domingo, 15 de enero de 2017

A tres meses: Frunciendo el ceño.

No tuve ni una Feliz Navidad ni un Feliz Año Nuevo.  Las malas noticias se cebaron conmigo mediando Diciembre y las aspiraciones de tener dinero para cubriar algunas necesidades puntuales se fueron al demonio.  Lo peor es que definitivamente no puedo hacer absolutamente nada que me permita salir adelante, porque con los mensajes que me han dado, cada vez más siento y aseguro que soy la peor persona que ha pisado esta tierra, aún siendo de ella.  Ni me pregunten por qué tengo que ceder mi lugar a un payaso que nunca se disculpará por todas las afrentas, insultos y agresiones que ha lanzado en mi contra.

Alguien en Twitter, dijo que yo enseñaba el rencor.  Quiero decirle, que la vida y muchas personas me lo enseñaron antes de que me conocieran y quizá también ella lo haya hecho.  No por nada, debo ser así.  Rara vez sonrío.  Muchas veces prefiero andar con el ceño fruncido, porque todos los golpes que he recibido en la vida me han quitado los pocos motivos que tengo para vivir y porque no quiero recibir uno más.  Aquella vez que exploté diciendo que ojalá cuando le sucediera algo me recordara, porque no me pude defender y disculparme por el error que cometí, lo hice, no por vengarme, sino porque no quería que sufriera tal cual sufrí.  Sucedió algo, sí; pero no celebré a rabiar ni siquiera en pensamiento, porque fue algo similar a lo que había vivido hace algunos años.

Ayer tuve dos incidentes feos, me golpearon dos veces en mi tobillo izquierdo, una con un carrito de supermercado y la otra con una patineta.  Me sacaron la rabia.  No quería saber de nada que tuviera que ver conmigo ni con la casa.  Después del primer incidente, fui hasta La Mesa a averiguar algo que involucraba mis colecciones y regresé.  En el segundo incidente, pateé de la rabia la patineta, no me explico por qué no aventé ese trozo de madera contra la primera pared que vi -estaba frente al templo-, pero fue suficiente haber dicho que debieron agradecer no haberles partido ese juguete.  Perfectamente me pudieron fisurar un tobillo y créanme, era peor el asunto para ambos lados.

Cuando llego a casa, discuto fuertemente con mi mamá sobre lo sucedido y ella apenas atinó a decir que deseaba que me hubieran quebrado ese tobillo.  Con eso me bastó saber que ella nunca se ha interesado por mí.  Sobra decir que le respondí que ojalá se cumpliera pronto ese deseo, inclusive que se acabara mi vida.  En otro texto dije que alegraré a más de uno si eso se da, y suficientes motivos hay.

Muy pocas veces, los conocidos más cercanos han podido verme sonriendo o con una expresión distinta a un ceño fruncido.  En el 2004, como les he contado, viví el peor episodio de mi vida, y como en cierto cuento, terminé con una gran mancha de brea sobre mi existencia.  De ahí para acá, no hay nada para destacar.  Ya no hay nada que hacer.

A muchos les dirijo la mirada así, con el ceño fruncido.  Hasta para hacer algo.  No es descortesía.  Es la expresión más pura de la frustración.  Me frustra fracasar, me frustra no poder estar en un lugar que merezco, me frustra no poder sacar adelante a mi familia.  Ya perdí las esperanzas.  Irónicamente, me siento mejor, pero dicen que eso afecta la salud.  A Don Norman le he dicho varias veces que haber terminado esa carrera fue el peor error que cometimos.  Ya no hay lugar para mí ni en una mesa.

Todas esas muestras de doble moral, de desconsuelo, de desesperanza, me fruncen también el ceño.  No concibo eso.  Y como siempre será, todo lo que signifique perjudicarme, siempre será bienvenido.  Ojalá el día que todos aquellos esperan, sea de regocijo.  Mientras tanto, camino por ahí, arrugando mi frente, en señal de desilusión y de tristeza, porque lo poco que había para mí, ya dejó de serlo.

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