miércoles, 20 de mayo de 2015

El camino que no quise tomar.

Durante todo mi bachillerato me propusieron que me presentara a un examen de admisión en la Universidad Nacional, en la Pedagógica o en la Distrital.  Tenía, para ese entonces quince años cuando llegó la hora de decidir y como aún era inocente y no quería arriesgar demasiado, gracias al temor de fracasar en el intento, no me presenté a ningún examen de admisión.

Quizá también me cogió la noche cuando supe de esas posibilidades.  A cambio, se dio todo lo de Girardot, la primera opción en la Cundinamarca, la beca de la Piloto y lo demás que sucedió.  A primera vista, no fue tan malo...

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Yorlady, aquella compañera que fue mi némesis por buena parte de mi carrera, hasta que le pidió perdón a todos, me comentó algún día que no debía estar estudiando lo que terminé estudiando, sino Estadística o Ciencias del Deporte, pues me pilló jugando con tablas de posiciones y marcadores, cosas de deportista aficionado -y que me sirven mucho para algunas cosas que hago ahora-.  Intenté cursar una tecnología en Deporte, a distancia sobre el 2010, pero el experimento fracasó por falta de recursos.  Y de la Estadística, bueno, no sabía de la existencia de esa carrera profesional hasta hace muy poco y por cuestiones que preferiría no contar ahora..., lo cierto es que fue una de mis asignaturas favoritas en lo que duró mi carrera.

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Pues bien, a mala hora me vino el remordimiento por no intentar presentarme a esos exámenes.  Quizá hubiese clasificado, de acuerdo, pero la sangre, representada en no abandonar las raíces, tiró durísimo.  Elegí Girardot y me fui a Bogotá tres años y medio después con cierto nivel de madurez y mucha ilusión, en la casa Piloto, como muchos de ustedes conocen.

No sufrí en toda esa etapa retraso alguno en el calendario académico, una de las grandes ventajas de las universidades privadas.  Cuatro meses y medio de estudio y dos de vacaciones entre semestres por costumbre.  Algunas fiestas sacrificadas -el bachillerato de mi hermano, por ejemplo- y muchas mañanas con solo un tinto encima y ahorrando dinero para tener algo para el resto de cada semana.

En algún momento viví el temor de los paros de las universidades públicas en Bogotá, pues la Nacional y la Distrital no están demasiado lejos de la Piloto, pero por fortuna, fueron solo sustos.  Igual, vivía únicamente para mi estudio y lo que hubiese que hacer en Bogotá cada día, donde la mitad debía pasarse allá.

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Veo hoy las noticias, y un pequeño respiro es disfrutado por este servidor.  Otra manifestación llena de piedras, artefactos explosivos y mucho gas lacrimógeno adornó el día en la Universidad Nacional.  Hace poco tiempo, los trabajadores de la misma universidad entraron en paro y por poco no llegan a un acuerdo.  Hace otros tantos años, la Cundinamarca y la Antioquia pararon y con graves consecuencias, en especial para el alma máter de los antioqueños.  También recuerdo las manifestaciones explosivas de la Pedagógica, viví al menos dos de ellas demasiado cerca de mi humanidad.

Mi hermano estuvo a muy poco de sufrir en carne propia las consecuencias de esas manifestaciones, pues una papa explosiva cayó a escasos metros de donde él se encontraba; esa papa terminó por afectar a otra estudiante que perdió dos dedos de una de sus manos, allá en Fusagasugá.  Me asusté mucho, incluso temí por su vida.  Cada vez que sé de manifestaciones así, me preocupo mucho por mis paisanos, porque ellos hacen parte de mí y saben que deseo que se encuentren bien.

Por esas situaciones, queridos amigos, no intento ahora ni intenté antes presentarme a una universidad así.  Respeto y admiro a los que lograron llegar por esa vía a esa etapa, sé de lo complicado de ese objetivo.  Pero, por lo que he visto y vivido, se han perdido muchos días de estudio por culpa de esos problemas y se han perdido también varios periodos vacacionales -los cuales para mí no son negociables- por recuperar esos días.  Además, mi edad ya no me deja pensar en intentar una segunda carrera, pienso ya en el posgrado.  Ya perdí demasiado y lo único que podría hacer es intentar recomponer el camino.  No me arrepiento de la decisión que tomé, aunque los fantasmas toquen la puerta.

Ese fue el camino que no quise tomar.  ¿Y si lo hubiera tomado?  ¿Sería otra mi historia?  ¿Tendría un futuro?  ¿Tendría todo lo que deseé?  Son incógnitas que nunca se resolverán.

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