viernes, 27 de enero de 2017

El paseo más largo de mi vida: Parte IV - ¡Atlético Nacional en la Superliga!

El ansiado día había llegado.  Un poco más tarde, respecto al día anterior, me desperté, y decidí desayunar en el restaurante del Éxito de la Avenida Colombia.  Mantengo la táctica de aguantar un tiempo prudencial en el hotel, y antes de las diez, ya estaba en el Atanasio Girardot buscando mi boleta.  Pero, hubo una sorpresa que no me esperaba, que no me agradó al principio, pero pasadas las horas terminó por agradarme mucho: Se habían agotado las boletas de Occidental Alta.

Discuto un poco con el encargado, pues el día anterior, como lo conté, estaban presentes unos vagos bastante rémoras que no me inspiraban confianza, pero ambos comprendimos la situación y él me dice que la localidad que me ofrecería, un poco más barata, sería mejor.  Yo asentí con dudas, y como no había más opción, terminé por comprar mi boleta en Occidental Baja.  Unos pesos me ahorraría, aspecto fundamental para lo que faltaba del viaje.

De inmediato, decidí emprender camino hasta la Estación Universidad, con el fin de conocer Parque Explora y la Universidad de Antioquia.  Desistí de realizar el recorrido por Parque Explora por lo largo, y como tengo experiencias con Maloka, fácilimente superables por lo que ofrece el parque, el tiempo y los costos no me alcanzarían, así que me dirigí hasta el claustro máximo de los antioqueños.  Adentro, decido conocer el Museo, el cual me pareció sumamente atractivo en cuanto a su exposición permanente -sugiero mucho que lo recorran-, donde conocí mucho del arte antioqueño a lo largo de su historia y de su propia fauna.

Salgo de ahí y me dirijo hasta el centro, con el fin de encontrarme con una persona proveniente de la misma latitud que la mía, pero que por cosas del destino la llevaron a Medellín.  Con algo de miedo, recorro las cercanías del Parque de Berrío, diviso algunas "gordas" del maestro Fernando Botero y sobre el Hotel Nutibara nos encontramos para almorzar con el tiempo justo, ya que tenía mucho trabajo.  Conversamos de muchas cosas en ese escaso tiempo, nos despedimos y yo ya debía organizarme para lo que sería la tarde y la noche.

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Con la boleta en la mano, la ansiedad era mayor conforme pasaban las horas.  Decidí que a las cinco ya debía estar, por lo menos, ingresando al estadio.  Antes de las cuatro, decidí ir por una merienda y por algo más para beber -sin alcohol, por supuesto- para ingresarlo al estadio y calmar la sed en caso de necesidad.  En algún momento sentí que se me hacía tarde.  Pero no fue así.  Al arreglarme y salir del hotel, observé, en no menos de dos ocasiones, a algunos con seria intención de seguir el partido fumando marihuana a la vista de todos sobre la Carrera 70.  Yo avancé raudo por las vías que conducen al Atanasio, con mi bolso y mis pertenencias, pero no sin antes averiguar por las medidas de seguridad que se tomaron para esa ocasión.

Algunos minutos antes me había informado un superior de la Policía que no habría problema para ingresar mi bolso, que no es muy grande y era perfecto para cargar las cámaras y el Lumia.  Pero, el problema surgió a la hora de superar el primer anillo de seguridad, que estaba cerca a la estación del Metro.  No pude ingresar con el bolso.  Hablé con la persona encargada y me dijo, con toda la vergüenza del mundo -sí que la tenía, estaba hablando con un turista que viajó casi trece horas para llegar hasta ahí-, que no podía entrar con el bolso.

En una situación como esa radica la importancia de conseguir alojamiento cerca del sitio donde se realiza un evento.  Ni modo, debí volver al hotel, desocupar el bolso, cargar las cámaras en los bolsillos, sacar la cartuchera del Lumia y cargarlo ahí, y evitar en lo posible descuidarse.  Me sentí incómodo, pero, ¿qué se podía hacer?  Era una final y desafortunadamente, los malos elementos que pululan estos espectáculos, aquellos que en vez de disfrutarlos se envician y generan tragedias, hacen que las autoridades se pongan demasiado exigentes con el tema.  Llegué, me presenté en el mismo sitio donde me rechazaron el ingreso, y pasé.  Superé el segundo anillo, el que estaba en la  Plaza de Banderas sin problema y decidí recorrer los alrededores del estadio antes de ingresar; todo estaba atiborrado de hinchas de Nacional, inclusive la famosa tribuna sur, la cual me generó algo de impresión por la cantidad de hinchas y por lo que alcancé a oler...

Llego de nuevo a Occidental y tenía los nervios en las nubes.  Era mi primera vez en la cual ingresaba al Atanasio Girardot para ver al equipo de mis amores, el que sigo desde que era niño.  Me encuentro con el superior que me había informado sobre lo del bolso y estaba con otros superiores, converso con ellos, y les comento lo sucedido, pero aclaro que si así son las cosas, pues, ni modo, había que hacerlas así.  Espero que ingresen algunas personas, respiro, hago la fila...  Y entro a ese escenario mágico llamado Estadio Atanasio Girardot.

Quedo sumamente impresionado por la vista que tuve al entrar allá, esa inmensa cancha, la silletería, todo.  Cumplía un sueño, aunque faltaba la otra parte, ver al Atlético Nacional en vivo.  En este día, disputaría el segundo partido de un invento reciente de la Dimayor denominado Superliga, el cual enfrentaba a los dos campeones de liga del año inmediatamente anterior; el otro rival en contienda era el Deportivo Cali.  El primer partido, en el Estadio de Palmaseca, había terminado con victoria para Nacional por dos goles a cero, anotados por el resistido Jonathan Copete.

Solo en ese inmenso escenario estaba.  No conocía a nadie de los que estaban allá.  No encontré un lugar sobre la mitad de cancha, lo encontré un poco escorado hacia la portería sur.  Afortunadamente, una familia apareció y se sentó cerca a mi silla, poco a poco empezamos a conversar, en especial con el padre.  Me preguntaron cómo llegué y de dónde venía.  Les conté muchas cosas sobre mi casa y el cómo Anapoima se convirtió en un fortín verdolaga en Cundinamarca.

A las siete de la noche, todo inició.  El himno antioqueño cantado hasta retumbar, Nacional con ventaja y el Cali intentando buscar un gol que los acercara en esa serie.  Pero, muy temprano, cuando empezaba a disfrutar del sueño, Macnelly Torres anotó el primer gol del partido, por supuesto, para Nacional, a puerta vacía.  Todos celebramos a rabiar y el Cali se hundió más.  De ahí, Nacional se dedicó a manejar el partido y a desesperar a un visitante que no tuvo cómo romper la defensiva local.  Así terminó la primera parte.  La familia que estaba a mi lado, viendo que estaba feliz por el partido, me convidó a comer palitos de queso, ¡estaban deliciosos los muy condenados!

Inició el segundo tiempo y la hinchada de Nacional, siempre fiel pase lo que pase con el equipo, tenía preparada una linda sorpresa para cuando regresara el equipo a la cancha.  ¡Una de las dedicatorias más bellas que le hace una hinchada a su equipo!  ¡Qué alegría me dejaba el haber venido hasta aquí!  A los siete minutos de ese periodo, Sebastián Pérez punteó un centro al espacio para vencer a Ernesto Hernández y subir el marcador a dos goles.

En cierto momento del partido, el queridísimo Fernando "Pecoso" Castro se alborotó lo suficiente contra los árbitros, y la hinchada, especialmente la popular, se dio cuenta de todo lo que pasaba en el área técnica y le dedicó con cariño (?) estos dos estribillos:



Pues sí, se le cargó con todo al pobre Pecoso unas declaraciones que hizo algunos meses antes sobre Atlético Nacional.  De ahí, el ambiente se calmó, Nacional siguió manejando el partido sabiamente, arrodillando a un Cali que hasta su propia impotencia agotó.  En el minuto 88, Luis Carlos Ruiz metió un zapatazo de media distancia que hizo inútil la estirada de Hernández y redondeó ese precioso 3-0 que le dio a Nacional su segunda Superliga y un cupo a la Copa Sudamericana.

Yo disfruté capturando todas las imágenes que pude, enfocándome en lo que podía, jugadores, jugadas, táctica, hinchada, la sorpresa, en fin.  Salí tan contento del Atanasio que dije que podría morir tranquilo.  Cumplí mi sueño.  Ahora, el plan era salir directo al hotel, pero un encuentro casual con otras personas que conocía por Internet me llevaron camino a Obelisco, camino que no fue sencillo dado el número tan grande de hinchas verdolagas que salían del estadio a sus casas, o a celebrar en los negocios cercanos.  Por poco no los encuentro, y aparte de conversar sobre mí, sobre mi casa, sobre el por qué llegue hasta aquí y sobre lo que es Nacional para mis paisanos, me tomé dos Pilsen tamaño grande -¿de medio litro eran?- que aparte de lo contento que estaba, me dejaron bastante entonado y como se imaginarán, hice el suficiente esfuerzo neurológico para llegar al hotel y descansar.

Sí, valió la pena haber cambiado ese deseo original.  Cumplí el anhelo de muchos paisanos y de muchos hinchas que como yo, no vivimos en Medellín y seguimos, por los medios al equipo que hizo historia en el mundo y ganó adeptos a través de una filosofía que muchos años después, ha dado sus frutos.  A mí me han criticado el ser hincha de ese equipo, pero no mi familia, mi familia simpatiza con Nacional.  Mi familia quiso, en el fondo, y a pesar de todo, que viviera una experiencia así; algún día los llevaré al Atanasio o a Bogotá si las condiciones lo permiten.  En fin, el sueño de muchos años se cumplió y el regalo que tanto deseaba fue recibido con mucha alegría.

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