miércoles, 12 de noviembre de 2014

Quince años, quince historias: Sin kínder y sin primero.

En este mes, se cumplen quince años de recibir mi grado de bachillerato, como en algún momento lo dije, uno de mis pocos momentos dulces durante mi vida.  Así, sin un orden específico, narraré quince historias sobre mi educación básica, historias alegres, tristes, malgeniadas, y así, hasta donde mi memoria y mi percepción me permitan contarlas.  Hoy inicio, y espero que el 26 de Noviembre pueda terminar sin problemas.  Así que empecemos...

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En aquella vereda de Las Mercedes, vivía una familia de campesinos apellidada Méndez, oriunda de una población donde pasaba el ferrocarril, llamada San Antonio de Anapoima, quienes, aparte de las labores propias del campo, trabajaban en un condominio en construcción llamado Las Acacias.  Su hija mayor, cursó sus dos primeros años de educación básica primaria en la escuela de la vereda, donde, a pesar de la escasez de personal a educar, se destacó como una gran estudiante.

Los problemas vendrían, cuando Don Norman, el padre de familia, decidió trasladar a su hija a la Concentración Escolar Policarpa Salavarrieta, la escuela primaria más prestigiosa de Anapoima -disputando su prestigio con la General Santander-.  Allá, las profesoras le dijeron tanto a él como a Doña Myriam, que su hija debía repetir esos dos primeros años que cursó en Las Mercedes, alegando supuestos retrasos en su formación.  No se podía hacer nada, la niña debía cursar de nuevo primero y segundo de primaria.

Más grande sería el problema, cuando el segundo de sus retoños, veía gustosamente los programas de televisión educativa que transmitían los antiguos canales 1, 2 y 3 de Inravisión, aprendiendo poco a poco algunas cosas que tardaban más tiempo en aprenderse en una escuela pública, como la Policarpa.  En 1991, casi cumplidos los siete años, ese segundo retoño fue matriculado en tercer año de primaria dentro de la Policarpa Salavarrieta, ya que, gracias a todo ese conocimiento que acumuló viendo esa televisión le permitieron no cursar ni el preescolar, ni primero, ni segundo de primaria.  Todo por seguir a su hermana y no separarse de ella, ya que ni en 1989 ni en 1990 le permitieron estudiar.

Ese mismo año, ese segundo retoño no quiso completar su año lectivo, retirándose y con la bendición de poder cursar sin problemas el siguiente año, eso sí, con un cambio de jornada, debiendo estudiar por la tarde y viviendo con más comodidades en el área urbana, pues su familia dejó de trabajar en Las Mercedes por cuestiones que superaban cualquier esfuerzo.

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Ese segundo retoño, el protagonista de estas líneas, es este servidor de ustedes.

Como se contó, la vida en cierta forma me premió no cursando todos esos cuatro años de formación previa, donde las profesoras solían coartar la creatividad propia de esas edades.  Por eso, quizá también sea tan poco apegado a hacer las cosas a lo cuadriculado, aunque debo seguir ciertas normas que la sociedad impone por simple lógica.  Por esa televisión educativa nacional, aprendí a sumar, a restar, a multiplicar, a escribir.  Conocí muchas especies del mundo animal por esa misma vía, de acuerdo.  Incluso conocí algo de Geografía, materia que no se enseñaba en primaria.

Con esa historia, empezó lo que mucha gente de aquí considera una leyenda.  Yo ya no lo considero así, simplemente fue una etapa afortunada.  De todas formas, así fue y queda solo el recuerdo.  Me gustaría entrar con facilidad a mi escuela, a esa Policarpa Salavarrieta y recordar todos esos años.  Mis hermanos también entraron así a la primaria, sin cursar preescolar.  Marcela pudo haber salido de bachiller dos años antes que yo, pero esos criterios, Dios mío...

En 1993 se cerró esa linda etapa, para un Noviembre también, después les contaré otra historia de esa primaria maravillosa, queridos amigos y amigas.

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