domingo, 6 de abril de 2014

Bogotá.

Ah, Bogotá...

Capital de nuestra nación desde hace muchos años, un mundo aparte y un crisol de sociedades y de culturas que representan, palabras más, palabras menos, la realidad de Colombia.

Aparte de haber nacido allá una fría noche de domingo, he viajado con bastante frecuencia allá, a Bogotá.  Nunca le he dicho "nevera", como suelen decir algunos compatriotas de tierra caliente, pero sé, por nuestra composición geográfica, que hace frío y que suele hacer más en ciertas épocas del año.

De niño, no recuerdo muchos viajes allá, quizá uno que otro con carácter de salida académica.  Recuerdo que conocí el Museo del Hombre en octavo grado y alguna vez, conocí la Universidad de La Salle.  De pronto, también unas cuantas salidas familiares a Fontibón a comprar ropa.  Con la Banda, conocí la Gobernación, el Parque Simón Bolívar, el Centro Colombo Americano y Corferias.

¡Cómo voy a olvidar las dos veces que participé en Colombia Bien Escrita, ambas en mi querida Gobernación!

Finalizando mi bachillerato, conocí el Polo Club, el Monumento a Los Héroes, El Lago y lo que era Transmilenio.  Poco a poco, conforme crecía ese sistema masivo, lo conocía completo, al derecho y al revés.  Conocí los portales de la 170, el del Tunal y el de Usme, mientras estudié allá.

Mientras estudiaba en Girardot, las salidas fueron igual de escasas, pero importantes.  Aparte de frecuentar El Lago por motivos de salud, tuve salidas a Maloka, al Planetario y al Jardín Botánico.  Esas salidas a Maloka las disfruté infinitamente, por lo divertidas.  Extraño ir allá, hace muchos años no ingreso, a pesar de que es una escala obligada en muchos de mis viajes.

Me fui para Bogotá, y ya he contado la experiencia de Transmilenio.  Me aventuré en una caminata desde Palermo hasta el Centro Comercial Andino en Octubre del 2003, cuando no había mucho qué hacer.  Le perdí el miedo a caminar en ciertos sectores del centro.  Me aventuré a realizar el antiguo recorrido desde Suba hasta la Javeriana en servicio público, bajando desde Cota y cruzando por el fatídico punto de los 21 Ángeles.  Mejoré mis habilidades de movilización en transporte público, incluso exponiendo los conocimientos de mis compañeros.  Ahorraba dinero viajando en "cebollero", inclusive, viajé varias veces  en esos ilustres móviles desde la Piloto hasta el Portal de la 80, cruzando por Unicentro y el Minuto de Dios.

Año tras año, desde que dejé de estudiar en esa ciudad y regresar a casa, conocía nuevas cosas de Bogotá.  Conocí el extremo sur, conocí el Aeropuerto en una loca carrera contra el tiempo, conocí más del siempre prestante norte, conocí el Restrepo, conocí dónde vivían mis familiares bogotanos en esos tiempos, conocí sitios santos y profanos, he divisado el estadio El Campín, conocí el Siete de Agosto, en fin, muchos sitios importantes en esta capital.

Le tuve mucho miedo al centro, después de un raponazo que sufrí en 1999.  Ahora no, aunque la prevención sigue.  Perdí un celular allá hace poco tiempo.  No suelo caminar en Bogotá de noche, a menos de que sea un sitio muy seguro.  No suelo exponer mis pertenencias en la calle, cuando lo hago, trato de entrar a un sitio y soy discreto.  Alguna vez le temí al Terminal, pero hoy no, es más seguro que antes.

En Bogotá aprendí a valorar mi verdadero origen.  Tengo familiares por parte de padre y por parte de madre viviendo allí.  Cuando llegué a estudiar, nunca negué que soy bogotano.  En mi vida, he mostrado rasgos puros del bogotano, como la seriedad en las cosas.  Dicen que los bogotanos son fríos, y me dicen, en tono de chanza, que lo soy, porque me tocan y parezco un iceberg.

Me muevo sin ninguna pena allá, me visto normal, hay días en los que no necesito siquiera de un saco, pero en los días de heladas, debo llevar la chaqueta.  Me gusta sentir la brisa que viene de los cerros, me gusta sentir el sol que brilla en ese cielo sabanero e ilumina las montañas.  Me gusta caminar por esas pintorescas calles, ver los rostros de la gente, unos adustos, otros alegres, otros tristes.  ¡Y no falta el día con el que me encuentre con algún paisano, algún conocido de otra latitud, o con alguna persona de la cual no sabía nada durante varios años!

En Bogotá escribí las mejores páginas de mi vida, también las peores.  Viví unos gratísimos momentos, aunque sufrí las más dolorosas derrotas.

A estas horas de la vida, planteo mi próximo viaje.  La idea, es eterna, conocer el Cementerio Central.  Pero saldrá alguna diligencia, algún asunto vital que requiero para iluminar, de forma tenue, mi futuro.  La idea es no dejar de ver la capital, tan cerca y tan lejos que está de casa.  Pero allá vi la luz y es bueno ser grato con ese pesebre de montañas y concreto.

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