miércoles, 9 de abril de 2014

Girardot.

Un día nueve, pero de Octubre y de 1852, fue fundada una población hija de la madre de pueblos llamada Tocaima, denominada Girardot.

Tal fue su ubicación, sobre una margen del Río Magdalena, que hizo crecer vertiginosamente esta población al punto de convertirse en un punto de referencia dentro de Cundinamarca y dentro del país, ya que recibió el ferrocarril y fue testigo de excepción del transporte aéreo y fluvial en aquellos tiempos en que las carreteras eran una utopía.

Ciento cincuenta y un años y medio después, Girardot trata de despertar de su letargo.  Hace unos veinte años, era punto obligado de conexión para los viajeros que deseaban viajar al occidente y al sur del país desde poblados como el mío.  En esos tiempos, se construyó la famosa variante de El Paso, en Ricaurte, y aquellos buses que viajaban con destino Cali, Neiva, o Ipiales, dejaron de ingresar a la Ciudad de Las Acacias, iniciando el debacle de esta población.  Se fueron las industrias, poco a poco, y el desempleo rondaba en altos índices entre sus pobladores, los cuales, muchos abandonaron su tierra y otros decidieron rebuscársela.  La corrupción administrativa hacía de las suyas y Girardot se convertía en una ciudad lúgubre y desordenada.

Recuerdo mucho mi primer viaje a esa ciudad, cuando tenía seis años y acompañaba a mi mamá a un viaje hasta El Espinal.  Me pareció distante respecto a Anapoima, pero, ustedes saben, cuando uno es niño, todo es grande y lejano.  Ocasionalmente viajaba para disfrutar del calor con mi mamá, pero no recuerdo cuántos viajes realicé en todos esos años después de ese primer viaje..

Allá fui a dar, definitivamente, en el 2000, cuando la debacle estaba en su punto más alto.  No me agradaba Girardot como ciudad, lo admito.  Pero allá viví las mejores páginas de mi vida.  Unos meses antes, conseguía una de las pocas cosas que me hacen orgulloso, mi beca en la Piloto.  Fue una lucha increíble y no creí que llegaría allá.  Tres años y medio bellísimos donde conocí la magia de esta floreciente ciudad, que pese a sus problemas -algunos eternos-, siempre encontrará la forma de salir adelante gracias a su industria sin chimeneas, que la hace atractiva para los visitantes de tierra fría.

Conocí muchas personas, hice amistad con varias de ellas.  Conocí a los que hace una década se convirtieron en mis enemigos.  Aún tengo contacto con muchos de esos amigos.  Conocí y disfruté la vida de barrio en La Esmeralda, el mejor barrio donde he podido residir en una ciudad.  Tuve la oportunidad de contemplar el Río Magdalena y navegar por él.  Conocí la gran mayoría de sus barrios.  Caminé sin ningún problema de noche en la mayoría de sus calles, bajo la frescura de sus vientos.  Soporté el calor inclemente de sus mediodías en muchas ocasiones también.  Conocí unos sitios maravillosos para departir con gente agradable, como La Morada del Viento, allá en la cima de una colina.  Allá aprendí algunos oficios que suelo realizar cuando no hay dinero y la necesidad apremia.  Allá también tuve que pelear.  Allá, obviamente, también tuve que llorar de tristeza y de rabia por las frustraciones que resultaban.

Tuve que dejar Girardot a mediados del 2003, porque, por la misma crisis, no había dónde realizar una práctica empresarial y las opciones se reducían, o bien en casa, o bien en Bogotá.  Para la Sabana tuve que agarrar.  Extrañé mucho ese ambiente, quizá otra hubiera sido la historia si no me picara ese bicho.  En esa misma Girardot, me gradué tres años después.

¿Las conclusiones que me ha dejado Girardot?  Sí, varias.  Dejé de despreciarla y compararla tan mal con mi patria.  Suelo visitarla seguido, pero me agradaría pasar un viernes por la noche allá y regresar al otro día.  Su gente, a pesar de los defectos propios de la mezcla tolimense que abunda en su sangre y su explosividad propia del cundinamarqués de tierra caliente, es muy cordial  y respetuosa con sus visitantes.  Ahora, con esta presente administración, se debe luchar contra los problemas que dejaron las pasadas e ineficaces administraciones y tratar de darle un cariz positivo de cara al futuro.

Ojalá esta última frase se cumpla, Girardot no puede quedarse atrás y seguir rezagándose.

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