viernes, 12 de diciembre de 2014

El peor viernes de todos.

Era algún viernes entre Noviembre y Diciembre del 2004.

En ese día, se debían entregar los documentos finales de los proyectos de grado del décimo semestre de ese entonces.

Yo trataba, solo contra el mundo y con un pírrico apoyo, terminar el mío de la mejor manera posible.

Mi sueño, era terminar ese proyecto y graduarme en el 2005.

Pero, lo que voy a contar, fue la mayor frustración de mi vida.  Aunque la haya contado en parte en otro momento, aquí la contaré con más detalles.

Ese viernes fue un día muy frío en Bogotá.  En ese día, la secretaria de la facultad -una joven morena, algo voluptuosa-, estaba algo enferma, y sabía que tendría un día excesivamente estresante por el tema de esas entregas.

Algunos lograron entregar sus documentos y los anexos temprano en la mañana, para su propia fortuna.  Los demás, la gran mayoría, y dentro de la cual me incluyo, dejaron la entrega para la tarde, por razones sustentadas en nuestra propia cultura.

Recuerdo muy bien que tuve que comprar una memoria USB de 256MB para poder guardar todo, y costó bastante, casi $100000 en esa época.  Ahí guardaba los documentos, incluso debía usar disquetes en caso de que esa memoria fallara, guardando el proyecto por partes para evitar problemas con el espacio.  Pues, en ese viernes, corrí contra el reloj para que me imprimieran los documentos del proyecto y los encuadernaran en el centro de copiado que hay en el primer piso del Edificio Fundadores.

Por poco y me quedo por fuera de la oficina de la Facultad, ya que habían dado una hora límite, las cinco de la tarde.  Llegué unos dos o tres minutos antes y la oficina estaba llena de estudiantes listos para entregar el proyecto.  Esperé pacientemente y entregué los documentos, con algo de angustia.

Lo peor vendría minutos después.  Mi asesor, fue al laboratorio de informática donde realizaba mi proyecto, lo revisó y con un poco de indolencia me dijo que mi proyecto no era apto para ser sustentado.  Mi sueño de graduarme joven se derrumbó como un castillo de naipes.

Lloré como nunca había llorado en mi vida, entré becado y quería salir becado.  Había decepcionado de tal forma a mi familia que ni quería volver a casa.  Llamé a la innombrable y le dije que celebraran, pues ella y sus compañeros querían verme derrotado y efectivamente lo lograron.

Minutos después, llamé tanto a mi padre como a mi madre, que en vez de consolarme y dejarme en paz, me dijeron que siguiera adelante.  Yo les respondí que no me ayudaran más, no lo merecía.  ¿Para qué seguir?

Ese viernes, fue el peor de mis poco más de treinta años de vida.  Lo fue, porque me humillaron, me pisotearon con saña y esa fue la cereza del pastel.  Desde ese día, mi vida nunca fue la misma de antes.  Me considero y me consideran el peor y lo sigo siendo, ni lavándome con lejía me quito esa mancha.  ¿Qué perspectiva podía tener yo si tendría que gastar por lo menos un semestre más intentando graduarme?  ¿Qué favor le hacía a mi familia gastando dinero que no se tenía en ese semestre?

De nada sirvió ese esfuerzo.  Salí de allá con los pies por delante.

Diez años después, el recuerdo sigue vivo, porque como lo había dicho, mi vida no siguió siendo la misma.  Esa Navidad, fue la peor de todas.  Varios días después, presenté el bendito ECAES y los resultados no fueron los mejores.  De ese semestre, me quedó la sensación consistente en que no sirvo para muchas cosas de mi profesión real.

Hoy, no sé qué pensar...

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