martes, 29 de abril de 2014

Honrando a los Veintiún Ángeles.

Hace diez años, estaba estudiando en Bogotá, mi noveno semestre de Ingeniería de Sistemas, para ser exacto.

Era un miércoles en la tarde.  Estaba en la universidad, arreglando el anteproyecto de grado.  Mientras tanto, un bus del Colegio Agustiniano Norte, cubriendo la Ruta 12, se dirigía hacia Suba, repleto de estudiantes, cruzaba la famosa curva de Vidrio Murán.

En la calzada superior, una máquina recicladora de asfalto transita por ella, pero pierde el control en un absurdo error humano y cae sobre el bus del Agustiniano, aplastándolo y aplastando a su paso la vida de veintiún niños y dos adultos.

La tragedia tuvo repercusión nacional, incluida la presencia del presidente de ese entonces -Álvaro Uribe- en el funeral, y una década después, aún se siguen buscando a los responsables.

Pero, ¿qué hice yo diez años después, a sabiendas de que viví de cerca esa tragedia?

No conocía bien el sector por ese entonces, lo conocí algunos meses después, cuando aprendí a movilizarme por Cota para salir hacia Bogotá.  Cruzando por esa curva varias veces sentí la tristeza, recordé el dolor, recordé lo vivido por esas familias que perdieron a sus hijos en ese fatal accidente.

Hoy, tuve la oportunidad de honrar su memoria.  Inicié mi recorrido en la estación de Transmilenio que los deja en el recuerdo de todos los bogotanos, para luego descender unos cuantos metros por los Cerros de Suba y llegar al Monumento a los Ángeles Agustinianos, cerca a la Calle 138.

Allí, le pedí a Dios, en nombre de ellos, que ilumine a la juventud, tan necesitada de valores y de motivos para seguir adelante.  Pedí también, mucha fuerza para las familias de estos ángeles, que difícilmente podrán reponerse de semejante noticia.  Pedí también, fuerza para aquellas familias que han perdido a sus hijos jóvenes, por las causas que hayan sido.  Pedí también, sabiduría para resolver algunas situaciones pendientes y sabiduría para una persona muy especial.

Dejé el sitio con mucha melancolía, porque, como les comenté, viví de cerca esa tragedia.  Mi padre me acompañó en ese tiempo, allá en el 2004, y se conmovió tanto como yo.  Ambos deseamos fuerza y ánimo para todas las familias afectadas en ese suceso.  Por mi parte, cuando cruce por ahí, los recordaré, no como víctimas de una fatalidad, sino como ángeles que iluminan a una ciudad y a un país.

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