lunes, 30 de enero de 2017

El paseo más largo de mi vida: Parte VII - El largo regreso a casa.

Sábado.  La tierra llama y era hora de cerrar esta etapa.  Increíblemente, mi reloj biológico me traiciona y no pude despertarme a la hora que tenía planeada, además, me preocupé por no tener ropa limpia lista, lo que afortunadamente solo quedó en susto.  Entrego mi cuarto y arranco para el Terminal, pasadas las siete, con el fin de buscar un móvil que me transportase hacia San Sebastián de Mariquita, ya en el Tolima.

Perdí la opción de viajar en Empresa Arauca, quería probar un nuevo servicio de camionetas que cubrirían las rutas hacia el Magdalena Caldense, así que debía buscar otras opciones sobre las siete de la mañana, apareciendo una camioneta Hyundai de la Gran Transportadora Río Tax, que tendría como destino La Dorada.  No quedaban sillas en el costado izquierdo ni adelante, y la única disponible, era atrás, hacia el costado derecho, la cual no es de mi completa preferencia, pero existiendo la premura como existió, no hubo más forma, a las siete y cuarto partí de Manizales.

No puse demasiada atención al recorrido, escasamente disfruté el paisaje montañoso que marca la salida de Manizales hacia el oriente, donde se bordea el Parque Nacional de Los Nevados y el ingreso al Departamento del Tolima.  Paramos en un sitio llamado Mesones, donde abundan unos paradores de precios poco asequibles para la mayoría de los bolsillos, apenas pude comer algo durante la parada, que duró unos veinte minutos.  De ahí para allá, el descenso es bastante peligroso, cruzando por sitios como Padua, Petaqueros -donde se desvía hacia poblados como Pensilvania o Manzanares- o el mismo Fresno, ciudad tolimense ajena a las costumbres propias del resto del departamento y más afín a las del resto del Eje Cafetero.

Seguimos el descenso y solo faltaban unas cuantas curvas peligrosísimas para llegar a la primera escala técnica del recorrido.  A Mariquita llegué pasadas las diez y cuarto y la idea aquí era esperar un móvil de una empresa que no fuese Rápido Tolima para llegar hasta Ibagué.  Ahí quiero hacer una acotación, el personal de esa empresa me abordó una primera vez para ofrecerme sus servicios, a lo que me negué educadamente, y esperé con mucha paciencia el móvil de Flota La Macarena que vendría desde Honda, el cual ya había cruzado antes de que llegar allá; minutos después, volvieron a abordarme los de Rápido Tolima, pero como ya había contestado que no anteriormente, contesté negativamente con vehemencia, a lo cual respondieron con actitud muy negativa, y aún más convencido terminé de no viajar con ellos, contando aparte la mala fama que tienen.

Al instante, apareció una imagen milagrosa ante mí.  Un móvil de Cootranstol que viajaría hasta Girardot paró.  Confirmé su destino final y al preguntar cuánto costaba, respondí que cómo iban a cobrar más que la suma del viaje hasta Ibagué y de ahí hasta Girardot, dejando claro que solo le pagaría ese valor, diecinueve mil pesos.  La tripulación, sin argumentos para refutar, accede y abordo de una buena vez para partir inmediatamente.  Había llovido en esa región y no se imaginan el calor tan sofocante que empezaba a notarse en cada parte del recorrido.

Lo único criticable de la ruta es que el móvil entró a cada poblado que cruzaba, pasó por Guayabal, por Lérida e ingresó a los parques de Venadillo y de Alvarado.  En Venadillo se demoró unos diez minutos parado.  No recogió demasiados pasajeros, ni siquiera para Ibagué.  A Ibagué llegó sobre la una y viendo que solo me tenía como pasajero para llegar a Girardot, me transborda a otro móvil que estaba listo para partir, con mayor ocupación.  De ahí parto faltando sobre la una y cuarenta y cinco, recorriendo el antiguo trayecto -ingresando a Chicoral- y con alguna noción de tiempo perdida, llego al Espinal donde intentaron transbordarme a otro móvil, ¡lo cual lograron!  Así, llegué a Girardot, pasadas las tres.

Por la demora en la salida, seguramente no alcanzaría a tomar el móvil de Flota Águila que saldría hacia Bogotá, y efectivamente sucedió.  Aproveché para hacer alguna compra en el Éxito que queda al otro lado de la Carrera 12 y volví para adquirir el tiquete, pero en otro móvil de Flota Águila que tendría salida sobre las cuatro de la tarde, un Non Plus Ultra sobre Chevrolet NPR Reward que entre semana cubre las rutas desde el Portal de la 80 hasta El Rosal y Subachoque.  Salimos y como es costumbre, cada uno de los cincuenta y tres kilómetros que separan Girardot de Anapoima hacen de los recuerdos, todo.

Pasadas las cinco, la última curva montañosa que marca la entrada de Anapoima por el sur, me llenó de alegría.  Mi casa, la que había dejado seis noches atrás, de nuevo me recibe.  Cansado y con muchas ganas de dormir, recorro los últimos metros que faltaban para llegar a casa.  En la estación de servicio desciendo y con la satisfacción de haber disfrutado el viaje más largo de mi vida, llego a casa, donde la rutina volvería poco a poco.

¿Volvería a Medellín?  Quizá.  En unos cuantos meses, otra buena noticia proveniente de allá vendría.  Solo Dios supo qué pasaría.  En fin, a todos aquellos que me acompañaron en cada escala del viaje, mis agradecimientos sinceros y muchas bendiciones para sus vidas; ojalá pueda volverlos a ver.

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