viernes, 29 de abril de 2016

Cicatrices.

Sin quererlo, escribí dos textos similares con el mismo nudo aquí.  No me di cuenta y me disculpo por ello.  Aunque a mi favor debo decir que esa frase me identifica mucho.

Hoy digo que mis cicatrices, no solo del alma sino las que porta mi piel, son fiel reflejo de mi humanidad.  La reciente en mi ceja derecha, las que me dejó la varicela aquella, el corte en mi brazo izquierdo, la de cierta cirugía, los raspones y quemaduras en mis piernas, son claros ejemplos.  Son señales de lo mucho y de lo poco que he vivido y me he acostumbrado a vivir con ellas.

Algunos podrán no tener una señal notoria de sus heridas, pero sé que las tienen, al menos ocultas bajo una capa de tela.  Otros, gracias a la falta de sentido común, portan una señal que los acompañará en sus rostros por el resto de sus vidas, que ni la vergüenza ni los avances de la ciencia las borran de tajo.

Espero no volver a tropezar más para acumular más cicatrices, ni en mi cuerpo ni en mi alma.  Cansado estoy de tanto estrellarme hasta con piedras de pequeño tamaño.  Desde ese día de Noviembre del 2004 no tengo un motivo válido para seguir y la tendencia continúa.  Ni creo ya en milagros como para aferrarme a uno.

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