jueves, 13 de noviembre de 2014

Quince años, quince historias: Caminando, caminando...

En 1993, volvimos a Las Mercedes, ya que Don Norman encontró trabajo en una finca vereda adentro, a un kilómetro de la carretera que la comunicaba con el centro de Anapoima.  Eso indicaba que deberíamos caminar todos los santos días los tres para ir a estudiar cumplidamente a la Policarpa Salavarrieta.

Todos los días, en esos preciosos amaneceres de la meseta anapoimuna, recorríamos esos eternos dos kilómetros y debíamos recorrerlos de regreso con ese calor canicular del mediodía calentano.  Cansados llegábamos, agotados al límite regresábamos.  En una que otra ocasión algún hombre de buen corazón me transportaba en su moto o en su automóvil, agradeciendo siempre ese gesto.

Recuerdo mucho un amanecer muy lluvioso, en el cual no nos mojamos, pero el entorno de esa mañana no parecía tal, sino el de un atardecer excesivamente gris.  Recuerdo esos amaneceres donde el sol, aparte de calentar, acompañaba una deliciosa brisa proveniente de las montañas del norte y que hacía apacible el clima.

Todos los días, caminábamos sin cesar y con los zapatos, nos cansábamos más, así que en cierto momento, a la pinta diaria le incluimos los tenis que habían adquirido nuestros padres para Educación Física.  Así, con los tenis, llegamos hasta ese Noviembre donde abandonamos la Policarpa, ¡hasta las fotos con los diplomas incluyen los tenis!

Nuestro quinto de primaria, aparte del caminar, fue lo más normal del mundo, peleas, buenas notas, los cuadernos cuadriculados para matemáticas, los rayados para las demás materias, no existió más el cuaderno ferrocarril.

Y caminando, caminando, terminamos la primaria Marcela y yo.  Gratos recuerdos dejamos en la Policarpa y varios de nuestros compañeros en ese año llegaron al bachillerato.

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