miércoles, 26 de noviembre de 2014

26 de Noviembre de 1999. (Parte 2)

Cinco años después, completo este precioso relato...

La fiesta había terminado, por lo menos la que me correspondía junto a Marcela, sobre las diez u once de la noche.  No recuerdo bien si había llovido, creería que San Pedro sí abrió la llave, aunque fuera por un breve lapso de tiempo.

Al otro día, asistí al grado de Jorge, un compañero de la banda, quien estudiaba y vivía en Apulo para ese entonces.  Él estudiaba en el Colegio Departamental Antonio Nariño de ese poblado y la ceremonia fue programada por la noche, nos pidieron el favor de asistir a la ceremonia y de amenizarla; incluso permanecimos buena parte de la noche en Apulo para acompañarlo en su fiesta, queríamos quedarnos más tiempo, pero Don Pedro no nos autorizó bajo ninguna circunstancia.  Lo que sí permaneció durante buena parte de la noche fue la lluvia, que fue lo suficientemente fuerte para asustarnos.

Este 26 de Noviembre se convirtió en un "doble día", queridos amigos.  Es imposible olvidarlo, y contaré algunas anécdotas previas a lo que fue ese día.

La beca de la Piloto.

Había contado que me enteré antes que el mismo rector del colegio -el chiguano Fabio Edilberto Jara- a comienzos de Octubre en un viaje de futuro académico hacia Girardot junto a Don Norman.  Me entero antes que todos, quizá haya soltado alguna pincelada.

En una semana cultural, la última que tuve, había anunciado mi retiro de la Banda Municipal, porque deseaba concentrarme en lo que sería mi primer semestre, pero me arrepentí.  El jueves, me había juntado con mis compañeros músicos de ese undécimo y debíamos hacer una interpretación disfrazados como personajes de Los Picapiedra.  Al finalizar la jornada, había llegado una carta remitida por la seccional de la Universidad Piloto para el colegio donde certificaban que había conseguido el segundo puesto en ese concurso-prueba y que tendría mi beca para estudiar.

¡Ahí fue la fiesta!   Casi todo el mundo me felicitó por ese logro, hasta el compañero que me hizo la vida imposible en muchos días, me refiero a Carlos Torres.  Me cargaron en hombros por una parte de la cancha múltiple, esa que raspaba como lija.  Sé que Carlos me estimaba por todo, independientemente de todos esos momentos tensos.

Mejor bachiller, más cantado que...

Previo a la ceremonia de graduación, se tenían que cumplir ciertas ceremonias, que a primera vista eran demasiado aburridas y rigoristas, pero que al final, valieron un poco el tiempo que se gastó en ellas.

Una de esas ceremonias, era la entrega de símbolos de parte del undécimo que salía -es decir, nosotros- al undécimo que llegaba -el décimo grado de 1999-.  El problema surgió cuando llegó la hora de la realización de la ceremonia en mi salón.

Todos querían participar, en especial entregando un símbolo.  Alguien, presa de la furia, y representando a muchos que en algún momento de su vida no estaban contentos conmigo, soltó esta perla:

-"¿Para qué participamos en esto, si ya sabemos que Jairo se va a llevar todo?"

Honestamente, no quería participar en esa ceremonia, ni quería saber de ella.  Sabía que se iba a desatar una discusión fuerte por ese tema.  Al final, creo que terminé entregando un símbolo, pese a la oposición de todos, y si no me equivoco, fue un balón como representación del deporte.

Unas semanas antes, había tenido una discusión tremenda con Amparo Melo, profesora de química y directora de nuestro salón, con lanzamiento de cuaderno espiral al piso y todo.  Por esta situación, citaron a Doña Myriam al colegio -fue la última vez que la citaron por algo mío que no fueran los boletines- y recuerdo, que la misma profesora Amparo le dijo a mi mamá que yo debía apersonarme de algo casero, cosa que en lo personal nunca me ha gustado.  La causa de la discusión, fue la que por todo el mundo discute y pelea, el maldito dinero, creo que por una actividad que teníamos planeada para el fin de año y porque de ahí hubo un malentendido que involucró a Marcela también.

Lo cierto fue que la profesora Amparo me cargó mucha rabia durante las últimas semanas del año lectivo y una semana antes de finalizar el año lectivo -creería incluso que unas dos-, hubo reunión de profesores en jornada académica para definir, en secreto, quién sería el mejor bachiller de esta promoción.  Era lógico que la puerta de acceso al edificio administrativo, el mismo donde está la sala de profesores, estuviera cerrada, la "seguridad institucional" imperaba.  Ay del que se acercara así fuera en chiste por allá...

Bueno, una profesora después de la graduación me contó cómo fue la reunión.  El rector y los coordinadores los cogieron a todos a mansalva y les preguntaron quién debía ser el mejor bachiller, uno por uno.  Dos candidatos había, Carlos Javier Salgado y quien escribe.  Todos los profesores votaron por este servidor salvo una, la profesora Amparo.

Ella aún estaba cegada por la rabia de ese momento y creía que no merecía ese galardón.  Si hubiese sido por lo malo, hasta la profesora Cecilia y el profesor Leonel votarían en contra, pero como fueron más los milagros y las buenas obras que lo malo, pues...

Ese viernes, recibí dos placas conmemorativas, una por el puntaje en el Examen de Estado y la otra, por ser el mejor bachiller del colegio.  ¿Que si deseaba que la profesora Amparo se la tragara la tierra?  La verdad, no, ¿para qué?  En esa mañana no sabía nada de eso, solo quería que la ceremonia transcurriera normalmente.

Poco después, la profesora Amparo se acercó y nos abrazamos.  En el fondo, ella sabía que hice historia.  Quizá más historia que otros bachilleres que salieron antes y después de mí.  Quería que me llevara esos galardones.  La rabia pudo con ella, de acuerdo.  Y bueno..., si no fui el mejor bachiller de este colegio en todos estos años, ¿entonces quién?

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En todos estos años, evoco mi colegio y todas las vivencias que tuve.  Trato de mantenerme conectado con sus actividades, hasta me han sugerido que lidere la formación de una asociación de egresados, pero muchos de mis compañeros y conocidos bachilleres tienen más que una vida y se les dificulta organizarse.  He tratado de asistir a todas las ceremonias de graduación después de mi etapa universitaria, y trato de hacer buenas migas con algunos elementos de esas promociones.

Es una pena contarles que algunos profesores actuales desconozcan la historia y pasen por encima de la gente que en cierta forma, valoró este colegio más que a su casa y a su propia familia, guardando las proporciones.  Yo quisiera que esos docentes de ahora, conocieran quiénes fueron esos estudiantes que hicieron no solo grande a un colegio, sino a un precioso poblado llamado Anapoima.

Volviendo al tema, ya hice el deber de recordar a mis profesores.  Vuelvo a hacerlo, ya no por lo malo, sino por lo bueno y su intención de forjar personas llenas de conocimiento y valores.  La lista no será necesaria de repetir.  He de recordar a mi rector en esa época, Fabio Edilberto Jara, quien me trató muy bien durante todos estos años.  He de recordar a Juan Bautista Nova, "Don Juanito", el sempiterno secretario pagador del colegio, que en alguna ocasión se disfrazó de profesor.  He de recordar a David, el cascarrabias celador.  Y también a todas las personas que alguna vez hicieron parte de la rama administrativa del colegio.

Mañana, quizá la próxima semana, regresaré al colegio para recorrer sus salones, para correr por los pasillos, para divisarlo desde el balcón de la rectoría, para sentarme en sus bancas de concreto o en sus "sillones de piedra".  El 26 de Noviembre de 1999 nunca se olvidará, por más triste, furioso y con ganas de acabar con la vida esté.

Y para finalizar, este texto está dedicado a todos mis compañeros, los de promoción, los que ingresaron conmigo y se quedaron en el camino y a todos aquellos compañeros de otros cursos que conocí dentro de estas edificaciones de ladrillo lacado que componen lo que fue el Colegio Departamental Integrado de Anapoima, hoy Institución Educativa Departamental Julio César Sánchez García.  Aunque, con el viejo nombre siempre me quedaré...

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