martes, 17 de marzo de 2015

Río.

Personalmente, me gustan muchos los paisajes donde hay cuerpos de agua, llámense lagunas, lagos, quebradas o ríos.  ¿Por qué?  Bueno, a decir verdad, me brindan sosiego y algo de tranquilidad.

Hace algunas semanas, después de unos cuantos años, no disfrutaba de un paisaje donde estuviese presente un río.  ¿Cómo sucedió esto?  Como habían aplazado el Escalafón para una semana más adelante -con comunicación casi sobre la hora por vía telefónica-, me propusieron acompañar una carrera atlética a campo traviesa que se realizaría sobre ese fin de semana.

¿Pensaron que no aceptaría?  Por favor, claro que acepté.  Me pagaban, me darían refrigerio y recordatorios.  Debía estar presente en la Casa de la Cultura sobre las cinco de la tarde.  Ese sábado pude tenerlo libre, hasta que una llamada casi me daña esa salida, afortunadamente pude concertar salir de ese compromiso sobre la hora y estar a tiempo para no fallarle a mi amigo.

Organizamos algunas cosas y nos fuimos hacia Apulo para que cada uno de los que iban conmigo fueran tomando sus posiciones.  Yo, desconociendo el por qué y para qué, decidí ir al río.  Debí cruzarlo, y créanme, me dio algo de miedo.  Ni siquiera pude recogerme el pantalón para, al menos, llegar indemne.

Al otro lado, en el territorio de Anapoima, debí quedarme.  Mi función en esa tarde y noche era encargarme de que los participantes de la carrera no se fueran para el río e indicarles cuál es el recorrido válido de la carrera.  Me quedé solo por unas dos o tres horas, no tuve noción exacta del tiempo cuando me recogieron.  Volví a cruzar el río con algo más de miedo, por la penumbra y porque me tropecé levemente con algunas rocas.  Recogimos a los demás en territorio apuleño y regresamos a nuestra base en Anapoima, con más comida de la que recibimos y con algo de cansancio.  Yo regresé a casa a medianoche, Robinson regresó enfermo de allá y no me fui de la Casa de la Cultura hasta que se mejorara.

De haber conocido que podía ir a un río, podía llevar la ropa para un buen baño.  Pero, bueno...  Aproveché para remojarme los pies y sentir la corriente del río.  También, para reflexionar un poco al estar desconectado del mundo -escasamente pude hacer una llamada antes de que oscureciera y no recibí ni una sola llamada después de eso-.  ¡Hasta disfruté de una preciosa noche estrellada en esa ribera!

Lo cierto es que ese día fue muy agradable, en todo sentido.  Necesitaba ese espacio para mi espíritu.  ¿Volveré?  Sí, algún día.

Para cerrar, les comparto la imagen que logré captar durante ese atardecer, fue todo para mí.

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