viernes, 31 de marzo de 2017

Quince: Incertidumbre.

Aquella última vez, allá en el 2012, tenía la certeza de seguir, pero no de dónde vivir.  Esa vez, debí renunciar.  Y eso que había un elemento que creía que mi forma de ser y de ver las cosas, en especial en ser agradecido -y no un lambón como ese elemento creía, quizá le faltó cariño en la infancia- no era la forma correcta de ser persona.  Con el dolor en el alma, pero con la conciencia limpia porque sabía lo que hacía, porque supe qué hice y porque a esas personas que confiaron en mí en aquel fin de año para llegar apenas pasara el Año Nuevo les gustó mi forma de trabajar.  Tan sencillo como eso.

Me dolió dejarlos, porque querían que me quedara, pero el sueldo no me alcanzaba para vivir en aquel paraje y debía, por necesidad, hacer algo extra que me permitiera tener un mejor nivel de vida.  No pude conseguirlo.  ¡Hasta hubo compañeros que me dijeron que no me fuera, que me ayudarían!  No se pudo.  La decisión que había tomado, con algo de pesar en el corazón, no tenía reversa.  Si quería cumplir, debía vivir en ese paraje.

Hoy siento todo lo contrario.  Tengo dónde quedarme y alimentarme, pero no es segura mi continuidad.  Si me quedo, sería por un mes más.  Aún estoy enfermo, pero no con el malestar de hace días.  Hay oposiciones, pero sé que hay muchas cosas que están fallando dentro de lo que me corresponde y me permite hacer esa tarjeta gris.  Si no las mejoro, ¿cómo hago para que lo demás funcione?  Ojalá esa gente que se opone, aprenda un poquito.  Espero, eso sí, que lo que resulte, sea mejor.

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