domingo, 21 de diciembre de 2014

Necesito un abrazo.

Dos días muy perversos tuve.

El viernes, un miserable auxiliar bachiller de policía me insultó y no tuve más que pegarle un puñetazo.  Sé que es ilegal hacerlo.  Estuve detenido por más de una hora en el Comando y créanme, no soporto la petulancia de los auxiliares bachilleres de policía que rondan aquí.  Corruptos, sinvergüenzas, altaneros, por no decir otros adjetivos que rayan en la grosería.  Son unos niños que les faltó rejo en la casa.  Se aprovechan de la falta de legalidad que hay en algunos aspectos de nuestro entorno y hasta patrocinan que la gaminería y la suciedad sean la constante en esta meseta.

A esto estuve de ser judicializado y estaba dispuesto a asumir las consecuencias, con mucha tranquilidad, porque sabía que él me provocó y podía yo alegar defensa propia.  Yo me disculpé con el mismo comandante -está casado con una compañera de universidad- pero el sinvergüenza a quien agredí, siguió siendo el mismo petulante de siempre.  Me gustaría hacerlo quedar mal en todo sitio, pero sé que existen unas mejores formas de acallarlo, al igual que a sus compañeros, que por su conducta enlodan a la Policía.

Hoy, unas monjas me estafaron, haciéndome perder veinte mil pesos y las muy orondas se fueron.  Me alteraron el día, hasta el Lumia alcanzó a pagar las consecuencias.  Juré, con el respeto que se merecen las personas que pertenecen a las comunidades religiosas, que un acto así no se quedaría sin su recompensa.  Detesto que una religiosa no profese los valores que supuestamente dice tener y transmitir.  La patrona debió poner de su bolsillo ese dinero, aún me causó más rabia.

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Estos dos días, me amargaron los días previos a la Navidad.  Lloré mucho, de la rabia, de la frustración.

En esta noche necesité más que nunca de un abrazo.

No importaba de quién viniera, podía ser de alguien de mi familia, de algún amigo, de alguien que me estimara mucho, incluso hasta de esa persona.  Lo necesitaba.

Aún necesito ese abrazo.

Necesité, que alguien me diera ánimo y me dijera "Jairo, tranquilo, no ha pasado nada".  Así hayan pasado treinta diluvios seguidos, me hubiera ido a la cárcel o tuviera que pagar ese desfalco con mi propio dinero.

Nadie en mi casa me da un abrazo, ni mis pocos amigos ni mis conocidos.  Tampoco soy persona de dar abrazos ni besos en la mejilla.  Quizá haya sido la costumbre rígida que tomé desde niño, de mantener distancia respecto a la gente; pensarán muchos que soy una persona seca y distante.

Pero, esta noche de fin de semana, mi corazón clama ese abrazo.

Pido perdón a ustedes por lo que narré de entrada, la agresión a ese muchacho.  No es correcto, lo sé, pero entiendan que una autoridad no puede pasarse por la faja sus propios deberes, inclusive el de respetar su entorno y a la gente que lo habita.  A las monjas, ya les daré su recompensa, pero no será excesiva, sabré construirla.

A esta hora, aún lloro de tristeza, pero se pasará la página pronto.

De todas formas, aún quiero un abrazo.  No solo de compasión, sino también de felicidad y de alegría, porque viene una preciosa fecha y valdrá la pena estar contento para disfrutarla.  Sepan comprenderme, queridos amigos; aquí estaré por si me necesitan.

Y así no lo reciba físicamente, ¡agradezco ese abrazo que me den!  ¡Muchas bendiciones para ustedes!

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