martes, 24 de enero de 2017

El paseo más largo de mi vida: Parte I - El camino a Medellín (sin censura)


Hace un año, deseaba volver a tierras antioqueñas.  Gracias a un buen trabajo y a punta de lucha y de ahorrar sabiamente, cerraría el primer mes del 2016 viajando.  Y lo logré, al destino que ansiaba y a donde había disfrutado un merecido cierre de temporada en el 2015, conociendo gente maravillosa.  Hoy decido recordar este largo viaje de mi vida, momentos que no disfrutaba quizá desde los tiempos de la Banda.  Por partes lo contaré, para que no se aburran.  Y decido iniciar con el texto original de la crónica de viaje desde mi casa hasta Medellín.   ¡Disfruten!

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Desde el año pasado, con cierta ansiedad conforme transcurría la Navidad y el Año Nuevo, esperaba el día en el que viajaría hacia esa mágica ciudad después de poco más de seis años de no hacerlo. Decidí, que en esa fecha del 24 de Enero saldría en horario nocturno hacia la capital antioqueña, primero, porque me permitiría aprovechar el tiempo allí, y segundo, porque tendría la posibilidad de ver al club de fútbol de mis amores el miércoles 27, el Atlético Nacional. 

Apenas finalicé mis labores sobre las siete y media de la noche, crucé al otro lado de la carretera para esperar el primer bus con destino Girardot o Ibagué de Flota San Vicente que apareciera frente a mí, pero no sucedió. ¿Por qué? Todos los domingos, hay cierres parciales en la vía que conduce a mi ciudad de residencia desde Mosquera, por el tráfico vehicular que suele congestionar ese trayecto, así que todo móvil que desee viajar hasta La Mesa o hasta Girardot debe tomar la trocha que conduce al Alto de Mondoñedo desde Madrid o tomar la vía de Zipacón y Cachipay.  Aproximadamente media hora duré ahí, junto a otros pasajeros que viajarían hasta Apulo y Tocaima. Nos convertíamos poco a poco en presas de la desesperación, incluso llamé a un amigo para ver si nos podía transportar. Ni siquiera dos móviles de Cooveracruz que estaban regresando a sus casas al terminar sus recorridos entre La Mesa y Cachipay tuvieron compasión y pasaron de largo.

Sobre las ocho y cinco, aparecieron dos móviles de Flota San Vicente en una acostumbrada “enganchada” –es decir, uno pegado al otro-; una buseta con destino Tocaima y un busetón con destino Girardot. La que tenía como destino Tocaima apareció primero y fue la que abordé, la 251164, un móvil Non Plus Ultra sobre chasís Nissan con veinticinco sillas poco espaciosas que no permitían estirarse. Recogió casi todo lo que había en el paradero e inmediatamente prosiguió con su recorrido, pagué los acostumbrados $5000 y el auxiliar, quien lo conozco de años atrás por ser una especie de judío errante, me advirtió que ya habían incrementado la tarifa; no hizo mayor reclamo frente a ese pago y se devolvió para la puerta.

La buseta avanzó rauda por las cuestas que separan Anapoima de Apulo y como llevaba pasajeros con destino Girardot, no perdió demasiado tiempo en el descenso hacia Tocaima, un trayecto igual de sinuoso. Sobre las ocho y media, llegué al parque de Tocaima –a esa hora ya no presta servicio su terminal-, y terminamos la primera parte del recorrido. Estaba dispuesto a buscar una camioneta Nissan Urvan de Coomofú para llegar lo más rápido posible a Girardot, pero al caminar unos diez metros volteo mi cabeza y veo un móvil de la Cooperativa Tequendama con ese mismo destino, así que no dudo demasiado y lo abordo, junto a los pasajeros girardoteños que traía esa Non Plus Ultra de Flota San Vicente. Me pareció muy extraño que no esperara a su compañero para transbordarle los pasajeros.

El móvil de la Tequendama que abordo es el 1140, un Hino FC4J de mediana capacidad que venía desde Bogotá por la ruta de Mesitas del Colegio. Su tripulación quería descansar lo más pronto posible, pues lo agobió el tráfico que había en la salida por la Autopista Sur. Pago los $4000 de ley y descendemos hacia Girardot con cierta rapidez, pero sin rayar en la imprudencia total. 

Esperaba poder tomar inmediatamente en Girardot un móvil de Cootranstol o de Auto Fusa al arribar sobre las nueve y diez a su Terminal, pero, ¡oh, sorpresa! ¡El Terminal de Girardot ya había cerrado su operación diaria! ¡No había un solo bus para Ibagué! ¡Lo habían despachado a las nueve en punto! Con la frustración a cuestas, pero suavizada por una ventisca típica de esta ribera del Magdalena, me senté en un punto afuera del Terminal junto a otros pasajeros que por las mismas razones, se quedaron de ese último bus. Un pregonero nos informa que sobre las diez pasaba el último móvil de Auto Fusa que viaja hasta Ibagué y decidimos esperarlo, sin antes sopesar las posibilidades de contratar un taxi que nos llevara por lo menos, hasta el Peaje de El Espinal. En ese momento recordé que por allá en los noventa y en parte de este siglo, Flota Magdalena cubría un recorrido entre Girardot y Medellín por la ruta de Cambao, aún no entiendo el por qué abandonaron tal frecuencia –pero parece que a estas horas de la vida la han retomado-.

El reloj marcó las diez y el móvil de Auto Fusa no llegaba. Una madre que venía desde Agua de Dios junto a sus hijas alcanzó a desesperarse y yo también estaba pensando en pasar la noche en Girardot para madrugar el lunes y tomar lo primero que tuviese como destino Ibagué. A las diez y cuarto, apareció el ansiado móvil, el 663 de Auto Fusa, un móvil JGB Ibiza sobre Hino FC4J, y cuyo auxiliar me reconoció a la hora de cobrarme los $7000 del pasaje, pues trabajaba en Auto Faca y sabía de mi existencia. Cruzamos buena parte del centro de Girardot para llegar a Flandes y obviamente, recogiendo algunos pasajeros con destino El Espinal.

Esa parte del trayecto me desesperaba un poco, pues quería llegar a Ibagué cuanto antes. Por fortuna, en El Espinal este móvil no se demoró demasiado y partió raudo para finalizar su recorrido. Al haberlo abordado, estaban finalizando una película de acción y acto seguido, proyectaron videos de un artista de música de despecho muy poco conocido, para apagar todo después de cruzar Chicoral. Allá mismo, más exactamente sobre el Molino Florhuila, observé un accidente causado por la caída de una rama de un árbol frondoso gracias a la ventisca, que impactó a un automóvil particular.

Ascendimos Gualanday por el nuevo túnel que construyeron para acortar el trayecto hacia Ibagué y la demora consistía en llegar a la Capital Musical, pues no sabía aún si podía tomar al menos el último móvil que despacharan hacia Medellín. Sobre las once y cuarenta y cinco, ya dejando sus últimos pasajeros en diversos sitios de esta capital, llegamos al Terminal de Ibagué y sin tiempo para pensar, me fui para la taquilla de Expreso Bolivariano para preguntar por el bus que me transportaría hacia Medellín. No alcancé a viajar en el Navette XL de Coomotor y no deseaba viajar en Rápido Tolima.

Me hacía a la idea de no dormir siquiera en la misma terminal, para al menos madrugar y tomar el primer móvil que tuviera como destino La Dorada, pero, ¡hubo luz blanca! ¡Aún estaba aquel móvil del servicio DuoBus que debía salir a las once y media! Pregunté si quedaba algún puesto en el primer piso, me contesta la vendedora que no, que solo quedaban sillas en el segundo. Pregunté si había silla cerca a una ventana, me contesta que solo en la parte de atrás. Sin tiempo para pensar, compré mi tiquete por $69000 –en efectivo-, me asignan la silla 37, compro una gaseosa personal por un precio demasiado costoso –es una de las razones que me motivan a no comprar nada de alimentos en los terminales-, pero tenía sed y no podía darme el lujo de viajar sin nada de líquido en mi organismo.

Antes de abordar, pregunto por una cobija, y el conductor, con algo de vergüenza propia me comenta que tuvieron que eliminarlas de este servicio gracias a algunos malos pasajeros, que en vez de valorar el servicio y devolverlas, se las robaban o las devolvían bastante sucias y la empresa se cansó de tales conductas. Con esa sensación de pesar, abordo y veo que mi silla está bastante atrás, pero no me podía quejar, tenía cerca una ventana, así que me senté y me acomodé. No me había fijado en el número interno del móvil, el cual fue el 21406, un Busscar Busstar DD sobre Scania K410, hasta que me di cuenta que podía conectarme a través de su red Wi-Fi. Reviso mi silla, y aparte de no poder usar el portavasos –lo dañaron- veo que entre esa silla y la de al lado está ubicado el tomacorriente, el cual me urgía tenerlo a la mano para poder recargar mi teléfono móvil.

Me conecto gracias a las indicaciones de la chequeadora, quien hace la respectiva grabación videográfica de seguridad y sobre las once y cincuenta y cinco, dejamos el Terminal de Ibagué para tomar rumbo hacia Honda. La idea de la tripulación de mi DuoBus es que todos podamos dormir, así que no programaron ni película ni música alguna para conseguir tal fin. Yo decidí buscar alguna emisora local para escuchar en mi teléfono, lo cual se logró a ratos, por lo que a los pocos minutos decidí cambiar a la música que tengo en ese dispositivo. Con igual intermitencia funcionó la conexión a Internet, la cual pude usar para reportarme por mis redes sociales.

No pude dormir como quería, todos los periodos de sueño que tuve realmente fueron cortos. El primero, lo tuve entre Armero-Guayabal y Honda, despertando prácticamente en el Río Guarinó, para poder disfrutar del trayecto hacia La Dorada observando el famoso “Indio Acostado”, aquella formación montañosa que se ubica entre esta ciudad y Victoria. Llegamos a La Dorada, más exactamente al sector de La Melissa y encuentro varios móviles de distintas empresas: Copetrán, Omega, Expreso Brasilia. Abordan mi DuoBus dos pasajeros más, una pareja con un bebé de unos cuantos meses de nacido; el papá me pide que si puedo cederle mi silla e inmediatamente le respondo que no, porque yo compré mi tiquete para ocupar esta silla, con algo de resignación acepta la situación y busca otro lugar. ¿Dónde está el vendedor y/o chequeador para que resuelva este tipo de situaciones?

Dejamos La Dorada y cruzamos de nuevo el Magdalena para pisar Puerto Salgar y proseguir hacia Medellín, donde caigo nuevamente presa de un microsueño y despierto en Doradal, ya en Antioquia. Intento, entre mi somnolencia, ubicar la famosa Hacienda Nápoles, pero la oscuridad no me dejó, volviendo a caer dormido. Desperté nuevamente en algún lugar del Oriente Antioqueño, pero sentía que estaba cerca de El Santuario y decidí de una vez por todas no intentar dormir. 

Cruzamos lo que los antioqueños llaman el “Oriente Cercano”, y noto que hay algunos tramos de segunda calzada en construcción, lo que hace que la conducción sea demasiado cauta. Poco a poco nos acercábamos a Medellín y con algo de fortuna, logré sintonizar una frecuencia radial reconocida, donde estaban recordando lo sucedido con el secuestro de Diana Turbay.

A las siete y cuarenta y cinco de la mañana, el móvil 21406 de Expreso Bolivariano finalizaba su recorrido en el Terminal de Transportes del Norte, en Medellín. Una horda de muchachos uniformados se acercó al bus con el fin de intentar colaborar con el transporte del equipaje de algunos pasajeros, pero yo, con ficha en mano, solamente la pedí al otro conductor, quien con algo de estrés, lo entregaba pieza por pieza y con su correspondiente número de ficha.

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