miércoles, 2 de abril de 2014

El día del diploma.

Entre Anapoima y Girardot, 2 de Junio del 2006.

Era el día de mi grado como profesional.  El de mi hermana también.

Por ella llegamos tarde a la ceremonia, pero a tiempo para recibir los diplomas.

Aquí va todo.

Ese día, teníamos planeado llegar a Girardot sobre las cinco de la tarde, para tener tiempo de tomarnos fotografías con los conocidos que encontráramos en el camino al auditorio, pero no fue así.

Las malas decisiones de mi hermana, tanto en la vestimenta como en el sitio donde se arreglaría, me afectaron demasiado.  Me irritaron lo suficiente como para llegar a El Peñón con cara de puño -y así llegué-.  No me gustó su vestimenta para nada, me sentía mal.  ¿Y el arreglo?  Bien, gracias.  Pensaba ir donde una estilista reconocida de esta meseta, pero se demoró demasiado y le tocó ir a otro sitio a la hora en la que debíamos estar en Girardot.  La dejaron lista sobre las seis de la tarde, justo para arrancar y rogar para llegar justo antes del inicio de la ceremonia.

Mientras descendíamos las montañas y colinas que rodean el camino hacia Girardot, yo estaba muy molesto por la demora causada por mi hermana.  No le hablé a nadie en ese trayecto.  Rogaba para que nos dieran espera en El Peñón, era el único pensamiento que tenía.

Me preocupaba un detalle más, la firma de las actas de grado.  Donde no hubiéramos llegado a tiempo, tocaba viajar hasta Bogotá a recogerlas, y no quería, en ese tiempo, ir allá por documentos.

Gracias a Dios, llegamos tres minutos antes del inicio de la ceremonia y firmamos los documentos para recibir esas actas.

Todo el mundo me preguntó por qué llegué tarde, en especial mis conocidos de programa académico.  A todos les respondí "pregúntenle a mi hermana".  Seguí molesto, créanme.

Don Norman y yo vimos, antes de ingresar al auditorio, una máquina dispensadora de limonada.  Como buenos anapoimunos, literalmente, la desocupamos.

¿Los invitados?  También, gracias.  Dos invitados especiales a la ceremonia se excusaron de asistir, el ex-patrón de mi mamá y nuestra profesora de química y directora de curso cuando cursábamos undécimo grado.  Me comentaron que ella pasó una tarde de cervezas y que por eso se excusó.  Bueno, estábamos todos los Méndez listos para partir, junto a nuestro taxista.  ¿Qué decidimos hacer para no perder las invitaciones que sobraban?

Fácil, nos tocó colar a nuestro taxista a la ceremonia.  No quería, pero le tocó.  Disfrutó la ceremonia, a pesar de que se sentía muy incómodo ahí adentro, ni siquiera pudo llevar una pinta acorde a ella.  ¡Tenía pensado esperarnos afuera!

Pasadas las siete, todo inició.  Cada uno recibió su diploma.  Hubo música.  Hubo buenos y malos recuerdos, sobre todo los malos.  Pero mi ánimo cambió.  El sufrimiento por ese año de más que gasté estudiando, tendría una recompensa.  Para mí, mínima, pero igual es recompensa.

Salimos del auditorio, pocas fotos, pocos encuentros, seguimos vaciando los dispensadores de limonada, nos despedimos de la gente.  ¿Y cuál era el plan a seguir?

Cuando mi mamá nos visitó de sorpresa un 1 de Mayo, conocimos un asadero a unas pocas cuadras de la universidad donde, obviamente, el plato principal es el pollo asado.  A mi familia, cuando va a un sitio de esos, siempre pide el pollo bien asado, le huye a los "recalentados" y a los malos asados.  Ahí fuimos a parar.  Ese fue el plan que seguimos inmediatamente abandonamos El Peñón.

No hicimos fiesta, no hicimos bulla.  Sobre las once de la noche regresamos a Anapoima, y a nuestra casa, que quedaba sobre la carretera.  Contemplamos nuestros diplomas antes de dormir.  Esa misma semana, una "socialité" anapoimuna se graduaba en una prestigiosa universidad bogotana y tuvo despliegue en medios.

¿A nosotros nos interesó salir en los medios?  Para nada.

Nos bastó, nos basta y nos seguirá bastando ser reconocidos en nuestra casa y en nuestra propia universidad.  Diría, que nosotros fuimos buenos representantes de nuestra meseta allá en la Ciudad de Las Acacias.  Dejamos un prestigio muy alto para los paisanos que, tiempo después hasta el día de hoy, cursan su carrera en esa universidad, allá en esa cálida ciudad.

Después de ese día, mi hermana tiene su trabajo gracias a sus compañeros, quienes, por ironías de la vida, mi hermana trató a distancia durante todos esos años.  Por mi parte, solo me ha servido para un contrato por ahí y para sacar mi tarjeta profesional.

Sobre esa última frase, hablaré después.

Lo único que puedo concluir, después de escribir esto, es que ese día pagó seis años de vida.  No sé si exactamente fueron productivos o perdidos.

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