jueves, 6 de abril de 2017

Nueve: El azar.

Hoy asistí a una chocolatada en el salón comunal del municipio donde me encuentro, organizada por los estudiantes de grado undécimo de la Institución Educativa Departamental.  Se cruzaba, en parte, con la programación de la Fase Municipal de los Juegos Intercolegiados, pero no fue impedimento para que ambos eventos coexistieran y buena parte de la población que habita esta pequeña urbe asistiera.

Dudé, porque no quería gastar dinero en la boleta, pero el hecho de poder hacer algo muy distinto a la rutina me facilitó las cosas.  Pasadas las seis, llegué al salón solo y busqué un lugar, quería una mesa, pero la gran mayoría estaba ocupada y no hubo de otra que buscar una silla y sentarme cerca a una pared.  Poco a poco, los miembros más distinguidos de esta sociedad -del alcalde hacia abajo, para que me entiendan- llegaron y se nutrió la asistencia al evento.

El personero fungió como maestro de ceremonia y así, con algo de improvisación, todo inició.  Un famoso juego llamado bingo fue el acompañante perfecto de la chocolatada, que terminó siendo "tamalada" porque al final ofrecieron un suculento tamal para cenar; estuvo muy delicioso el plato.  Hubo ganadores y al menos tres empates, y por supuesto, no gané nada, como suele suceder en esas pocas oportunidades de jugar en cosas así.  Pasadas las diez, el evento terminó en su parte esencial, y de ahí salí, aquejado de algunas molestias en mi sistema digestivo, que me dejaron cierta preocupación.

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Hacía muchos años que no jugaba bingos, la última ocasión que recuerdo fue uno que hicieron para apoyar a la escuela de baloncesto, allá en Anapoima.  Esa vez mis sistemas nervioso y circulatorio estuvieron muy a prueba, debido a la ansiedad que produce ese juego, por el mismo afán de ganar.  Hoy, mantuve la calma durante buena parte del evento.  Pero, yo quiero además contar otra cosa.

No soy devoto de los juegos de azar.  No me atraen.  Pienso que es una forma muy mala de gastar el dinero y el tiempo.  Para ganar, se necesita invertir mucho tiempo, como en los bingos y mucho más dinero, como en los demás.  ¿Han calculado cuál es la probabilidad de ganarse un chance o la lotería?  ¿Lo han hecho con el Baloto?  A veces, aborrezco las rifas por las mismas respuestas, pero por necesidad, he tenido que realizarlas, pero sabiendo apuntar el premio -suelo hacerlas con temas deportivos- para que los demás participen con gusto.  Y muchos otros, han debido realizarlas, para -inclusive- saciar sus necesidades más básicas.  Eso no quiere decir que no colabore con una rifa, cuando son personas de confianza quienes la realizan, suelo apuntarme; igualmente cuando se realizan con causas justas.

Volviendo a lo que es el chance, la lotería, y el mismo Baloto, dejé de jugarlos por la forma como invierten lo que pagamos por esos juegos, que se supone debe ir a la salud de nuestro país.  Le perdí la confianza desde que supe lo de los escándalos de corrupción protagonizados tanto por algunas loterías como por las entidades de salud.  Esa plata, terminó en manos de unos pocos que la invirtieron en mansiones lujosas y en autos de alta gama, no en mejorar nuestro atribulado sistema de salud.

Y peor aún, le sumo a esto los casinos y sus máquinas tragamonedas, o "tragaperras", como muchos vulgarmente les dicen.  He conocido casos de algunos allegados que se enviciaron con esas malditas máquinas.  Sueldos desperdiciados por horas y horas frente a una caja que puede dar un suculento premio, que es demasiado difícil de conseguir.  Gente que olvida a su familia por andar embobada pensando en sacar tres limones o tres sietes y llevarse el premio mayor.  Le huyo a esos sitios, en serio.

Hay que saber gastar el dinero, queridos amigos.  Y no son buenas ideas derrocharlo en estas cosas con frecuencia.  Llega siempre un momento que hará arrepentirse por priorizar eso en vez de una necesidad puntual.

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