viernes, 22 de agosto de 2014

Milagro en La Mesa (Parte I)

Agosto 21 y 22 de 1999.

Eran dos días claves.

Faltaban, a ojo de buen cubero, dos meses y medio para finalizar el bachillerato.  Todos miraban con ansiedad y algo de miedo lo que deberíamos presentar para soñar con una carrera de educación superior, el Examen de Estado para la Educación Superior, conocido coloquialmente como el "Examen del ICFES".

El municipio, en ese entonces en cabeza de Don Héctor García, decidió ayudarnos con los cursos de preparación para ese examen, donde pasamos varias tardes durante unas tres o cinco semanas en el colegio repasando lo que vimos durante casi seis años de estudio y preparando las electivas, las cuales fueron un dolor de cabeza para muchos de mis compañeros, de entrada, porque no sabían cuál tomar.

Mientras tanto, todos los estudiantes de undécimo del antiguo Departamental de Anapoima nos inscribíamos por el viejo sistema manual que estableció el ICFES para tal proceso.  Recuerdo que debíamos consignar una plata en la secretaría del colegio, cuando llegaron los paquetes con la documentación debíamos llenarla con lápiz negro Nº 2, no podíamos doblar nada y devolvíamos esos paquetes a la secretaría, pues Don Juanito -el entonces secretario del colegio, todo un personaje-, se encargaba del envío hacia el ICFES en Bogotá.

Así, pasó el tiempo que precedió a ese examen.  Las conjeturas sobre quién lograría el mejor puntaje del colegio no se hacían esperar.  Se decía que yo lo lograría, se decía que Carlos Salgado -un compañero que tuve en quinto de primaria y sexto grado, vivía en la misma vereda que yo, se cambió de grupo en séptimo- sería el afortunado, se decía que habría sorpresa, se decía que el mejor puntaje pasaría de 320 puntos, incluso superar los 350.  Yo, como aún era ignorante en muchas cosas, decía que podía llegar a un 380, una locura.  Soñaba con ingresar a una universidad muy prestigiosa en Bogotá, incluso a la mismísima Universidad de Los Andes.  Se podía, pese a que lo que decía, sonaba algo arrogante.

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Llegó la hora de viajar a La Mesa.  Hizo muy bien el ICFES en habilitar a la cabecera provincial para presentar el examen.  De lo contrario, había que viajar a Bogotá o a Girardot a presentarlo, quizá mis antecesores tuvieron que sufrir ese viaje.  Me sentí feliz, no quería ir a descansar en otra parte por ese asunto.

La noche anterior, mi mamá, preocupada tanto por Marcela como por mí, nos pidió que diéramos lo mejor de nosotros, nos hizo alistar todo temprano, e igualmente, nos hizo dormir más temprano de lo que acostumbramos hacerlo un viernes.  Muy a las cinco de la mañana del Sábado 21, nos despertamos, nos arreglamos y nos desayunamos, para encontrarnos con algunos compañeros que realizarían el mismo recorrido lleno de sueños y de temores para encontrar un futuro.

(Continuará)

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