viernes, 13 de junio de 2014

Caras veo.

Estación Ricaurte de Transmilenio, Bogotá, Martes 10 de Junio del 2014.

Era una tarde muy gris.

Llegaba a esa estación, después de realizar una diligencia médica en la Autopista Norte con Calle 100.  Salí algo pronto de ese asunto, así que aproveché el tiempo para pegar unas láminas del álbum de este Mundial , las cuales conseguí con algo de esfuerzo, en un Colsubsidio que estaba cerca de mi presencia.  Claro, también compré algo para merendar.

Las pegué, hice tiempo y a eso de las tres y media, decidí devolverme a la Estación Calle 100, una de las más congestionadas del sistema Transmilenio.  Hace algún tiempo, habilitaron una segunda entrada a esa estación, con torniquetes incluidos, con la diferencia consistente en que en esa entrada no hay taquillas, es una entrada rápida para aquellos que tienen saldo en sus tarjetas.  Por ahí ingresé y esperé pacientemente mi articulado.

Decidí abordar el G5, la ruta corriente que viene desde la 170 y termina su recorrido en el Portal del Sur.  No me había percatado de que esa ruta hacía un ligero tránsito por la Calle 80, en específico, por las estaciones del Polo Club y de la Escuela Militar.  Bueno, no me quejé demasiado y continué, hasta llegar a la estación de la Universidad Nacional, donde haría un breve descanso y cambiaría de ruta, esta vez, por una "directa", la G12, que me dejaría en dos paradas en Ricaurte.

Allá llegué, sobre las cuatro y diez.  Tenía que esperar a la persona con la que necesitaba encontrarme, por un buen rato.  Varias llamadas debí hacer, aún estaba lejos de ese destino.  Y aquí es donde realmente inicia mi historia.

La Estación Ricaurte, es una de las estaciones más grandes de Transmilenio.  Realmente, es una estación de intercambio, pues conecta, sin necesidad de trasbordar, dos troncales, la Calle 13 y la Carrera 30 -o Avenida Ciudad de Quito-.  Para realizar esa conexión, los pasajeros deben cruzar por un túnel subterráneo.

Veo mucho movimiento, gracias a la importancia que tiene esta estación.  Me ubiqué en la salida del túnel, en los vagones que están ubicados sobre la Carrera 30, para esperar a mi contacto.  Empiezo a ver gente presurosa, gentes de todas las edades, de todos los estratos sociales, de todas las razas que hay en este país, de todas las creencias políticas y religiosas, con discapacidad, sin discapacidad, en fin...  Todos, con el mismo fin, llegar a sus destinos, bien sea en el sur, en el centro, en el occidente o en cualquier otro punto cardinal de Bogotá. 

Sigo esperando, con algo de impaciencia, mientras observo algunos rostros.  La tranquilidad, la manejan a su manera.  Unos la disimulan, otros no pueden ocultarla.  Algunos corren, otros caminan presurosos.  Habrá alguno que disfruta, con total parsimonia y relajación, de su recorrido.  Todos logran abordar su ruta, quizá con cierta presión e incomodidad por la saturación propia del sistema.  Sigo observando rostros, para ver si encuentro algún conocido, solamente encontré a alguno que me distinguía en alguna etapa de mi vida, quizá en casa, quizá en algún otro lugar; lo saludé y él devolvió el saludo.

La impaciencia se estaba apoderando de mí y quería irme pronto de esa estación, se acercaba poco a poco la hora pico.  La estación se estaba abarrotando, ya que a esa hora, suelen salir muchos trabajadores de sus labores diarias.  Sigo observando rostros y sus expresiones, ahora un poco más apuradas.  Supongo que quieren evitar cualquier congestión, cualquier problema.  También me preocupaba un poco que alguien pensara que fuera un sospechoso de cometer alguna infracción en esa estación, pero para mi fortuna, estaba quieto y no me moví demasiado de mi lugar.  Aparte de eso, el frío empezaba a congelarme los huesos, pero no quería abrigarme, quería soportar el clima reinante en estas tardes.

Por fin había llegado mi contacto.  Traía algo para mí, más cosas para coleccionar.  Yo debía traer otras partes que él requería.  El trueque se consumaba.  Yo le debía algo a ese contacto, así que en cierta forma, debía compensar colocando más de mi parte.  Quedamos en paz, era la idea.  Nos despedimos, y cada uno cogió por su camino.

Debía cruzar el túnel subterráneo para ir a los vagones de la Calle 13 y buscar mi ruta, la que me llevaría a la Universidad Piloto.  Mientras tanto, seguí pensando en todos los rostros que vi.  ¿Siempre tendrían afán de llegar?  Seguramente.  ¿Llegarían sanos y salvos?  Eso espero.  ¿Seguirán soportando las incomodidades propias de este sistema?  Por supuesto, hasta que haya un mejor servicio.

Esas imágenes son las que uno ve todos los días, no solo al viajar en un articulado de Transmilenio, sino en cualquier sistema de transporte urbano en el mundo.  Las he visto por más de quince años, el tiempo que llevo frecuentando Bogotá por diversas razones.  Las seguiré viendo, en mi caso, cuando deba volver a Bogotá, en una semana y media aproximadamente.  Y si la suerte sonríe, podría seguirlas viendo por mucho tiempo más.

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