miércoles, 19 de noviembre de 2014

Quince años, quince historias: Días de furia.

Debo confesar y reconocer que en mis años de bachillerato no era un alma de Dios cuando tenía problemas o cuando me molestaban.  Nunca reaccionaba con tranquilidad, nunca hacía "de tripas corazón", nunca apelaba a las enseñanzas del santo Job.

Toda amenaza, toda mala palabra o actitud, se respondía con furia, con rabia, en muchas ocasiones quedaba rencor en el ambiente, quedaba la impresión de que conmigo no se podía hablar.  Pero, claro, ¿cuándo se podía reaccionar tranquilamente si lo que se recibía era una burla constante?

Algunos de mis compañeros -no citaré nombres por respeto a ellos mismos- tenían por tarea burlarse, en especial de mi físico delgado, el cual siempre he portado.  ¿Las consecuencias?  Peleas, golpes, dolor físico y una que otra lágrima derramada.  Y aunque no lo crea, algunas personas que me estimaban mucho en el colegio y en la misma Anapoima se preocupaban demasiado por estas situaciones.

¿Los causantes?  Nada, dejar así, que ni una llamada de atención recibían.  ¿Y yo?

A mí casi me expulsan del colegio en sexto grado por recibir tres llamadas de atención, y todas provocadas.  Claro, como el culpable de todo siempre será uno, y los demás no asumen su parte, pues...  A pesar de algunos incidentes que podrían tildarse de "pendejos" en años posteriores, el temor a ser expulsado seguía latente.  Gracias a Dios, nunca se llegó a tal extremo, alguien allá arriba -en el Cielo y en las oficinas administrativas del colegio- sabía que no podía salir de semejante forma.

En undécimo, un incidente causado por una actividad que debía liderar me hizo perder los estribos ante mi propia directora de curso, quien decidió no volverme a hablar por varias semanas, las últimas de bachillerato.  Incluso hay una anécdota que pudo influir en un galardón que recibí ese 26 de Noviembre, después la contaré.

En otra ocasión, en décimo, me fui a los golpes con otro compañero y la consecuencia fue haber roto el pantalón del uniforme.  Para disimular la rotura, me tocó permanecer buena parte de la jornada -fue un miércoles, si no me equivoco- con la camisa con el uniforme por fuera, cosa que nunca había hecho en los seis años que duré en el Colegio Departamental Integrado de Anapoima.  Ah, por ese mismo incidente, decidí "blindarme" en mi vestimenta para evitar problemas con las niñas.

También choqué feo con algunos otros profesores, por cosas que no valdrá la pena narrar.  Nunca protagonicé peleas en "El Triángulo", porque, sencillamente, eso esa caer demasiado bajo, mis problemas suelo resolverlos "aquí y ahora".

Doña Myriam sufrió conmigo, porque gracias a varios de esos incidentes, le tocó hacer presencia en el colegio.  Ella detestaba ir allá por cosas que no fueran los boletines, y supongan cómo reaccionaba cuando sucedía algo conmigo.  ¡El problema no se quedaba ahí, a la casa llegaba y empeoraba la situación!

Todas esas expresiones, casi diarias, me dejaron cosas malas, de acuerdo, pero a la larga, muchas cosas buenas a mi favor.  Me gané una buena reputación, de "tipo duro".  Aprendí que esta vida no es precisamente un camino de rosas.  Quizá lo supe desde sexto.  Esto me enseñó también que a ciertas situaciones no se les responde ni con actitudes cariñosas ni con palabras dulces, pero hay que saber usarlas.  Pero una cosa más importante aprendí, no se le debe hacer a los demás lo que no quiere que se le hagan.  Con esa ley terminaré mis días, lo aseguro.


"Soy de los que todavía creen que ciertos problemas se arreglan a las trompadas"

José Ómar Pastoriza

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si viene aquí a comentar, que sea para eso, no para armar pleitos. Si viene a otra cosa, váyase para su casita y deje que otros que sí tengan voluntad de comentar correctamente lo hagan.