martes, 25 de noviembre de 2014

Quince años, quince historias: Colombia bien escrita.

Había visto una vez en casa que el diario "El Tiempo" realizaba un concurso de ortografía denominado igual que el periódico, pero que no tenía participación masiva de colegios -y hoy en día todavía no la tiene-.  Poco tiempo después, también había visto la final de un concurso que se llama igual como el título de esta historia.

"Colombia bien escrita" era un concurso mucho mejor estructurado, tenía participación de todo el país en forma cronológica y escalonada por departamentos, y tenía un músculo financiero y de patrocinios increíble.  Recuerdo que Bic, Papas Margarita, Bavaria y Compaq patrocinaban ese evento.

La intención mía para 1998 era participar en ese concurso e hice todo lo necesario para participar.  No recuerdo muy bien quién me comentó sobre la existencia real del concurso, creo que fue mi profesora de Castellano la difusora.  Pero sí recuerdo bien que en la vetusta biblioteca del colegio encontré el catálogo del concurso de 1997, el cual reposa completico en casa.

Ahí encontré el teléfono al cual debía comunicarme para conseguir la información y participar.  Los teléfonos monederos de Telecom se convirtieron en mis amigos durante muchas tardes gracias a que debía llamar con cierta frecuencia a la administración del concurso.  Allá siempre me contestaba Rocío, quien soportó la natural impaciencia y ansiedad de este servidor.  La publicidad del concurso llegó a la oficina de la Secretaría de Educación de Anapoima, no al colegio, y se tuvo el tiempo y la paciencia suficiente para realizar la inscripción correspondiente.

En Octubre de 1998, llegó la primera oportunidad.  Una mañana fría en Bogotá, aún hacía más frío dentro del Teatro Antonio Nariño de la Gobernación de Cundinamarca.  Se juntaban Cundinamarca y el Distrito para escoger los representantes para la final nacional.  El primer problema surgió cuando llegué junto a Don Norman y a Doña Myriam -¿qué, me iban a dejar solo en esa quijotada?- y Rocío me atendió, no sin antes agradecerle la atención y disculpándome por la llamadera.

-"¿Qué grado está cursando?"

Simplemente contesté: "Estoy en décimo grado".

Pensé que el viaje se perdería en ese instante, pero Rocío tuvo compasión de este servidor al decirle:

-"No sabía nada de que el concurso era solamente para estudiantes de once".

Hecha la difícil tarea de convencer a la organización para participar, me senté en la primera fila del teatro, mis padres se ubicaron varias filas atrás.  Como habían mezclado a Cundinamarca y al Distrito en la competencia, al determinar las eliminatorias, me enfrenté a un estudiante del afamado Colegio San Carlos, de Bogotá.

El formato era sencillo, el maestro de ceremonia dictaba una palabra y el que se equivocara, perdía, si ambos se equivocaban, ambos salían de competencia.  Y así empecé, el maestro dictó "crucifixión" y en un momento de duda, cambié la "cc" que había garabateado en el tablero por una "x", mientras que el estudiante del San Carlos se quedó con la "cc".  Conclusión, Anapoima había pasado de ronda.

Tenía todo para clasificar, hasta que llegué al emparejamiento con una niña de la Normal Departamental de Pasca, en la semifinal.  Nos dictaron "idiosincrasia" y pensé que se escribía igual que "democracia".  Adiós, Anapoima.  Fue bella esa primera experiencia, pero se pudo hacer más, en serio.

En 1999, la premisa era ganar o ganar.  Ya sabía cómo debía prepararme, en ese proceso la profesora Martha Carrillo me ayudó con varias jornadas de dictados y yo me preparé con mis propios compañeros en una épica jornada de "muerte súbita".  Hice la inscripción con suficiente antelación.  Y otra vez, el Teatro Antonio Nariño me recibía para lograr la hazaña.

No recuerdo a quién eliminé en primera ronda ni cómo, pero otra vez fui eliminado en la semifinal y otra vez junto a una representante de un colegio de la Provincia del Sumapaz.  A una niña del Colegio Departamental Femenino Teodoro Aya de Fusagasugá y a mí nos dictaron "pleitesía" y otra vez una "c" me sacó del sueño.  Qué embarrada.

Ese día lo rematamos -porque otra vez Don Norman y Doña Myriam me acompañaron en esta locura- con un paseo por Bogotá, donde compré un libro del Mundial de Francia en un Panamericana -cortesía de Don Norman-, pero que tuvo un amargo final, pues me robaron un reloj de pulso en un colectivo en el centro.

Al siguiente año, motivé la participación del colegio en la edición correspondiente del concurso, pero la ganadora no quiso viajar, lo cual fue una pena, sus razones tuvo.  Siempre he deseado que Anapoima tenga representantes en los concursos nacionales de ortografía, lo necesitamos.

A esta hora de la vida, no sé qué sucedió con "Colombia bien escrita", lo último que supe es que para el 2000 realizarían el primer concurso hispanoamericano.  ¿Lo seguirían realizando, tanto a nivel internacional como nacional?  Eso solo lo sabré si averiguo más en este mundo de palabras bien escritas por unos pocos y maltratadas por muchos.

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