domingo, 29 de enero de 2017

El paseo más largo de mi vida: Parte VI - Chinchiná y Villamaría.

Después de haber descansado un poco del trajín –y de la resaca del día anterior en Medellín-, y pasar una maravillosa noche en Manizales, al siguiente día planeé visitar una importante población cerca a la capital caldense, supremamente reconocida por su producción cafetera. Me refiero a Chinchiná.

Sobre las nueve de la mañana, arribo a la Terminal de Transporte de Manizales y busco la taquilla de Empresa Arauca.  Abordo un móvil -buseta de diecinueve pasajeros- que tenía como destino Pereira, pero no realizaría el recorrido acostumbrado para salir hacia la capital risaraldense.  Tomaría la carretera antigua, por el famoso sector de La Siria, recorrido de calzada sencilla y perfectamente evocador de lo que es el paisaje cafetero.

Transcurridos veinte minutos, me encuentro con la entrada de Cenicafé, sitio insignia de los cafeteros de nuestro país, señal inequívoca que Chinchiná se encuentra a pocos metros de ahí.  Llegamos, desciendo del vehículo y me encuentro con una población algo desordenada, pegada a una carretera nacional muy importante -de ahí se sale hacia Pereira y a Medellín sin cruzar por Manizales- y lo primero que hago allá, es buscar desayuno en una panadería cercana.

Salgo, y recorro Chinchiná por la parte más cercana a la carretera y paso al otro lado de ella para conocer algo de sus barriadas.  No me impresioné demasiado, pero encontré un vendedor ambulante bastante simpático ofreciendo en tono cantado una bebida de la que poco o nada sabía.  Le pregunté qué es y me dijo "es trabuco".  El trabuco -no confundir con el arma- es una bebida a base de leche y huevos, similar a un ponche, popular en el norte del Valle y algunos poblados del Eje Cafetero.  Me animé a tomar un vaso y el vendedor me contó que a esa bebida se le suele agregar licor, a lo cual me asusté y le pregunté que si a esta hora le echaba trago, pero supo aclararme que a esta hora su trabuco no contiene ningún licor; igual le sentí algo de sabor a vainilla y de cierto modo, me gustó.

Regreso a la carretera y mi objetivo ahora es adentrarme hacia el centro de Chinchiná.  Aparte del desorden que vi de entrada, el paisaje urbano cambiaba un poco, hacia una ciudad ordenada, tranquila, propia del auge cafetero.  Me encuentro con un parque central inmenso y con una basílica igual de imponente.  Ambos sitios los recorro con calma.  Luego, me dirijo hacia la Plaza de Mercado, donde me encuentro otro paisaje propio del Eje Cafetero, las aceras llenas de jeeps parqueados esperando turno para viajar hasta las montañosas veredas de Chinchiná.

Sigo recorriendo el poblado y me encuentro, de repente, con la salida hacia Manizales, donde divisé un microbús proveniente de La Mesa, con muchos paisanos a bordo, intenté saludarlos, pero no me notaron.  Prosigo y me encuentro en el paradero de buses, mi punto de partida, donde conozco los sitios donde podría, si lo deseaba, partir hacia Medellín, hacia Pereira, hacia Cali y así.  Sobre el mediodía, decido regresar, regreso en otro móvil de Empresa Arauca, pero me encuentro con otro triste lunar en el viaje.  Un indigente, me pide monedas por la ventanilla de la buseta, al instante la cierro, ya que detesto dar limosnas y por algo así me robaron un reloj hace muchos años; de inmediato, el tipo se hizo el golpeado y me insultó, a lo que no le hice caso, de nada sirve ganarse las cosas con esfuerzo como para que unos cuantos parásitos intenten "vivir de la caridad ajena".  Con esa imagen dejé Chinchiná y pensé por qué gente así afea los sitios donde los turistas deben tomar su transporte para regresar a casa.

Quizá me haya insolado en el recorrido, pero fue cierto que me dormí y a cierta hora, ya estaba de vuelta en Manizales.  Decido regresar al hotel, para descansar otro rato y pensar en el siguiente itinerario.

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El año pasado había dejado pendiente pasar por Villamaría, así que en esta ocasión podía ir y como suelo decidir rápido para resolver lo que se deja pendiente, pues pasadas las dos ya estaba de nuevo en el Terminal de Manizales.  No para tomar otro bus, por supuesto.  El Cable Aéreo sería mi medio de transporte y esta vez, no subiría hasta Manizales, bajaría hasta el otro extremo de la línea.  Allá queda Villamaría.  La línea del cable me dejaría en la estación, a una calle de su parque principal.

Bien, el plan era igual de sencillo que en Chinchiná, recorrer y conocer.  Paso por paso, conozco su parque, su templo, tomo fotos, una que otra escena, hasta que me adentro un poco hacia sus barriadas.  En el camino, me encuentro con un local donde ofrecen los famosos chorizos de Villamaría, y como ya tuve una experiencia deliciosa degustando los chorizos santarrosanos -los de Santa Rosa de Cabal, llevé un paquete cuando viajé a Pereira y ya fueron historia- pregunté si tenían y por supuesto, me llevé dos paquetes para el regreso.  En el mismo local observé fotografías de famosos que degustaron ese manjar, incluyendo a un divertido y polémico ex-presidente.

Llegando a las barriadas, observo una o dos chicas muy lindas, pero no me detengo, continúo mi camino, pero no puedo dejar pasar por alto un comentario muy anecdótico que me contó un morador de Villamaría respecto a la belleza, creo que dijo "huy, aquí usted ve niñas muy lindas".  No supe si reírme o avergonzarme.  Lo cierto es que ya la tarde caía poco a poco y pasadas las cuatro decido regresar a Manizales, pero no por el cable, sino como muchos lo hacían antes, en bus.

Tomo el bus urbano de Expreso Sideral y como ustedes supondrán, deberá retar la agreste topografía de Manizales para subir hasta su parte céntrica.  Rodeamos el Terminal y después de sortear algunas calles estrechas, decido quedarme en el Estadio Palogrande para ver qué había de nuevo y qué ofrecería el Once Caldas.  No vi gran cosa, en ese momento estaban en registro de abonados.  Como la tarde estaba muy agradable, decido caminar hasta el centro, y me encuentro con muchos sitios en el camino, la Universidad Nacional, el Cable, la Cruz Roja, los monumentos, entre otros, hasta llegar a Fundadores y haber disfrutado de un maravilloso atardecer.

Pasé la noche solo, pensando en todo, mientras recorría una a una las vitrinas del Centro Comercial Fundadores.   Por supuesto, no llevé nada, apenas cené.  Y conforme transcurrían las horas, decido regresar al hotel, para descansar y pensar en el regreso a casa.

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