viernes, 11 de abril de 2014

La filosofía del ácido.

Me aterra ver noticias donde la protagonista es una mujer desfigurada porque algún descerebrado le tiró ácido a su cuerpo.  Me aterra, porque uno se da cuenta hasta donde puede llegar alguien, que motivado como mínimo por los celos, no puede conseguir lo que quiso a nivel sentimental o personal.

Nunca entenderé a esta humanidad enferma, decía algún pensador popular.  Y nunca la entenderemos.

Dicen los medios que la gota que derramó el vaso fue lo sucedido con Natalia Ponce de León.  No me detendré en este asunto, por una razón muy sencilla, muchas otras mujeres también han sido víctimas de esta forma tan vil y poco humana de asumir una pérdida.  También, han sufrido esto algunos hombres, como el caso de La Estrella.

Y como suele suceder, la indignación colectiva aflora, pero se marchita al poco tiempo.  Los políticos prometen mano dura, pero no suele llegar.  Y los medios, le meten morbo al asunto y literalmente, enseñan a utilizar esas metodologías sin proponérselo, a una sociedad que ignora su propio entorno y no es capaz de generar valores positivos para sí misma y las generaciones futuras.  Mientras tanto, ellas viven su propio calvario, intentando recuperar su integridad física, superando los señalamientos de los demás y la vergüenza causada.

No es posible, que en esta sociedad, aún sigamos los pasos de entidades semejantes, menos desarrolladas y ampliamente machistas, donde la mujer es un objeto y no tiene derecho a reivindicar su dignidad.  Tampoco es posible, que la ley tenga tantas porosidades y huecos, que la hacen ambigua e insuficiente, frente a algunas situaciones, como estas, que se escapan a los códigos y a lo que no suelen ver aquellos que las redactan.

Pedimos incluso un castigo igual o peor de horrendo al sufrido por la víctima, ¿qué logramos con eso?

Culpamos a la víctima por el delito sucedido, ¿y aún seguimos ahí parados culpándola?

¿No deberíamos pensar, en que esa indignación que mostramos, deberíamos transformarla?

Podemos hacerlo.  La educación de familia, de casa, es la que fortalece estos valores.

Por mi parte, siempre le pido a Dios que no me deje llegar a ese punto.  Nunca jamás.  Ni por más enfurecido, decepcionado y con ganas de acabar con esa persona que pueda hacerme daño.  Esos bellos rostros que conforman la feminidad no se tocan.  Ellas son familia, amigas, conocidas, paisanas, antiguos amores, todas ellas mujeres, y todas ellas merecen mi respeto.  Le pido a Dios también, que llene de razón y no de oscura pasión a aquellos que no han tenido éxito con su vida sentimental.

Y para finalizar, que Dios ampare y bendiga por siempre a aquellas víctimas de la insensatez de unos pocos, ¡y que las ayude a recuperarse física y psicológicamente de estos tristes momentos!  ¡Se lo merecen!

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