Policarpa por ese entonces, al lado de otro buen número de mis compañeros.  En ese instante, un mensaje claro y fuerte con destino a mis neuronas y a mi corazón encendieron una alarma inmediata.  Me sentí muy atraído por ella, a mis casi diez años de vida.  Un rostro perfecto, un cuerpo muy armonioso, podía ser una reina de belleza.

Algunas veces chocamos en ese sexto, por nuestros orígenes, por lo que sucedía en nuestro salón, pero nada de gravedad, al contrario que con otros compañeros y compañeras.  Pero, el verdadero primer momento donde aprecié y valoré su presencia en mi vida, sucedió en aquel paseo al Jaime Duque.  Tanto recuerdo que ella, junto a otra compañera, y no recuerdo si Marcela estuvo ahí, me acompañaron en la travesía del Infierno de Dante.

El tiempo pasaba y ella crecía y se convertía en una hermosa mujer.  Cada vez más, la miraba de reojo en pleno salón para apreciar su innata belleza.  En uniforme de diario, en uniforme de Educación Física, los días que había "jean day".  Igual, la apreciaba.  Nunca fui capaz de decirle que se veía hermosa, nunca en mi vida.  En 1996 ingresó a la Banda Municipal, fue mi compañera ahí y fue una excelente instrumentista interpretando fliscorno barítono.  Así también era más hermosa, interpretando un bendito instrumento.  Estuvo allí hasta Febrero de 1999, porque quiso concentrarse en finalizar bien su undécimo y lograr un sueño, como todos y como yo.

Recuerdo las veces que explotaba de ira cuando algún compañero la molestaba.  Recuerdo aquella vez que me pilló y me "jaló las orejas" cuando leía yo una revista Club Nintendo en aquella Feria del Libro.  Recuerdo aquella vez, en el salón de ensayos, en la que me dijo que cambiara la hoja en la que estaba transcribiendo un trabajo de Física de Décimo Grado.  Recuerdo las lecciones preparatorias para la Confirmación, la hice con ella.  Recuerdo sus recorridos en bicicleta.  Pero, recuerdo, gracias a los relatos de mis compañeros -pues yo no fui seleccionado para viajar-, aquel día donde no pudo interpretar ese solo en la obra "Malagueña" en Villeta.  Hubiera deseado estar ahí para consolarla y animarla desde lo más profundo de mi corazón.  Nunca lo hice.

No tuvo buena fortuna en su undécimo, pero se graduó de bachiller al igual que yo y tomamos caminos separados.  No supe nada de ella durante unos dos o tres años, por lo concentrado que estaba en mis estudios, hasta que me fui a Bogotá.

Desde que estaba en Séptimo, ella solo tuvo un noviazgo, el cual fue largo, duradero y bastante feliz pese a los problemas.  Ese novio, es su actual esposo.  Mucha gente no le tenía confianza ni estima, antes se le temía por su carácter altamente explosivo.  También salió de bachiller junto a mí, pero estaba en el otro salón, pues perdió algunos años de bachillerato.  Lo respeté mucho y aún lo respeto, porque aparte de que se lo merece...

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Un sábado por la tarde del 2003, fui a visitarla.  Ella decidió hacer su vida con él, su actual esposo.  Ya habían decidido tener un hijo.  Hice lo más correcto que cualquier ser humano que tenga buenos sentimientos hacia alguien en su corazón, felicitarla.  Hacer una vida con la persona que se ama y que de ahí se forme una familia siempre es digno de admiración, no solo de respeto.

Al año siguiente, se casaron.  Un sábado, también.  Recuerdo mucho que mi mamá y Marcela fueron a la ceremonia en el templo.  Esa noche, me llamó mi mamá y me dijo que Angélica, la misma Angélica que se casaba, mi compañera de colegio, me preguntó durante la ceremonia.  No pude ir, me encontraba en Bogotá intentando ganarme la vida.  Aún siento algo de remordimiento por no haber estado ahí.

Eso solo indicaba una cosa, ella me apreciaba.  Aún lo hace, sí, a pesar de que ya nuestras vidas son distintas.  De vez en cuando la veo en su trabajo y la saludo.  Ya formó una familia, y pese a esos sacrificios, sigue siendo igual de bella y radiante que cuando la conocí.

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A lo largo de esos seis años de colegio, mi sentimiento hacia Angélica era profundo, pero mudo.  Así como nunca fui capaz de decirle que admiraba su belleza, nunca fui capaz de decirle que me había enamorado de ella.  Perdidamente.  La quería.  Era un sentimiento demasiado inocente considerando mi carácter y mi propia forma de ser.  Tuve miedo de su reacción.  Tuve miedo de la reacción de su entonces novio.  Me callé.  Algunos de mis compañeros sabían de esto y en ocasiones, me molestaban; la respuesta era evitar que se diera cuenta.  ¡Hasta tuve miedo de acercármele en aquella tarde girardoteña donde apareció en vestido de baño, me intimidé mucho, se veía bellísima!

Quizá en algún momento supo de este sentimiento, pero no hubo tiempo ni lugar para confrontarnos y asumir las consecuencias.  Si lo supo, bueno...  Si no lo supo, está bien.  Nos apreciamos.  En algún momento compartimos situaciones alegres juntos, como en aquella exposición en la que le ayudé.  Cada 29 de Agosto la recuerdo, no tanto por los sentimientos, sino por lo buena persona que fue conmigo pese a todo.  Si la veo en ese día, le deseo y le desearé un Feliz Cumpleaños.

También debo agradecerle a Angélica el brindarme la mejor lección de vida que he recibido, el desearle siempre felicidad a la persona que se haya amado, por más utópico que sea.  Ella fue mi primer amor, a pesar de que fue un auténtico imposible.  Con gallardía y dignidad acepté las decisiones que tomó para su vida, porque lo deseé, porque quería que fuese feliz.  Lo logró.  Mi corazón, aunque estuvo triste en cierto momento, se alegró porque hizo lo correcto.  No hice ningún acto estúpido e irracional en contra de eso.  Pablo, ese novio y actual esposo, hizo también lo correcto, hacerla feliz.

Y esto, desear felicidad, es mi ley de vida.  Podré no ser feliz, pero debo pedir felicidad para los que están cerca de mí, en especial mis paisanos y mis paisanas, sin importar la distancia y los problemas que se hayan causado.  Así espero finalizar mis días.  Y si Angélica algún día me pregunta por esto, le responderé tal cual, sin ocultar nada, sabrá comprenderme.

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